𝐕𝐈𝐈. 𝐋𝐚 𝐛𝐫𝐮𝐣𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐧𝐢𝐧̃𝐨.

248 20 2
                                    

Ella era una bruja.

El problema era, que en su mundo, decir aquello no sonaba insultante. Sirius lo sabía, porque se había criado en un entorno tan mágico, que cualquier referencia muggle era un sacrilegio.

Aquí es donde estaba su segundo gran conflicto: A él le encantaban las cosas muggles, no al punto de ser un fan, pero si lo suficiente como para tapizar su cuarto con pósteres de los Rolling stones o de Zeppelin. Algo que ponía de nervios a «la bruja», quien, cada vez que entraba a su habitación, se encargaba de destrozar cada cartel.

—¡Sirius Black III, Ven ahora mismo!

Era casi cotidianas las llamadas de atención y, «la bruja», si es que estaba en uno de sus malos días, aplicaba métodos más violentos para hacer comprender sus mandatos.

De cualquier modo, Sirius siempre que veía que ella salía de su cuarto airosa, se levantaba y recogía los trozos de sus pósters del suelo. Lleno de ira, se dedicaba a pegar cada pedazo de nuevo y volvía a colgarlos en las paredes.

Significó un gran alivio para él cuando aprendió el hechizo reparador (pero eso es otra historia que no vamos a contar en esta.)

—Deberías dejar de hacer enojar a Mamá —aconsejaba Regulus, su hermano menor—. Ya sabes cómo terminan todos los que no la obedecen.

—¡Vete a la mierda Regulus! Yo sé las decisiones que tomo, ¿vale?

Su situación familiar nunca fue la mejor, por eso mismo, el día en que llegó la carta de Hogwarts; Sirius saltó de felicidad, su madre suspiró aliviada y, Regulus sonrió, ansioso de ya no tener a su hermano molestando.

Con boleto en mano, el cabello cortísimo que tanto odiaba, vistiendo unos muggles jeans y una chaqueta de cuero negra, que le quedaba demasiado grande, pero que funcionaba para continuar haciendo enfadar a su madre; Sirius se despidió, sin besos ni abrazos, y fue corriendo adentro del Hogwarts Express, en busca de una cabina vacía, pero en su lugar, en la penúltima de toda la corrida, encontró una donde un chico de tímido aspecto  leía un libro.
Entró con aire confianzudo, dejó su maleta en las repisas sin pensarlo demasiado, estiró su mano con una enorme sonrisa y se presentó:

—¡Hola! Soy Sirius ¿Y tú?

El chico levantó la cabeza de su libro y Sirius se fijó de inmediato en las cicatrices que cubrían su rostro. Sabía que el mismo era delgado, pero aquel muchacho era alargado y esquelético. Después de un momento de duda, el niño sonrió con sutileza y estrechó la mano.

—Remus... Soy Remus Lupin.

Por la puerta, entraron otros dos chicos; uno achatado, temeroso de su alrededor y, el que lo acompañaba, poseía la misma sonrisa altanera de Sirius. Al instante se llevaron bien.

—¡Hola! Soy James Potter y él es Peter Pettigrew —saludó amistoso, consiguiendo que los otros dos chicos respondieran con sus respectivos nombres— ¿A qué casa creen que irán? Si me meten a Slytherin, supongo que terminaría por irme de la escuela ¿No piensan lo mismo?... —James dejó de un tirón su maleta encima, se volteó y clavó los ojos en Sirius—. ¡OH, amo tu chaqueta!

Demonios. Ese chico, James, le caía jodidamente bien, y estaba seguro de que Peter, detrás de su aspecto, era más valiente de lo que opinaba, y Lupin, cuando dejara de enfocarse en su lectura, tenía varias interesantes historias que contar.

Por fin, llegó a Hogwarts.

『 °*• ღ •*°』

7/46

Nuestro Precioso Hogar (Merodeadores)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora