El agua subía poco a poco. Que la tierra me salve, porque en ese momento necesitaba la mayor suerte del mundo. Hice que unas ramas llevaran a Hefesto y Narcisa y corrí hacia donde ella me había señalado. Cada pocos segundos, Nix me lanzaba dos cuchillas violetas que yo paraba hábilmente con Excalibur. Sin embargo, me estaba cansando muy rápido, ya que yo no era un dios ni nada por el estilo: era un simple y débil humano. Aun así, conseguí derrumbar la parte del túnel que estaba detrás de mí y bloqueé a Nix entre los escombros, pero Dominus los atravesó con fuerza bruta mientras corría hacia mí a una velocidad vertiginosa. Cuando apenas estaba a cinco metros de mí, le lancé a Excalibur y, aunque este la paró con el escudo, la onda expansiva provocó que se estampara contra la pared del túnel. Llegó el momento, ya veía la luz al final del camino, mas Dominus no estaba dispuesto a dejarnos escapar y saltó hacia la herida Narcisa. Todo pasó muy rápido: Excalibur volvió a mi mano, Dominus le arrancó la lanza de la pierna a la chica, llenándose de sangre y con toda mi rabia y furia le asesté un golpe brutal con mi espada en el abdomen, dejándolo en el suelo.
El único problema que quedaba: el agua. Aguanté la respiración y todo se inundó. Agrandé el pequeño agujero por el cual entraba el agua con un espadazo y respiré tranquilo al saber que estaba casi en la superficie de la Atlántida. Nadé hacia arriba para coger aire, con Narcisa y Hefesto envueltos en raíces detrás de mí, y me quedé estirado en el suelo unos segundos, exhausto y casi acabado. Narcisa estaba herida, Dominus y Nix nos buscaban y yo no me conocía la Atlántida. Me acerqué a la chica e intenté hacer brotar unos tallos para curarla, como yo hacía conmigo mismo, pero no funcionaban... Solamente se secaban y morían. Entonces, justo antes de que cayera la primera lágrima, una voz me sobresaltó y me di la vuelta de golpe.
-¡Por las barbas de Cronos! ¡Eso no pinta nada bien!
-¡AH!
-Debemos de curar eso rápido, chico. Vamos al tajo. Agarra a la chica en brazos y sígueme- dijo Hefesto, dejándome desconcertado unos momentos- ¿Qué estás empanado? ¡Espabila, chico, un poco de sangre!
Hefesto era un hombre bajo, musculoso y deforme, con cabello escaso y una barba negra poco cuidada de color carbón. No llevaba nada que le cubriera el torso y tenía unos pantalones marrones con una falda de malla metálica. Además, sus manos eran muy peculiares, ya que su piel parecia ser hecha de una piedra agrietada pero a la vez suave.
Invoqué unas ramas para que llevaran a la chica por mí, ya que estaba demasiado cansado, y seguí a Hefesto con la energía que me quedaba.
-Tú eres el dios del fuego y la forja, ¿no? Una pregunta: ¿por qué le has dado un escudo y una armadura a Dominus?- pregunté manipulando unas hojas y procurando que Narcisa estuviera lo más cómoda posible.,
-Esa despreciable rata arrastrada de Nix me ha hechizado para que cumpliera su voluntad: armar y blindar al Mermado. Ella únicamente puede hacerlo si establece contacto físico contigo y, además, no puede manipular a más de un ente. Eso sí. Si consigue pillarte, estás fastidiado, porque se te nubla la mente casi por completo y es improbable librarse solo. Por cierto, ¿cómo te llamas, chico?
-Mi nombre es Bruce Pendragon. ¿Y ahora dónde vamos?
-¿Cómo que a dónde vamos? ¡Al Hospital de Asclepio, en el centro de la Atlántida! Allí tendrán los artilugios para sanar a Narcisa.
Caminamos por las silenciosas y vacías calles de la ciudad, preguntándonos dónde había ido a parar el típico ambiente de esa gran urbe.
-Hemos llegado- Hefesto paró enfrente de un enorme edificio con forma de caracol marino.
Entramos y, como en las calles, parecía no haber absolutamente nadie. Hefesto me llevó a una sala grande, en la cual las paredes y el techo tenían formas curvadas. De hecho, no había líneas rectas ni ángulos de noventa grados. Había una especie de cama de enfermería en el centro de esta y el dios forjador me dijo que dejara estirada a la chica allí.
-Voy a preparar un tratamiento yo mismo para que al menos pueda caminar, ya que no tengo ni idea de dónde están los atlantes... Pero ojo piojo, chico. No puedo sedarla ahora porque si lo hago, no servirá de nada el tratamiento. Deberás calmarla y mantenerla quieta si se despierta por el dolor.
Hefesto estaba montando a velocidades inhumanas una máquina compleja, pequeña y tubular, con una correa. Por un momento me recordó a mi profesor de tecnología.
Se dio la vuelta con la máquina en la mano y me miró.
-Estos dos aros los retiraré y los colocaré en los dos lugares donde la herida está abierta. Ceñiré la correa alrededor de la pierna, montaré el tubo dentro de uno de los aros y entonces apretaré este botón para comenzar el proceso de sanación rápida. El tubo se volverá intangible y se transformará en una luz que irá cambiando de color a medida que el proceso avanza. ¿Preparado?
Miré a la chica y, con cierto pesar, asentí. Hefesto colocó la máquina en posición y apretó el botón. Est emitió un sonido grave y siniestro, como si saliera de las profundidades oceánicas, y la parte del tubo se transformó en un conjunto de rayos de luz violetas de diferentes grosores. Agarré la mano de Narcisa con fuerza y vi como su expresión cambió a una de sufrimiento. Las luces pasaron de ser violetas a ser azul. Sentía como a la chica se empezaba a mover, a temblar y a apretar los dientes. La luz pasó a ser de un verde esmeralda. Estando muy desorientada, Narcisa abrió los ojos, llenos de lágrimas. Le puse la mano en la mejilla, me acerqué a su cara y le dije que solo me mirara a mí. La luz ya era amarilla. Narcisa me apretó la mano muy fuerte, tanto que invoqué unas ramas rocas y, sorprendente, unas placas de un metal para recubrirme la mano y protegerla. Naranja. La chica se empezó a revolver en la camilla y a intentar quitarse la máquina de la pierna. Hefesto se enfadó, dijo las palabras más malsonantes que había escuchado en mi vida y me gritó que calmara a la chica de la forma que sea. La luz llegó a ser de un rojo vivo y furioso. Narcisa pegó un grito tan fuerte que casi me dejó sordo e invoqué varias ramas para intentar inmovilizarla.
-¡Casi estamos, chico, pero para acabar necesito que la calmes ahora! ¡VAMOS!
Al ver que era imposible calmarla hablándole, tomé una decisión no muy usual y tal vez un poco atrevida. En un momento que Narcisa cerró la boca, la besé con toda mi esperanza puesta en que se relajaría. Para mi alivio, la chica dejó de intentar quitarse la máquina y retiré todas las rocas, ramas y metales que había invocado. Me acompañó en el beso y las lágrimas dejaron de resbalar por su mejilla. La máquina iluminó la sala con una luz blanca y pura y se apagó de golpe.
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Atlante
AdventureNarcisa, de sangre divina y raíces atlantes, disfruta de su maravillosa vida en el mundo humano, hasta que el destino de la Atlántida, se ve amenazado por un matadioses. Un ser inmortal llamado Dominus, el Mermado, que no desistirá en su deseo de de...