Lotófagos 02

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"Has navegado a la tierra donde el tiempo es siempre por la tarde".

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Después de escuchar lo que dijo Herstal, Albariño se quedó quieto por un momento y parpadeó, como si no hubiera esperado que la otra persona pidiera esto, aunque, de hecho, fue él quien lo había sugerido desde un inicio: "Puedo exprimir esos malos pensamientos de tu mente".

Durante uno o dos segundos se limitó a mirar a Herstal, cuyos iris eran de un azul irreal bajo la luz excesivamente brillante del cuarto de baño, con la sangre arrastrándose por aquellos ojos y una malsana negrura verdosa extendiéndose por la piel debajo de ellos.

Si Albariño fuera un amante considerado, se habría ofrecido a decir "deberías ir a dormir un rato" como habría hecho la mayoría de las veces con sus anteriores amantes en el pasado, pero, aparentemente, no lo sería en este momento, ni mucho menos cuando se enfrenta a la cara de Herstal. Así que mantuvo su sonrisa habitual y se inclinó suavemente hacia delante para besar la comisura de los labios de Herstal.

"Está bien". Respondió con sencillez, tal como había respondido al otro hombre cuando Herstal le había llamado antes.

Al minuto siguiente, una de las manos de Albariño agarró los hombros de Herstal repentinamente y lo empujó con fuerza contra la pared. La parte posterior de la cabeza de Herstal golpeó la fría y blanca baldosa de cerámica, emitiendo un sonido agudo y bajo.

Siguiendo el viejo tema de, 'si Albariño fuera un amante considerado', entonces habría puesto una mano en la parte posterior de la cabeza de Herstal, pero no había necesidad de hacer esto, porque Herstal no necesita este tipo de cosas. En momentos como éste, siempre parecía haber una línea de palabras visibles en el ambiente para decirle lo que el otro hombre necesitaba: Herstal necesitaba dolor, aspereza, y una emoción más fuerte que supere todo los sentimientos anteriores. Ciertamente todo esto era en vano, una dilación innecesaria antes del final inevitable, pero...

Albariño permaneció en silencio, extendió la mano y desabrochó el saco de Herstal, quien le puso una mano en el hombro, cooperando para liberarse de esa prenda. La tela crujió y se amontonó bajo sus pies, mientras Albariño giraba la cabeza ligeramente hacia un lado para mordisquear el costado del cuello del otro hombre, hundiendo sus dientes en la pálida piel siempre oculta. Herstal resopló suavemente e inclinó la cabeza para acompañar sus movimientos, un gesto que parecía casi sumiso.

Sin embargo, Albariño sabía que a Herstal no le gustaba este tipo de comportamiento, la cicatriz en su cuello que nunca podría desvanecerse lo explicaba claramente, y cuando Albariño mordió levemente la piel, pudo sentir el cuerpo de Herstal tensarse, pero el hombre siguió sin hacer nada.

Así que Albariño procedió a desabrochar el chaleco de Herstal. Entendía que su profesión de abogado requería la misma búsqueda estética que el trastorno obsesivo compulsivo de esta persona, pero ¿realmente Herstal nunca había encontrado muy molesto vestirse así? Sus dedos cayeron sobre el cuello de la camisa del otro hombre y, con un tirón áspero y fuerte, los botones de la camisa se desprendieron.

Albariño lo escuchó respirar hondo, y el sonido provocó una vibración en la garganta ajena, haciéndole sentir un ligero temblor de la carne justo debajo de sus dientes.

"¿Te gusta duro?" preguntó Albariño, sin controlar su agradable y ascendente voz, la cual realmente parecía compasiva y tierna en este momento, y no del tipo sarcástico que usaría como 'el jardinero dominical'. Sus labios todavía estaban presionados contra el cuello de Herstal, y podía sentir el pulso cálido y palpitante de sus venas, y aunque la piel oculta bajo la prenda parecía sin sangre a la luz del día, se veía extrañamente viva.

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora