Una noche con Sinatra

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Ella puso a Sinatra mientras todos dormían. Enlazó su celular por bluetooh con el parlante de la sala y escogió "Strangers in the night". Procuró en todo momento no hacer tanto ruido, por eso antes de bajar las escaleras se deshizo de sus zapatillas blancas y las dejó al pie del pasillo. Todavía se sentía un poco mareada, tenía el paladar seco y luego de ver algunas copas sobre la mesita de cedro se acercó a ellas rogando que alguna tuviera agua sola. Cogió la más lejana, acaso por el líquido transparente que tenía, pero al olerla, se dio cuenta de que era vodka. Insatisfecha trató de buscar la jarra con la que estuvo pegada en los últimos minutos de la fiesta y la encontró en el piso, al lado del sofá. Bebió hasta la última gota y se secó la humedad de sus labios con el antebrazo. Estaba lista, ahora sí podría reproducir la canción.

Con el inicio del sonido del violín y encontrándose descalza sobre la alfombra grisácea de la sala, cerró los ojos arrojando un suspiro larguísimo, llenando sus pulmones con millones de partículas suspendidas en el aire para expulsarlas en segundos, y como la prolongación de un deseo confuso, se imaginó en Broadway o en el Madison Square Garden o, al menos, en el Gran Teatro Nacional y extendió su mano para coger el control de la televisión y utilizarlo como micrófono. Así era Cristina, soñaba a lo grande, sobre todo en esas noches de verano donde ha visto luces y gente con la cabeza reventada a punta de whisky y cerveza. Era difícil engañarse y decirse que una no quería ser cantante, claro que quería, pero de pronto todo en su vida se formulaba de un modo impreciso. Y en ese mismo momento, en su mente, contra su voluntad, sintió la necesidad obsesiva de comenzar a contornear su cuerpo y según creyó, tenía puesto un largo vestido blanco de terciopelo con una abertura sobre la pierna izquierda y unos tacones negros que la hacían verse más alta, más linda, el cabello bien acicalado y los labios rojos como fresas.

Le encantaba Sinatra, a su mamá también le encantaba Sinatra. Esperaba que su hija algún día se case con un Sinatra. Su último enamorado el día que terminaron le confesó que ese viejo de ojos azules ya lo tenía hasta la coronilla, por fin no volvería a escucharlo nunca más, le dijo. Ella rompió en llanto y ni bien él terminó la frase, le lanzó una bofetada. Pero anyway, pensaba, seguro otro ya vendría en unos meses. Tranquilamente, se dijo, ella podría ser a futuro una especie de Mía Farrow o Liza Minelli, bien perucha, eso sí.

Cuando empezó a cantar "Something in your eyes was so inviting, something in your smile was so exciting" recordó que en el año de estreno de esa canción, Frank Sinatra era el único hombre de su edad que no estaba en la Segunda Guerra Mundial porque ya en ese entonces, había arrancado el gran periodo en que, por la radio, era su voz lo único que daba paz a los estadounidenses.

Esa noche Cristina ha conocido gente nueva y en plena euforia de la fiesta, de pronto alguien ha escuchado su canto y habló bien de su voz, primero en un merengue y luego en un reggaetón. Y ella, en ambas ocasiones, tuvo que cerrar los ojos y negar con la cabeza haciéndose la humilde para luego seguir embriagándose en casa de Pamela, y al final, arrojarse a la cama de una de las habitaciones del segundo piso pensando si eso era verdad, si lo que escuchó era cierto, y en seguida formularse como tantas otras veces, entre lágrimas, la posibilidad de especular qué pasaría si una se animase a cantar de verdad, a hacer aquello que sentía muchas veces a esas horas, porque durante esa madrugada no pudo dormir y se levantó de la cama dejando a su amiga dormida y caminó por el pasillo, a tientas, asomando tímidamente su cabeza por cada una de las habitaciones donde dormían sus amigos y amigas, tirados y revueltos por las sábanas, como si hubiese pasado un huracán hace tan solo un par horas dejándolos moribundos.

Después, inmóvil en medio del pasillo, trató de definir lentamente qué debía hacer. El caos de todos los objetos acentuaba aún más su desconcierto. Empezó por deshacerse de sus zapatillas blancas y las dejó al pie del pasillo para bajar de las escaleras sin hacer tanto ruido.

A lo lejos, de una manera casi imperceptible, pudo sentir cómo las olas del mar reventaban al otro lado del muelle. De igual forma nadie despertaría, podría cantar tranquila, podría soñar tranquila, todos se encontraban sumidos por un sueño profundo en las habitaciones de allá arriba. Old blue eyes cantaba junto a ella, junto a Cristina, esa madrugada en casa de Pamela, en la Herradura.

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