La mansión Winter Pervell tenía una de las mejores vistas del lugar. En el extenso jardín trasero podrías apreciar el maravilloso atardecer en su mejor punto, mientras que en el delantero se podía contemplar la belleza del amanecer en su máximo esplendor. Hakuryuu se encontraba sentado sobre el césped verde mientras un arbolito le hacía compañía, así ambos lograrían observar el ocaso al mismo tiempo.
Tenía muchas cosas que pensar, y la primera era sobre la muerte de su adorada madre. Le era complicado procesar que ya no podría ver nunca a la mujer albina. No sentiría la calidez de su voz. No sentiría la ternura que le brindaban sus brazos protectores, como si de un escudo se tratará. Tampoco volvería a escuchar la melodía de su risa sin igual, que calmaba cualquier inquietud y en su lugar dejaba la paz.
No sé permitiría llorar de nueva cuenta, alguna vez la misma señora le dijo que mientras más lágrimas soltarás, aquel ser querido muerto no podría pasar al otro lado, quedándose en un punto medio en la tierra. No quería atar por siempre a la mujer, es por eso que no volvería a gotear su alma por mucho que doliera.El joven de orbes amatistas estaba tan absorto en sus pensamientos que no sintió una presencia extra, la cual se trataba de la única sirvienta que había quedado; Larkin Dunne. Había aproximadamente 40 (contando a la joven) sirvientes en todo el lugar. Murieron 39 por la masacre, y solo sobrevivió la chica de mirada dulce así como compasiva.
- ¿Nuevamente aquí, Hakuryuu?- Dio unos cuantos pasos más, quedando a una distancia prudente entre ella y su señor.
- Acabe mis labores temprano, no tenía algo que hacer, así que aproveche a ver la puesta del Sol. - Su mirada algo perdida seguía concentrada hacia el extenso cielo tintado de naranja, junto con una gran esfera brillante que descendía lentamente para ocultarse dando paso a que el atardecer ocurriera y pronto el brillo pasara a la Luna.
- Ya veo...- Quizás la señorita ya habría supuesto en que pensaba, llevaban dos años conociendose después de todo.
Ninguno de los dos se atrevió a decir palabra alguna, les gustaba el ambiente pacífico que se había formado entre ellos. El viento comenzó a mover las hebras de ambos individuos con una elegancia singular, pareciera como si sus mechones estuvieran bailando mientras el aire tocaba mil y un canciones de fondo. El Sol comenzaba a ocultarse cada vez más.
- Toma asiento Larkin, miremos los dos el ocaso una vez más. - Volteo a ver a la sirvienta mientras se esbozaba una ligera sonrisa en su rostro, y a su vez palmeaba el césped al lado suyo.
Sin decir nada, dio dos pasos más, y se agachó para poder sentarse encima de sus piernas mientras acomodaba su falda de modo que no se le arrugara y quedara mal. Nuevamente el silencio gobernó entre ambos. Sin embargo, era cómodo, como si pudieran hablar más a través de este en lugar de hacerlo mediante el habla.
- Larkin.
- ¿Si, Hakuryuu?- respondió con una pregunta curiosa la señorita.
- Cuando eras pequeña, ¿Qué era con lo que más añorabas?
- No me esperaba esa pregunta - Soltó un bello canto en forma de risa liviana, el albino amaba las risas de sus seres queridos- De pequeña tenía muchos sueños e ilusiones, los cuales luego me di cuenta que la mayoría era para complacer a mis hermanos al igual que mi madre. Pero entre esos tantos sueños, había uno que quería cumplir costara lo que me costará.
- ¿Qué era?
- Tener un campo de girasoles.
El duque no se espero que dijera aquello, pensó que diría algo como "quería tener muchos peluches" y "tener demasiados dulces para mí sola" o alguna otra cosa parecida que normalmente los niños pequeños pedirían.
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El Campo De Los Girasoles.
Short Story⸦⸧ׅׄ⸦⸧ׅׄ⸦⸧ֽׂׅׄ⸦⸧ׂׅ⸦⸧ׂׅׄ⸦⸧ׅׄ⸦⸧ׅׄ⸦⸧ׅׄ𑁍⸦⸧ׅׄ⸦⸧ׅׄ⸦⸧ֽׂׅׄ⸦⸧ׂׅ⸦⸧ׂׅׄ⸦⸧ׅׄ⸦⸧ׅׄ⸦⸧ׅׄ -𝘈𝘶𝘯 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘷𝘰𝘭𝘷𝘦𝘳𝘢́𝘴, 𝘦𝘯 𝘮𝘪 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘥𝘰́ 𝘨𝘳𝘢𝘣𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘵𝘶́ 𝘤𝘢𝘭𝘪𝘥𝘦𝘻 𝘥𝘦...