De camino a casa.

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De camino a casa, alguien rozó su dedo a través de uno de mis rizos. Volteé. Era Austin.

—Hola —Su sonrisa era radiante.
—Hola... —Respondo tratando de reprimir una sonrisa.
—¿Cómo estuvo tu día?
—Podría decirse que bien, a pesar de mi aroma... ¿Y el tuyo qué tal? —Reímos.
—Igual, supongo —Vuelve a clavar sus penetrantes ojos en mí de pies a cabeza —¿Te puedo hacer una invitación?
Vuelvo a sonreír y asiento al cabo de dudarlo un poco.
—¿Te agradan los picnics? —pregunta.
—Posiblemente...
—¿Te gustaría hacer uno conmigo esta tarde...?

¿¡Ésta tarde!?  ¡Pero si es en pocas horas!  No sé  francamente cómo lograré encontrarme lista tan pronto, pero trataré de estarlo.
—Pensé.

—¿Christy? —Me llamó, tal vez había tardado por dar una respuesta coherente.
—¿Dime? Digo, sí; creo.
Se burló de mí por enésima vez.
—Paso por ti a las 5.30 ¿Por la avenida principal, verdad?
—Sí; Nos vemos.
Al despedirnos y sentir su calor, mordí mi labio inferior sin notarlo.

Fue allí cuando caí en cuenta de que me había enamorado.
Siempre traté de “tener mis defensas activadas” para no caer en ese juego vil, en esa pérdida de tiempo; ¿pero quién no hubiese caído con esa mirada pícara, medias sonrisas y diferente punto de vista en cuanto a la vida?  Tristemente, me consideré, considero y probablemente consideraré una persona algo fría, que no suele confiar en nadie, pero más que las anteriores, incomprendida y observadora.

Sé bien que se supone que debería estar platicando sobre mi ida de vuelta a casa, pero me gustaría que supiesen más sobre mí y opiniones sobre determinadas situaciones...

En fin, mi primera infancia estuvo rodeada por violencia. Mi padre llegaba sobre efectos de la cocaína y alcohol. Lógicamente la inocencia en la niñez es bastante, por lo cual  logré entender en años posteriores por lo que pasábamos como familia... Después de su muerte todo era callado, lo extrañaba, extrañaba su libertad de pensamiento, pero me aterraba la idea de que llegase en tales estados a hacernos la vida a mi madre y a mí más compleja. En lo más evidentes, mis borrosas pero significativas memorias...

*Recuerdo de más relevancia*.

“Una tarde, llegué desde donde mi Abuela a casa, me encontraba alegre al saber que mi Padre había llegado de su trabajo en un horario más corto...

Subí las finas escaleras de piedra y sin pensarlo dos veces, abrí el picaporte de su habitación. Al estar situado al lado del balcón con unas bolsas pequeñas y transparentes con un contenido ciertamente peculiar, “un polvo blanco”, se exaltó e hizo que saliese de allí. No parecía él. Sus ojeras, palidez, ojos rojos e hirritabilidad en él no se daban al estar junto a mí generalmente.

Mi Padre era drogadicto.
Y no habría nada que pudiese hacer.

Se acercó con grandes zancadas hacia mí agarrando mis pequeñas muñecas dejando unas marcas rojas y por consiguiente hematomas, con una mirada helada y un “Lo siento, pero de aquí en más, está será una realidad para ti”.
Huí y estuve en posición fetal en mi habitación, estaba experimentando mi primer ataque de nervios o ansiedad.

El problema no sólo era que fuese o no adicto a las drogas, el problema era que estaba haciendo un daño a todos.

Sin que nadie se diese cuenta, empaqué algunas provisiones, unas pocas prendas, lo esencial y escapé...

Escapé de todo, no quería que nadie más me lastimase y enfrenté al mundo a mis ocho años de edad.

Me dirigí hacia el centro de la ciudad, en pleno invierno...
Sentí miedo, estaba realmente sola.
Tomé coraje y continué con mi destino.
Había tomado mis pocos ahorros, y me hospedé  en una antigua casona, llena de suciedad y rajas en cada pared.

Al pasar los días el dinero que poseía se estaba agotando, pero me dolía más que aquellos seres que pensé se preocuparían por mí; no lo hicieron. Eso me impulsó a seguir en las oscuras calles de Dallas.
Me atormentaba el saber que al regresar, sin que mi Madre estuviese presente, él fuera capaz de todo.

Llevaba ya dos semanas sobreviviendo por mi cuenta, consiguiendo dinero trabajando en lo que pudiese y lo estaba logrando bien para tener tan solo ocho años....

A la tercera semana, me atreví a volver a mi hogar...

La reacción fue la misma que esperaba. 

Me agredió, encerró cual ave doméstica e hizo que mi Madre jurase guardar silencio para mantenernos con vida.

Se fue de casa por una semana. Al volver tenía múltiples heridas en su rostro y brazos.
“Nada pasó”  -Repetía.

A los diez años, lo enfrenté, expresé todo. Comprendió que estaba mal todo lo que había hecho. “No volvería a pasar”

A pesar de todo, era mi Padre, y no podría odiarlo. Al pasar los años, al él envejecer, dejó su ignorancia y nos fortalecimos poco a poco como núcleo familiar. Todo iba tan bien... Hasta su infarto, que le provocó una muerte segura.”

Desde allí la única opción era ser fuerte, y eso hice, lo fui desde temprana edad.

Desde aquel díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora