Un viaje, un gato y una revelación inesperada

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Chifuyu Matsuno mira como el vehículo —el cual condujo hace unos minutos— se aleja a toda velocidad levantando consigo una nube de polvo. En el momento en que ya no lo logra divisar es consciente, por primera vez, que lo dejaron completamente solo en medio de la nada.

Asustado, voltea a ver hacia atrás. Da una mirada rápida a la fachada de la vieja casa de madera que está detrás de él y agradece que, por lo menos, su mamá dejó la puerta abierta antes de irse. Si no, tendría que esperar afuera del hogar de su abuela, por quién sabe cuántas horas hasta que regresen.

Suspira exhausto, da media vuelta y camina lentamente al interior de la casa, para prevenir de esa manera que alguna de las cosas que lleva caiga al piso. En la espalda trae colgando tres salveques —uno en el hombro izquierdo y dos en el hombro derecho—, en la mano derecha sostiene una enorme mochila de viaje negro y en la izquierda tiene agarrada una jaula negra en la cual va Peke J.

Con cada paso que da, Chifuyu no puede evitar preguntarse —cada vez más— por qué su mamá empacó tantas cosas para un viaje de una noche. Si él se hubiera dado cuenta lo habría evitado.

El día anterior la abuela y la mamá de Chifuyu estaban hablando por teléfono —como normalmente lo hacen todos los días— cuando, abruptamente, la abuela de Chifuyu cortó la llamada. Inmediatamente, la señora Matsuno se preocupó y llamó repetidas veces. Al décimo intento la abuela de Chifuyu contestó, pero colgó enseguida alegando que le empezó una migraña terrible, que iba a descansar y que no era necesario que se preocupen por ella.

Aun así, la señora Matsuno estaba tan preocupada que —sin importarle el tener que hacer el viaje sola y llegar en medio de la noche— planeaba ir de inmediato a la casa de su madre. Chifuyu al enterarse, la convenció para que esperara hasta al día siguiente, un sábado, para que él la pudiera acompañar.

Esta mañana, cuando Chifuyu llegó a la casa de su mamá, la señora Matsuno ya había metido todas sus cosas dentro del vehículo y se encontraba sentada en el asiento del conductor. Ella nada más estaba esperando que Chifuyu se subiera en el automóvil para irse.

Chifuyu al notar en el rostro de su mamá unas grandes ojeras —seguramente causadas por culpa de la ansiedad— se ofreció a conducir todo el viaje de ida. La señora Matsuno de inmediato se negó alegando que el cambio únicamente los iba a hacer perder tiempo, así que a Chifuyu le tocó ser un poco persuasivo —quitándole las llaves del vehículo— para que aceptara.

Las tres horas y media de viaje fueron tranquilas. El caos empezó cuando estaban a unos metros de su destino. La abuela de Chifuyu se encontraba en la entrada de su casa regando unas flores. En el momento que ella se percató del automóvil, tiró la regadera al piso y salió corriendo al interior del hogar. Corrió de una manera tan rápida que Chifuyu se cuestionó si en serio su abuela tiene más de setenta años.

Ni un segundo después de eso, la mamá de Chifuyu colocó la jaula para gato sobre el regazo de su hijo y abrió la puerta del vehículo. Chifuyu de inmediato frenó. La señora Matsuno aprovechó que el automóvil ya no se movía para bajarse y luego empezó a correr en dirección de la casa.

Chifuyu vio toda la escena atónito. Estaba seguro de que en cualquier momento las cámaras ocultas aparecerían y le dirían que todo era una broma organizada por su abuela y su mamá por no visitarlas seguido desde que ingresó a la universidad y se mudó.

Pero no fue así. En su lugar se escucharon unos fuertes estruendos provenientes del interior de la casa, seguidos de la inconfundible voz de la señora Matsuno, la cual gritó el nombre de Chifuyu y le ordenó que estacionara el vehículo frente a la entrada.

Tan rápido como un pestañeo, Chifuyu cumplió las órdenes que le dieron. Hace años no escuchaba a su mamá tan enojada, y lo último que deseaba era terminar recibiendo un sermón o castigo a sus veintidós años.

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