DIEZ

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La llamada de Angust me despertó a las ocho de la mañana, sin embargo, Leonard seguía profundamente dormido. En silencio me di una ducha, me cambié con la ropa preparada por María, me maquillé lo más natural posible, y me puse unos aretes de perlas que combinaban a la perfección con mi vestido amarillo. Antes de salir, miré por unos segundos a Leonard. Dormía profundamente, así parecía tierno e indefenso. Observé su cabello y su piel morena, sus anchos hombros estaban al descubierto. «No lo volveré a ver nunca», pensé, así que, con esa idea en mente, salí afuera donde me esperaba Angust dentro de la limusina.

—Estás jugando con fuego, te vas a quemar —me dijo Angust en cuanto me subí a la limusina.

—Creo que ya estoy en el infierno, dejemos las advertencias para después, estoy cansada, y voy a conocer a mi futura madrastra.

—Tienes veintitrés años y eres Eva, te aseguro que tu futura madrastra está más nerviosa, tú ni tiempo has tenido de pensar en ello, esas ojeras no son consecuencia de un desvelo producido por la preocupación.

—Hablemos después de eso, Angust, déjame que me recueste en tu hombro y me des los detalles del desayuno ¿te encargaste de ello con María?

—María lo hizo casi todo, yo llegué hecho polvo, ayer fue un día muy ocupado. Al final me encargué de muchas cosas extras, que no están en mi trabajo, deberías pagarme extra.

—¿Por ir a una fiesta?

—Lo sé, estoy agradecido de que me llevaras, no te imaginas las cosas de que me he enterado, hoy por la noche dormiremos juntas y así nos ponemos al tanto, tú me cuentas de tu amante y yo de algunas cositas que me he enterado por ahí.

—Necesitaremos dos noches con sus días entonces.

—¡Que emoción! —exclamó Angust.

Los portones de la casa se abrieron. Siempre era relajante ver el gran jardín que antecedía a la entrada, mi abuelo me había contado que su madre lo había diseñado, a ella le encantaba la jardinería y, por honor a ella, el jardín se mantenía siempre en todo su esplendor

—Déjame aquí, nos vemos después Angust.

—Suerte con la madrastra, Blancanieves.

Yo caminé y entré por la cocina, el servicio de limpieza y jardinería estaba tomando su desayuno y se sorprendieron al verme entrar.

—Buenos días.

—¡Buenos días! —contestaron todos al unísono, levantándose de sus asientos.

María apareció al instante.

—Señorita Eva, está todo preparado para el desayuno, su padre y doña Alicia ya han salido de su chalet y van caminando hacia al jardín.

—Entonces tengo que darme prisa, soy la anfitriona y debo estar ahí antes que ellos.

Le di el bolso a María y le indiqué que sacara la maleta de la limusina y la llevara a mi cuarto. En el carro de golf llegué rápidamente. A lo lejos vi que mi padre y Alicia estaban parados en una parte del jardín trasero, él señalaba una determinada área, probablemente le estaría contando la historia de la casa y de la familia.

—Buenos días, papá, buenos días, Alicia, —dije saludándolos con beso en ambas mejillas.

Angust tenía razón, Alicia parecía nerviosa y mi padre también, si ellos supieran lo preocupada que había pasado toda la noche por este desayuno...

Eva no mordió la manzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora