XXVII

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—Y, ¿En serio planeas quedarte aferrado ahí? —cuestionó la pelicastaña señalando a su amigo.

—Ajá —respondió Mike, feliz.

Todos ya estaban dentro de la casa y sentados en los sillones de la sala, solo que, mientras Lillian y Ela se encontraban separadas en un sillón individual, Mike estaba con Ari en un sillón de 3 plazas, pero le sujetaba el brazo con fuerza; técnicamente abrazaba su brazo.

—¿No te molesta, Ari? —preguntó también Lillian.

—Para nada —contestó sonriendo—. Si él está cómodo ahí, pues déjalo.

—¿En serio?

—Sí, no me molesta.

Mientras el especialista no veía al menor, este le enseñó la lengua a la psicóloga y lo hizo en forma de burla.

Ella se enojó bastante, pero no podía atentar nada en contra de Mike, ya que Ari no le creería y mucho menos investigaría si es verdad.

Ela también notó ese comportamiento, pero prefirió ahorrarse las palabras y empezar una pelea ahí.

El ambiente se estaba volviendo realmente incómodo, pues nadie emitía palabra y solo se apreciaba la mirada de odio que Lillian le aventaba a Mike.

Ari fue el que hizo el esfuerzo por romper la tensión.

—Ehh, ¿Y no deberían irse a casa? Miguel y Elita.

—¿A qué? —interfirió el rubio.

—No sé, a hacer sus tareas quizá o ver a sus padres.

—De hecho sí, yo tengo que ir a ver a mis papás —respondió la de ojos verdes levantándose del sillón y colgando su mochila en un hombro.

—¿Quieres que les llame? —ofreció Ari.

—No es necesario, gracias —sonrió y sacó su celular—. Me alegra que hayas vuelto.

Ela se acercó al psicólogo, este se levantó apartando al menor de su brazo y ambos se dieron un abrazo medio apretado.

La pelicastaña era mucho más baja de estatura que el especialista, entonces no le quedaba de otra más que pararse de puntas. Cabe destacar que todavía estaba descansando sus pies y seguía sin ponerse sus zapatos.

Cuando se separaron, Ari se volvió a sentar e inmediatamente fue atacado otra vez por el agarre de su brazo proveniente de Mike. Él solo rió y la menor salió de la casa.

—Bueno, ¿Y tú, Miguel? ¿N-no planeas irte? —le preguntó y dió palmaditas en su cabeza.

—Tsk, mis padres no están en casa ahora y aquí está mi mochila, así que, ¿Me puedo quedar aquí? —pidió pegando su cara al brazo ajeno y viéndolo hacia arriba.

—No —respondió la pelirroja en lugar de su amigo—, es mejor que te vayas a casa. Ari debe descansar, ¡Y será mejor que no te opongas! —regañó al castaño.

—¿En serio? —se interpuso el de ojos bicolor—. ¿Vas a empezar?

—Es que tienes que hacerlo —persistió.

—Lillian, no te pongas así, puedo descansar hasta la noche. Tranquila.

—No, no deberías.

—¿En serio? ¿No debo? —le alegó el mayor.

La psicóloga se quedó callada al escuchar que Ari le aplicaba otra vez esa ley, pues sabía lo que le contestaría.

—Hice muchas cosas en mi vida que no debía... Y estoy donde me ves, así que, con una cosa más que no debo hacer, no me voy a morir. Miguel se queda y si no te parece, te vas —regañó levantándose del sillón y apuntando hacia la puerta.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora