Carmesí

5 0 0
                                    


Me encontraba en los marrones de mayo, él miraba al lago desde la orilla del muelle, calmo y serio como siempre. Lo miraba desde la lejanía, su vista estaba en el lago, pero su mente navegaba por bóvedas cuyas contraseñas nunca obtendría, lugares que protegían sus mayores secretos, miedos y anhelos. Ya hace mucho había aprendido la lección de no interferir en su incursión por los paramos de su mente. El recuerdo del error cometido aún quemaba sobre mi piel.

Amaba este lugar, aquí todo parecía estar en una constante calma, nada cambiaba. Mismas personas, árboles, lagos, montañas, traumas y dolores. Una constancia abrumadora y relajante. Nací en este lugar, bajo las lluvias de julio mi madre dio a luz sobre un colchón olvidado en algún lugar que desconozco —algo más en una interminable lista—. No recuerdo mucho de ella, solo que era tan bella como el dolor podía permitírselo, me amó tanto como las tormentas la dejaron. Me hubiera gustado haberla tenido junto a mí por más tiempo, pero otro hombre con bóvedas en su mente creyó que no era correcto. Algunas noches, el último recuerdo de ella me atormenta, su opacada belleza arrebatada entre lo morado, el carmesí y un cuello que pasó de cargar hermosas perlas a dar salida constante al líquido vital. Y el hombre... Su sonrisa triunfante del momento también está en mis tormentos.

¿Qué pensaría ella de mí? He permitido que el morado y carmesí que cubrían su cuerpo sigan cubriendo el mío. Encontré refugio en las fauces de un lobo hambriento y atormentado. ¿Lloraría por mí como yo lo hice por ella? ¿Su fin será solo una premonición del mío?

— ¿Por qué me miras?

Levanté la mirada y pude ver el desprecio en sus ojos. Ese cruel y calcinador desprecio.

— Debes comer.

Debes comer... Es todo lo que sale de mi boca. Nunca una queja, esas queman mucho más que la intrusión en sus bóvedas. Esas arden durante largas noches.

— ¿Has decidido dejar de ser un fastidio? —Se acercó a mí, tomó mi cabeza entre sus manos obligándome a verlo. Sonrió—. Eres hermoso. Te amo.

Me besó. Mis labios respondían de forma automática, alguna vez lo hicieron por amor, ahora es por temor.

Un cumplido, un te amo y un beso. Un rutinario tormento que presagiaba tempestades nocturnas. Sonreí de vuelta. Tomados de la manos nos dirigimos al interior de la cuna, hogar, cárcel y tumba de ella. Ahora es y será la mía.

Lo veo comer sonriente. Me regala caricias que se sienten como rasgaduras en la piel. Mi mente no alberga recuerdos de caricias que no ardieran sobre la piel, excepto las de mi madre. Tal vez esto debe ser así, quizás fuimos malditos por alguien superior y designados al sufrimiento. Una vez acaba de comer se levanta de la mesa, toma su abrigo y su presencia desaparece. Ya hace mucho sé cuál es su paradero, las sábanas de una ella que le entrega lo que yo nunca podré. Desconozco si ella sabrá sobre mi existencia, espero que no lo haga, espero que nunca se lo recrimine. Ella es una oveja disfrazada de lobo, al menor error, podría ser sacrificada.

Me dirijo a la cocina y limpio los rastros de un cínico amor. ¿Cuántas tempestades han evidenciado estas paredes? Probablemente más de las que puedo imaginar, más de las que me gustaría pensar. Tal vez soy solo un eslabón más de una cadena de tormentas. Agradezco haber nacido hombre y no poder traer otra vida a este mundo junto a él, no podría el condenar a una criatura a esta vida. Espero que ella tampoco le dé descendencia, rezo porque alguna vez sea sabia y huya, porque una vez el líquido carmesí salga por mi cuello, será ella quien ocupe mi lugar. Debo vivir lo suficiente para que ella pueda huir.

Ya en la habitación miro con recelo nuestra cama, o más bien, la cama que ha decido compartir conmigo y que a su regreso será testigo de una nueva tempestad. Agradezco haber aprendido de mi madre cómo quitar manchas carmesí del suavizante color blanco que viste el colchón. Lamentablemente, mi madre no me enseñó cómo limpiar las manchas en mi cuerpo, los rastros en mi mente, todo eso se queda. Me desnudo, no gasto visión en mi reflejo, solo vería una muestra más de la condena con la que cargo. Me recuesto entre las dulces sábanas, absorbo todo el calor que estas puedan otorgarme antes de que me sea arrebatado.

CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora