Capítulo 1. Entornos de silencio.

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Yago nació retorcido.

Hubo que enderezarlo entre hábiles manos, como se pudo, y solo cuando le crujió la espalda lloró. Sin embargo, en un suspiro se detuvieron sus quejidos y de quedó inmóvil; tan quieto que los que lo rodeaban empezaron a temerse lo peor.

    

La mujer que había ejercido de madrona observó al recién nacido con preocupación. Empujó con un dedo su cabecita, oprimió su pecho, lo pellizcó y esperó un tiempo hasta que se dio cuenta de que no iba a obtener respuesta ninguna.

   El niño no respiraba.

De espaldas a la madre, Marta, su amiga, se sintió destrozada al sentir la muerte en sus brazos. Sin saber qué hacer con el cuerpo del recién nacido, respondió a su primer impulso y lo llevó hasta una valla de madera que cerraba un pequeño corral, en el establo donde se habían refugiado para ocultar ese parto. Con el único motivo de que la madre no lo viera y evitar así su sufrimiento, Lanzó al niño al otro lado de la valla. Pero ni siquiera después del golpe el bebé reaccionó. Quedó tendido sobre un lecho de paja sucia que servía de cama a un viejo y achacoso caballo, que desde hacía unas horas observaba lo que estaba sucediendo a su lado.

El animal olisqueó a la viscosa criatura con curiosidad.

Aquel cuerpo arrugado e inmóvil le pareció diferente e interesante.

Al principio se mantuvo a una cierta distancia, sin actuar, hasta que la quietud del niño lo tranquilizó. Solo entonces arqueó el cuello, Se acercó hasta él, y resoplo sobre su rostro una vez lo hubo olfateado por completo. Al escuchar un rumor de llanto al otro lado de la valla, se despistó unos segundos de su actividad, levantó el cuello y miró a las mujeres.

    -Nooooo...-Isabel, la madre  del pequeño, se encogió muerta de pena-. Mi pobre niño...-exclamó entre sollozos-. Ha muerto por mi culpa. Este no es sitio para venir al mundo...

    El caballo, ajeno al sufrimiento de las mujeres, recuperó su interés por el extraño bulto que seguí inmóvil cerca de sus pezuñas. Lo empujó casi con mimo sin despertar en él la menor respuesta. Por eso, ya sin temor, comenzó a lamerlo a conciencia fuertemente atraído por su olor. Le recorrió el cuerpo de arriba abajo, y retiró sin dificultad su pegajosa y sanguinolenta envoltura hasta dejarlo limpio. Fue entonces cuando, de pronto, el pequeño estornudó, dio un respingo y abrió unos ojos que de inmediato se dirigieron a los del viejo animal.

  Yago volvía a nacer.

  El caballo relinchó con inquietud y dio dos pasos atrás. Sin saberlo, su masaje había conseguido despertar el frágil corazón del niño y lo había devuelto a la vida.

  Yago, indefenso y sucio, recién llegado a este mundo, cerró los ojos, bostezó y apretó su pequeña mandíbula como reacción al agudo dolor que sintió en su espalda en ese momento.

  Sin embargo, no era ahí donde residía todo su mal...

  Él no podía saberlo todavía, pero había nacido extraño, y desde entonces todos le verían extraño.

Fue Isabel, su madre, la que, entre sollozos, escuchó el estornudo. Le llegó como si se tratase de un suave eco, apenas perceptible, pero suficiente para despertar su atención. La joven buscó en la expresión de Marta alguna Explicación.

    -¿Tú también lo has oído...?-Señaló el corral done se encontraba el caballo.

   Marta miró al animal desconcertada, sin comprender a qué se debían sus insistentes relinchos.

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⏰ Última actualización: Apr 24, 2015 ⏰

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