Diecinueve

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Las maletas estaban listas, Angust se había vuelta una loca que bailaba alrededor de todos, ordenando aquí y por allá, el chalet de Angust estaba completamente vacío y se lamentaba profundamente tener que dejar atrás esa vida, en cambio yo sentía una especie de subidón de adrenalina, estaba ansiosa por comenzar una nueva vida, las frases del ensayo de Octavio Paz me habían dado el empuje que necesitaba y frecuentemente aparecían en mi memoria.

«El amor cortés florece en la misma época y en la misma región geográfica en que aparece y se extiende la herejía».

Si bien era un ensayo donde englobaba grandes obras, agradecía infinitamente su analogía, su descripción y el arte de transmitir la magia del amor y el erotismo con una simplicidad cautivadora.

Me había dado el valor de hablar con mi padre, quien estaba feliz al lado de su nueva esposa, tendría un hermanito varón y eso me llenaba de felicidad, los celos y el resentimiento habían quedado atrás, a veces no hace falta tenerlo todo para ser feliz, y lo que se había resuelto en el pasado había quedado ahí en un baúl sin cerrojo, porque estaba segura de que no lo abriría frecuentemente y, si lo hacía, solo sería para ver las cosas buenas, para impulsarme y aprender de ellas.

Mi padre me había demostrado que me amaba y, como no sabía expresarlo con palabras, lo había hecho con acciones, me había cedido en vida parte de su fortuna, algo que me pareció un completo disparate, pues Alicia era una mujer joven y probablemente le daría más de un hijo. En otra circunstancia habría pensado que era porque quería deshacerse de mí, pero ahora lo entendía, así que no objeté ni reproche. Tenía más dinero del que necesitaba, así que estaba decidida en crear una fundación; Angust y yo estábamos trabajando en ello diariamente, tanto que las apariciones nocturnas en las revistas se hacían cada vez más escasas y la última había sido una cena de caridad bajo el nombre de «Fundación Eva». Mi abuelo no podría haber mostrado más orgulloso, había asistido de mi brazo, aunque el gusto por los vestidos elegantes y sensuales no habían cambiado, me mantenía firme en que mostrar mi cuerpo de una manera elegante no era malo ni pecaminoso, con mi tía había hecho las paces, mandándole una invitación para la cena. Había asistido feliz, y se había comportado sin ningún atisbo de culpabilidad, algunas personas no cambiaban a través del tiempo, era otra cosa que tenía que aprender, pero era mi familia.

Angust ahora se enfocaba más en los eventos de caridad que en mi imagen y era muy estricto en elegir a qué fundación donar, tanto que contrataba auditores para que revisaran las fundaciones. Descubrimos que había tantas mujeres hambrientas de conocimiento y sin ninguna posibilidad de estudiar, hombres con aptitudes en países en vías de desarrollo, sin ninguna oportunidad. Ayudar me hacía sentir útil. Mientras terminaba de dar una última revisión a mi cuarto, recordé con gracia el último consejo de mi abuelo.

—Si vas a donar dinero, tienes que empezar a reproducirlo, haz un fondo aparte para ti y tus hijos y no olvides que hasta las mejores fortunas llegan a su fin.

Y tenía razón, así que la decisión estaba tomada.

«Sufre...la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura».

Con nostalgia, le di la última ojeada a mi cuarto y salí rumbo al aeropuerto.

Nuestros asientos de primera clase me daban comodidad de cuerpo, pero no de mi mente. Angust y María me acompañaban, eran mis empleados indispensables.

«El amor filial, el fraternal, el paternal y el maternal no son amor: son piedad, en el sentido más antiguo y religioso de esta palabra».

Estas palabras me habían puesto a pensar en Leonard constantemente, miré el mapa en la tablet, faltaba menos de una hora para aterrizar en Nueva York. Había sido difícil la decisión, pero para ser merecedora del amor, necesitaba encontrarme y crecer por mí misma. Leonard se había equivocado en una cosa, en cuanto tomé mi decisión fue la primera persona que lo supo, no voy a mentir que aún tenía esperanzas de que fuese a Londres, y que me dolió más a mí que a él la decisión que había tomado, pero era lo correcto, una ciudad inmensa me esperaba y yo, Eva, iba a ser parte de ella, ya no sería la joven heredera, sería la mujer que se abría en el mundo de los negocios había aceptado el trabajo en la empresa del amigo de mi abuelo, cuatro horas al día como aprendiz. Tenía planeado quedarme por seis meses en el trascurso de ese tiempo, esperaba tener un mejor enfoque sobre cómo llevar las empresas de mi abuelo, cuyas acciones eran mayoritarias y yo, heredera del ochenta por ciento de ellas.

Eva no mordió la manzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora