•Returning To The Routine•

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El sol de la mañana se colaba por la ventana de aquella habitación, abriéndose paso entre las cortinas ondeantes por el viento del alba, en aquella habitación de paredes grises, suelos de madera, con montañas de ropa sucia —o limpia— tiradas a lo largo y ancho del piso.     

En aquella cama de tamaño matrimonial descansaban un par de canidos, acurrucados entre las sábanas blancas bajo una cálida y gruesa manta azabache, rodeados de un par de almohadas blancas junto a un par de cojines con la silueta y estampado de erizo y conejo.
El menor de los dos se encontraba aferrado al brazo del adulto acostado a su par, disfrutando de la calidez que este le brindaba ante tal fría mañana.

La paz podía sentirse finamente en el ambiente sin inconvenientes, no habían parajillos cantando, pero la suave y alejada sinfonía de autos y alarmas muy a kilómetros de distancia era perfecta.

La alarma que marcaba el inicio del día sonó, repitiendo de forma constante aquel pitido irritante que con el pasar de los segundos logró despertar al lobezno mayor, quien tras tantear ligeramente los botones dió con el correcto, apagandola.
Bostezó, abriendo por completo su boca en el proceso, Dios cuanta pereza...
Volvió a caer rendido sobre la cama, cayendo lentamente dormido nuevamente hasta recordar que el día de hoy debía hacer algo importante e imposible de posponer, fue entonces cuando volvió a abrir los ojos.

Se giró a un lado, sonriendo con ternura al ver como aquel pequeño zorro descansaba con tanta ternura a su par, con todo su pequeño y terso pecho desnudo pero sin señales de que estuviera pasando frío. Que pena sería destrozar este divino escenario, pero no tenía opción.

— Nicky —musitó con suavidad, acariciando la cabeza y orejas del infante—, ya es hora, hoy es el día —continuaba, esbozando una pequeña sonrisa.

El menor se removió, soltando algunos quejidos en el proceso, no quería separarse de sus cálidas frazadas, no hoy, no mañana, ni nunca. Abrió sus ojitos con dificultad en lo que movía su pequeña nariz, percibiendo los aromas que traía el amanecer.

— Buenos días... —susurró con una noble pereza, sonriéndole a su mayor, viéndose envuelto por un aura de pureza y dulzura en bruto.

— Buenos días —responde, acomodándose de medio lado a su par—. ¿De casualidad olvidaste qué día es hoy?

— ...¿Martes? —inquirió, dudoso, mientras sonreía de forma nerviosa, aferrándose a las sábanas.

— Cerca —asiente con la cabeza, pensándolo—. Hoy es tu primer día de escuela —exclama, sonriéndole con ánimos.

La noticia no es bien recibida y ésto se nota por la mueca de confusión y asco por parte de Wilde.

— ¡¡No!! —exclama, inflando sus mejillas mientras lo mira con enojo ¿desde cuándo tenía que ir a la escuela? ¿por qué no podía seguirse quedando en casa con sus juguetes y series de televisión? ¿por qué su vida debía terminar tan rápido?

— Ya lo conversamos Nick, tendrás que ir así sea por éste año —afirma, sentándose en la cama, cambiando su postura de amistad a una de autoridad.

— ¡¡No!! —cierra los ojos con fuerza, alzando el mentón en lo que desvía su cabeza a un lado.

— Cuando lo conversamos hace tres días estabas completamente de acuerdo —prosigue, viéndolo a los ojos, controlando los impulsos de gritarle y sobrepasar los límites.

— ¡¡No quiero!! —sollozó, girándose con todo y sábanas hacia el borde de la cama— ¡¡No quiero!!

El lobo inhaló y exhaló con furia, debía mantener la compostura, serenarse, solo era un niño comportándose como un niño, no podía pedir o exigirle algo que no podía dar, estaba bien, estaba bien.

Retomando La Rutina ft. Wolfick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora