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—¡Tobías Anastacio Filiberto! ¡¿Cuántas veces te he dicho que no comas pasto?!

Si es que los vecinos oyen todo el ajetreo que se estaban montando, probablemente podrían una mueca desconcertada. Desde el hecho de que estaba regañando a un perro como si fuese un niño, hasta el motivo por el que le gritaba.

—¡Luego te estás sintiendo mal! —Volvió a gritar y en ese momento no sintió ni un poco de vergüenza por las tonterías que decía.

El animalito, un beagle hecho y derecho, sólo le miró unos cuantos segundos antes de volver a degustar el delicioso manjar que su dueña tanto se negaba a dejarle disfrutar.

Un poco frustrada por la falta de respuesta, ella jala de la correa improvisada que le hizo al animal —no podía permitirse una real—.

A pesar de su tamaño, era muy difícil conseguir que el perro le obedeciera, jamás había podido conseguirlo. Ella le gritaría "¡Tobby!" y el desgraciado sólo correría a ella para una caricia y luego se volvería a escapar.

¿Por qué era tan difícil limpiar su casita? Sin duda era un perro problemático.

Sin embargo, no es que eso le molestara realmente, incluso con todos los defectos del animal, que eran varios, cabe decir: Desde ladridos ruidosos muy temprano en la mañana, poca obediencia, agresividad con los desconocidos e incluso una tendencia a escaparse de su zona –a tal punto que uno de sus apodos era "perro escapista"–, ella lo amaba tal y como era.

¡¿Cómo no hacerlo?! ¡Era simplemente adorable! En la forma en que siempre se emociona cuando ve a alguno de sus dueños en la mira, hasta la forma en que mueve su adorable colita cada vez que le acariciaban... cada parte de su cuerpo.

Y lo que más amaba, aunque fuese un poco extraño, era que no quería a nadie más que a sus dueños. Él podría estarle mentando la madre en ladridos al del gas y al del agua, pero ella sólo tiene que acariciarle la cabeza y se calmará... por unos segundos.

El animal territorial le gruñía a cualquiera que se acerque a alimentarlo, pero ella podía pasearse frente a él a la hora de la comida sin ningún miedo o temor.

Y honestamente, sus ladridos eran tan molestos como enternecedores, no importaba que ladrara por atención, por hambre o por ira, ella encontraba cada uno de esos detalles encantadores.

Incluso en sus travesuras, como cagarse en todos lados, destruir todo lo que le dan o orinar en su plato de comida, seguían siendo cosas que ella amaba y admiraba con una risa divertida y fastidiada.

Objetivamente: Pinche perro baboso.

Subjetivamente: Mi bebé sólo está jugando.

—¡Tobby Tobito, Tobby Toboso, tiene la cara de perro baboso~! —Ella no sabía de donde se le ocurrían tantas mamadas a su papá, pero sin darse cuenta, ella también empezó a cantar esta extraña rima cada vez que lo veía, como en esos momentos, que salía a alimentarlo.

Y no está segura si es porque tiene su comida o porque el animal percibe el eterno amor que ella le profesa, pero ya está emocionado antes de que suceda nada.

—¡Cabrón, volviste a mearte en tu plato! —grita cuando nota el líquido amarillo en el plato de comida del perro—. ¡Voy a dejarte sin comer un día de estos!

Nunca lo hizo.

Entonces con frustración deja todo a un lado para tomar ambos recipientes —agua y comida— y vaciarlos, antes de lavarlos.

—¡Pinche perro baboso! —Vuelve a vociferar mientras el animal se retuerce esperando su comida—. ¡Te quejarás, pero quién te manda a orinar en tu plato! ¡Me tienes como tu sirvienta!

Es su sirvienta.

Y ambos lo sabían, que no importa lo desastroso que fuese el animal, que no importa cuantas travesuras y "dejaciones" hiciese por aquí y por allá, ella jamás tendría el corazón para negarle amor.

Y era tan profundo su amor, que por eso se volvió tan difícil decir una sola palabra mientras le daba sus últimas caricias.

Tobby estuvo con ellos prácticamente desde que nació y eso era lo más difícil de todo. No era como las otras mascotas que tuvo que vinieron y se fueron antes de que pudiese memorizar sus rostros.

Ella aún recuerda cómo iba en secundaria cuando Tobby llegó a sus vidas. Desastroso, travieso y cagón... sí, esos pisos tuvieron que ser muy bien limpiados. Tan chiquito que ella lo podía cargar en sus brazos y llevarlo por todas partes. Desde el primer día tuvo la costumbre de hablarle como si él entendiera lo que decía, es probable que nunca lo hiciera. Era una época en que ella sentía su mundo feliz y completo, cosa que con el pasar de los años y de muchas pérdidas significativas, fue perdiendo sentido en su cabeza.

Pero ella seguía amando a Tobby, así como a todas esas personas.

Desviación en la columna, algo típico en esa raza de perros, llegaría un punto en que ni siquiera sería capaz de caminar. Toda la familia sólo podía ver como el pobre Tobby chillaba y se retorcía adolorido. Por supuesto, algo que era incurable sólo podía ser tratable con medicina... medicina muy cara y si ni siquiera pueden permitirse una correa como dios manda, ¿qué podían hacer?

La solución era sencilla pero muy, muy dolorosa... para ellos.

No era el tipo de persona sensible, al menos no hasta hace un año, pero su corazón se rompía más y más al darse cuenta de que ya era hora. Tobby ya no era chiquito y joven, ya era viejito... aún pequeño, los beagles no crecen tanto. Ya ni comer podía, pero fue raro, cuando ella y sus hermanos fueron a "despedirse", fue como si eso le hubiese dado sus últimas fuerzas al animal para comer y beber y, claro esto, pedir silenciosamente unas caricias.

Aunque trato de aguantar, porque no quería ponerlo ansioso o algo por el estilo, las lágrimas brotaron sin que pudiese hacer nada, era un desastre. Porque su amor era tan grande, que aún cuando le dolía decir "Adios", le hubiese dolido más la idea de que Tobby sufriera sus últimos meses.

Y aunque pudo desentenderse del todo y dejar que su tío lo llevase, sentía que era cruel sólo fingir que nada pasaba. Así que, aguantando las lágrimas, fue hasta la veterinaria. La voz de la mujer era dulce y tranquila, en contraste con la tormenta de emociones que sentía en esos momentos.

Sólo un piquete que lo dejaría inconsciente y luego más y más, hasta que su perruno corazón dejara de latir.

Y aunque trató, con todas sus fuerzas, con todo su autocontrol, al final terminó llorando, porque realmente lo amaba, amaba a su Tobby, que más que una mascota, era como un miembro de la familia.

Qué vergüenza, llorar como un bebé siendo adulta, pero, ¿y qué? ¿No tenía derecho a sufrir porque nuevamente la muerte se lleva a alguien a quien amaba tanto?

—Pensé que con lo de mi papá ya nada me podía doler —dijo, porque no importa cuantas veces tenga que despedirse de la gente que ama –perro, en este caso–, sigue doliendo como el infierno.

Pero, viendo a su pequeño, que ya no está sufriendo más, supo que tomaron la decisión correcta. ¿Cómo podría ser tan egoísta con alguien a quien amaba mucho? Ella sólo pensó en lo mejor para él, no para ella.

—Tobby Tobito, Tobby Toboso —repitió con apenas un hilo de voz, es como si las palabras se negarán a salir—. Tiene la cara de perro baboso.

~ ~ ~ ~ ~

Te quiero mucho y siempre vas a estar en mi corazón, mi Tobby. 

Espero que hasta el final, hayas sentido mi infinito amor por ti.

¡Perro baboso!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora