Una vez ví, cómo la mamá de Azul atropelló a un pájaro.
Literal, no chillé por no querer hacerla sentir mal o culpable o algo por el estilo.
Por qué pues, fue en parte traumatizante; pero en parte también fue algo chistoso.
Estaba con Azul, esperando a que pasaran por ella y en lo que esperábamos, platicábamos y en lo que platicábamos, divagaba.
Entonces vi al pájaro, una pequeña paloma café, no era todavía una gran ave, probablemente era algo así como una adolescente en la sociedad de las aves, sí es que existía algo similar; estaba desorientada, caminaba y volteaba a todos los extremos de la calle, estaba asustada, caminaba y observaba a todas las grietas del pavimento.
Estaba ansiosa, pero no podía caminar, miraba y gritaba a todos los carros de la acera, había un ave perdida allí, una pequeña niña, pidiniendo ayuda, nadie escuchaba, todos dentro de sus latas, de sus celdas, de sus jaulas de cientos de kilos, miles de partes y millones de próximas y anteriores víctimas; todas estas jaulas con un solo propósito, avanzar.
El pájaro, le advertía a Azul que seguía hablando sobre algún tema de la escuela o de su familia o de su pareja; el pájaro, le advertía a los carros que seguían inhalando combustible y exhalando sucio, denso y sofocante humo negro; el puto pájaro, le advertía a todos los demás ignorantes espectadores del suceso, que veían o por lo menos se percatarían en algún futuro cercano de la conclusa existencia del pájaro; cuidado con el pájaro, le advertía no a la jaula de la mujer que cuidaba a mi acompañante, no a mi cuerpo que retenía mis ansias de saltar al rescate, no a todas las demás aves que observaban a su colega desaparecer debajo de esos extraños monstruos de metal.
Le advertía al pájaro, que en su último y desperdiciado momento de salvación, volteó a ver a la rueda que marcaría el final de su destino.
No cayó, no cerró los ojos, no se plasmo como la tinta en una imprenta, como si el pavimento fuera el papel de su copia; seguía parada, la paloma seguía de pie, con la cabeza tocando sus hombros (o lo restante de ellos), con su pecho conteniendo dentro de sí a su pico y su cuello (o lo restante de ellos), mientras que sus ojos, se fijaban completamente hacia el suelo, sufriendo y mientras abandonabamos nuestras esperanzas (o lo restante de ellas).
A mi izquierda solo escuché la última frase que Azul pronunciaría ese día
-no le digas nada.Se subió al carro y dentro de su borrosa conversación, expusieron la situación de la víctima que para el momento en el que la madre, ofreció darle marcha atrás a su máquina, para terminar con su sufrimiento; la mencionada victima ya se le había adelantado, teniendo ahora sus plumas implantadas no a su piel, si no a la calle en la que terminó su historia.