UNO

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Hace muchos años, una mujer era considerada ama de casa desde que nacía, y dependiendo de la condición económica de su familia era educada en diferentes artes culinarias y de entretenimiento para ofrecer el mejor servicio a su marido, luego era presentada en sociedad en busca de un buen pretendiente, y el único éxito en su vida era ese «Un matrimonio ventajoso» como lo ha descrito Jane Austen en Orgullo y prejuicio. «¿Tendría Eva la culpa de tal situación?». A decir verdad, no creía en Eva, para mí Eva era un personaje literario de un buen libro y, a consecuencia de ello, había tantas mujeres en el mundo llamadas así...

Estaba en la iglesia, ensayando el ritual de dama de honor; era la tercera vez que lo hacía, esta vez era mi prima Lisa, se casaba con el hombre más maravilloso del mundo «según ella» y ¿cómo negarme? ¡Era mi prima!

Las iglesias me daban mala espina, las personas que me conocían sabían que mi vida no era cristiana. Nadie sabía lo que significaba exactamente esa palabra, pero me daba igual, estaba segura que el cristianismo era ser feliz y no hacer daño a nadie, bueno..., al menos, no hacer daño a propósito, en fin, las iglesias, los rituales eclesiásticos y todo el teatro que implicaba me hacía pensar siempre en Eva, la del jardín del Edén, la que mordió la manzana y luego se la ofreció a Adán. ¡Patrañas! ¿Quién en su sano juicio después de comer por primera vez algo delicioso daría solo un mordisco? Estaba completamente segura de que, si Eva hubiese existido, se habría comido la manzana completa, Adán no se hubiese dado cuenta y ella habría abierto sus ojos al mundo, se habría liberado de Adán, del Edén y del hombre que los había encerrado: Dios.

Vivía peleada con mi nombre, pero al mismo tiempo me gustaba. Recuerdo mi infancia, me obligaron a ir a la catequesis; nos enseñaban el libro de Génesis, y cuando me preguntaron qué significado tenía para mí, a mis siete les respondí:

—Esa Eva no soy yo, necesita vestirse.

Mi abuelo rio de buena gana cuando se le pusieron la queja.

—¡Eva! Camina más despacio y que tu rostro refleje un aire virginal — gritó mi tía. La boda de su única hija la tenía loca, bueno, más loca que de costumbre.

Intenté hacerlo, puse mi mayor esfuerzo, pero los pensamientos que tenía en ese preciso momento que caminaba al altar no eran tan virginales.

—Recuerda que llevarás un vestido largo, así que no olvides de dar un paso, te paras un segundo y luego das el otro.

—Lo sé, tía, no te preocupes; caminar con aire virginal y dar un paso cada segundo.

Observé a mi prima Lisa, estaba nerviosa, abrumada y al mismo tiempo feliz. Al final, aunque no aprobará su matrimonio, ya que solo tenía veinte años, estaba feliz por ella.

—Sé cuánto odias hacer esto, pero eres mi prima favorita —dijo abrazándome.

—Creo que me debes una cena por todos estos momentos incomodos —dije señalando a mi tía.

—Está muy nerviosa, a veces parece que es ella la que se casa.

Ambas la volteamos a ver y nos reímos al escuchar cómo les gritaba a las niñas de las flores.

—¿Y qué hace tu príncipe azul?

—Estoy justo detrás —dijo Pablo sorprendiéndonos.

—¡Llegas tarde! No volveré a realizar el ridículo ensayo.

Pero la voz autoritaria de mi tía hizo que volviera a colocarme en mi lugar y a comenzar otra vez con el ensayo, mientras caminaba de nuevo al altar las dudas sobre Eva acudieron, pero ya no de Eva del Edén sino de Eva, la dama de honor que iba caminando cadenciosamente por el pasillo de una iglesia.

Una hora y cuarto después, cuando todos quedaron satisfechos, fui libre y, sin despedirme de nadie, tomé mi bolso y mi abrigo e intenté escaparme lo más rápido posible.

—¡Eva! No olvides pasar por la tarta para la despedida de soltera.

«¡Demonios! Me han descubierto»

—Por supuesto que no, tía —dije cansada.

—Eres la dama de honor, no lo olvides, Eva, nada de llegar ebria o con alguna amiga de dudosa reputación.

—Es una despedida de soltera, tía, se supone que tú no deberías ir.

—Y es por esa forma de pensar por lo que no las has organizado tú.

«¡Y el alivio que eso me daba!»

—Estaré mañana temprano, muy sobria y con la mejor sonrisa y durante la boda seré un ángel en persona, pero para fiesta no prometo nada.

Mi tía caminó rápidamente entre las dos bancas que nos separaban y se acercó a mí.

—¡Por Dios, Eva! Es la boda de tu prima y eres tres años mayor que ella, debes dar ejemplo.

—Y le he dado el ejemplo, tía, solo que no ha querido seguirlo —contesté sonriendo.

—Mi padre debió dejar que yo te criara, te ha consentido mucho, claro, y a mi hermano ni le importas, saliste igual a tu madre que...

—Ya basta, tía, te amo, pero cuando te pones con ese tema no te soporto —le di un beso en la mejilla para que se irritará más, y salí de la iglesia caminando provocativamente.

No quedó muy contenta, por lo que iba preparada para tener una conversación con Lisa por la noche, quejándose de que su madre no quería que yo fuese su dama de honor, pero eso no pasaría, a nadie le gustaba hacer enojar a mi abuelo y yo era su consentida. Caminé con pasos apresurados, moviendo levemente mi cabeza para que el cabello ondeara con el viendo sin que me cubriera los ojos, y esto atrajo las miradas de unos cuantos hombres y yo los miré provocativamente. ¡Amaba llamar la atención! Y me reía de la reacción que tenían sus mujeres si iban con ellos.

Jamás me había interesado un hombre en serio, me encantaba flirtear.


Eva no mordió la manzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora