33: emoji pañuelitos.

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Durante el camino de vuelta, el cual se ha resumido en esperar veinte horas a un taxi, Damiano se da cuenta de que estoy demasiado cansada como para ir a ver a Laia. Si, aunque la idea fuese desayunar con ella, son casi las ocho de la mañana, y si, ya lo he dicho, la culpa ha sido por esperar un taxi. Además, el metro habría a las siete, podríamos haber ido por ahí, pero la que no he querido he sido yo, pero por tremenda pereza.

Apoyo mi cabeza en el hombro de Damiano y me distraigo con las caricias que hace en mi mano. Nuestras manos están agarradas y honestamente, tengo las manos enanas.
El taxista habla de algo con el italiano pero estoy muy cansada, en lo único que soy capaz de pensar es en la sopa que pienso hacerme cuando llegue a casa. Bueno, aunque realmente son macarrones con caldo, más que nada por la cantidad que le pongo. Sé que tienen otro nombre ese tipo de pasta, pero el italiano es Damiano y yo no tengo porque saberlo.

Dios, tengo mucho sueño.

El taxi se detiene en mi portal y Damiano se encarga de pagar al señor al que adoro por haberme traído. Salgo por la puerta contraria al italiano y busco las llaves en el bolso. Aunque un leve tambaleo delata que igual y no todo el alcohol había desaparecido de mi.

- ¿Puedo? - dice el italiano señalando mi bolso. Asiento y él rápidamente coge las llaves y yo sin esperar que me pregunte le digo cuales son.

Abre la puerta y me deja pasar, si es que es todo un caballero.
Mientras esperamos el ascensor pasa su brazo por mis hombros, me pega a él y deja un beso en mi mejilla.

Que poca duración tiene con la mascarilla.

Ah, si, seguimos en pandemia. Por si no os acordabais.

¿Por qué seguían los bares y discotecas abiertas después de Navidad? Porque si, en Navidad ampliaron las horas de cierre de los locales nocturnos y por lo menos en mi comunidad autónoma se han mantenido abiertos desde entonces. Cosas del gobierno imagino, pero no estoy en mis plenas facultades como para hablar de esto.

Me quito la mascarilla en cuanto el ascensor se abre. ¿Lo he hecho bien? No, pero la verdad es que tampoco la aguanto más.

Entramos y vuelve a ser el italiano quien pulsa mi planta. Me pongo de puntillas y le doy un beso corto en los labios. Le he pillado con la guardia baja. Sonrío y vuelvo a apoyarme en él.

- ¿Y eso? - susurra básicamente porque la puerta del ascensor se acaba de abrir y no queremos hacer demasiado ruido, aunque es muy probable que mis padres esten ya despiertos.

- No te lo pienso decir - sonrío y mientras le indico que llaves debe usar para abrir es ahí cuando aprovecha y es ahora él quién me da un beso corto. - ¿Y eso? - digo en tono burlón.

- No te lo pienso decir - abre la puerta y el primero en recibirnos es mi padre. Menos mal que me he separado.

- ¿Sana y salva? - le pregunta al italiano.

- Y libre de haber sido detenida - de verdad. Podrían llevarse mal, pero mal de verdad, no esto que fingen ser.


Un ataque de tos me despierta, me incorporo en la cama y es ahí cuando comienzo a notar como toda la ropa me molesta y el dolor de cabeza que tengo, el cual un noventa por ciento debe ser por la resaca, aunque rara vez he tenido, esta presente.
El italiano entra en mi habitación con una botella de agua, la verdad que tiene malísima cara. Mira que es guapo, pero hoy parece que me han dado su versión zombi. Obviamente no me quejo porque también me gusta.
Se sienta en la cama y yo me vuelvo a tumbar, me encuentro fatal.

- Tus padres han ido a la farmacia a por test de antígenos - frunzo el ceño y Damiano se deja caer a mi lado. Probablemente aprovechando que no hay nadie que vaya a asesinarle. Pasa su brazo por mi cintura y yo como buena aprovechada me giro y me abrazo a él. Que si, que incluso mala no pierdo la oportunidad.

Mamá, ¿te gustan los italianos? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora