y cuando la tahona de mis días,
mis calendarios mal plañidos,
dejen de tropar las horas
mal asfaltadas de la vid,
te miraré a los ojos como se mira al mar,
como mira el desgraciado una
sonrisa de dulzura,
y te diré que te quiero,
que siempre te quise,
y así, tras ello, querida amiga,
galoparé por el viento vacío
de la caída,
hasta encontrarme
con el fin,
o con la espina de una rosa.