Llegamos a la casa tan rápido como le fue posible al chófer, en el camino Angust deseaba conocer todos los detalles, aunque se resistía cuando recordaba el infierno que le había hecho pasar, me había esperado casi toda la noche, se había ido a casa y había regresado desesperada al no encontrarme en mi habitación a la mañana siguiente, lo que más le enojaba es que mi abuelo se había burlado de él, pues los maquilladores y peluqueros ya estaban en mi cuarto.
—¿Sabes lo que me dijo?
—No y no quiero saberlo —le dije
—Que para qué tantos peluqueros si yo ni pelo tenía.
¡Imagínate, Eva!
No pude evitar reírme de buena gana.
—Gracias por ser mi mejor amiga —le dije recordándolo en la puerta del hotel con zapatillas, café, chaqueta y, sobre todo, por el par de aspirinas.
Al entrar en la casa, un hombre parado junto a las escaleras me esperaba.
—¡Papá! —grité sorprendida. Él había rechazado la invitación, tenía asuntos que resolver en su trabajo, me había decepcionado un poco, pero después me había conformado. En cambio, mi tía, cuando se enteró de que el único tío de su hija no estaría, despotricó por varios días.
—Mi pequeña gran Eva, pero mírate, hermosa, con olor a alcohol y desvelada.
—Al parecer la despedida de soltera fue todo un éxito —dijo mi abuelo salvándome de la situación.
—Es lo que tiene que hacer una dama de honor —respondí abrazando a mi padre.
—Sebas, ¿por qué no dejas a Eva que vaya a arreglarse? Si no, a su amiguita le dará un infarto, tengo un asunto privado del que hablarte.
—Te veo al rato, pequeña, estás hermosa.
Subí a mi cuarto lo más rápido que pude, me di una ducha, no había tiempo para bañeras, y, sin más dilación, todos estaban encima: unos pintándome las uñas, otros peinándome, el maquillaje debía esperar un poco, pero en hora y media me habían convertido en...
—¡Pareces una monja! —exclamó Angust.
—¡Que vestido más horroroso!
—No digas eso ante un diseño único e incomparable —dijo Angust imitando a mi tía.
El vestido era de encaje gris, mangas largas, cuello alto y falda amplia, hasta los tobillos; los zapatos eran igualmente grises y el maquillaje de lo más sutil.
—¿No puedes llevar unos aretes?
—Angust, tú escuchaste a mi tía, dijo que no.
—Es una envidiosa, no quieres que oscurezcas a Lisa.
—Pero en la fiesta seré una estrella —dije riendo.
—Gracias por llevarme, Eva, será un placer ver a toda esa aristocracia en persona.
—Creo que la aristocracia no vendrá, asistirían solo si la boda fuera en Grecia, pero ya ves, Pablo y Lisa decidieron que fuese aquí, yo lo único que quiero es regresar al hotel, necesito otra noche como la de ayer. ¡Que va! Necesito muchas noches como esa.
—¡Eres una zorrilla!
Llegué a la residencia de mi tía con quince minutos de retraso, ya tenía tres llamadas perdidas de ella lo que significaba que estaba nerviosa y enfadada.
ESTÁS LEYENDO
Eva no mordió la manzana
RomanceUna propuesta que va entre la ironía la Eva de los pasajes bíblicos y la protagonista con el mismo nombre que pretende vivir sin ataduras y sin pensar dos veces en las consecuencias es lo que marca la nueva historia de Elia Santos: Eva no mordió la...