Dentro del bosque

15 0 0
                                    


Era una noche clara y resplandeciente cuya luna iluminaba como un farol de fuego blanco. Aquello los reconfortó, ya que no podían encender ningún fuego si querían despistar a sus perseguidores. Hacía tres días que huían de los guardias; los perseguían a campo travieso con tanto ímpetu como si fueran culpables de un regicidio. En verdad, su único delito había sido robar el templo y el palacio de la villa Hefei, un sencillo poblacho al sureste del reino, cerca de los límites exteriores. Pero no había entrado en cálculo la inesperada visita del señor Kibe Rihei, gobernantes de aquellas tierras. Fue así que, de un momento a otro, se encontraron con calles repleta de soldados y guardias que controlaban la circulación de cada hombre y mujer y apresaban a cualquier extraño de aspecto sospechoso. El resultado fue una retahíla de improvisaciones y cambios de planes de último momento.

Todavía no entraban en cuenta cómo habían podido realizar el robo y salir ilesos... Pero tampoco tenían mucho tiempo para procesarlo, pues para ese entonces habían cabalgado sin descanso llevando los costales del botín cargados sobre la grupa de los caballos con la constante amenaza de sus persecutores. Con el caer de la noche, Aiken decidió dar un descanso a la Compañía Joven, como se llamaba su pandilla. Él y su hermano habían sido los fundadores: una banda de saqueadores que tenía la peculiaridad de formarse en su mayoría por jóvenes de entre catorce y veinte años.

- No podemos detenernos, todavía hay tiempo para ganar terreno – Baiyu, un chico de origen oriental, había sido el primer reclutado para la pandilla; era el más intrépido, corajudo y seguro de sí mismo (cuasi narcisista). Era así que su nerviosismo dejaba a las claras que las cosas no habían salido bien

- Es imposible continuar sin un descanso con todo lo que llevamos – sentenció Aiken ante la expectante mirada de sus camaradas y se acomodó en un rincón de la hierba apoyando su espalda contra una roca.

- Entonces debiste repartir la carga con tu hermano.

- Ese no era el plan – respondió sin ánimos de comenzar una discusión, pero la terquedad de Baiyu era algo que le molestaba -. Ellos necesitaban ir ligeros para poder atraer la atención de los soldados.

- ¿Entonces por qué todavía tenemos guardias oliéndonos el culo?

- Si no hubiéramos seguido el plan, ya nos habrían capturado.

- Querrás decir tu plan – recriminó Baiyu.

Inmediatamente la situación se descontroló. Aiken se puso de pie iracundo y le hubiera dado una buena tunda si no fuera porque el resto de sus camaradas se interpusieron y lo sujetaron con fuerza.

- ¡SI! ¡Fue mi plan! – gritó descontrolado mientras se zambullía en los brazos de sus colegas con intención de liberarse - Porque tu estúpido plan de saquear Hefei nos trajo a donde estamos. ¿Acaso no habías considerado que el mismísimo señor Rihei estaría presente? ¡Eres un idiota! Tu plan podría haber causado la muerte de todos tus compañeros.

El fervor acabó con Baiyu alejándose entre la sombra de los árboles, más allá de donde habían atado las monturas. Aiken volvió a tomar la calma; en cierta forma, sabía que su amigo estaba en lo correcto. Tras huir de la ciudad con el botín, él y su hermano habían decidido dividirse para despistar a los soldados. No obstante, un grupo de guardias iban tras ellos sin descanso y los obligaban a acelerar el paso. Aiken esperaba dejar las fronteras del reino y así librarse de sus perseguidores, pero a ese ritmo sabía que le darían alcance primero.

Recorrió el improvisado campamento que habían armado para pasar la noche. Había silencio, un completo silencio que era poco habitual en los saqueadores luego de adquirir un nuevo botín; allí deberían escucharse cantos, risas y juegos regodeando cada rostro, pero lo que ahora notaba en sus camaradas era incertidumbre y desosiego. A los primeros que encontró fue a los traviesos gemelos Feré, Guili y Gerve, que jugaban desanimadamente con unas piedritas; prefirió no interrumpirlos y dejar que se consuelen entre hermanos. Luego divisó a Arces, el más gruñón, arrinconado en soledad como era su costumbre; los últimos acontecimientos no lo habían ablandado, por lo que una sola mirada le bastó para seguir de largo. Por último tropezó con Mere y le extraño verla callada y pensativa sentada junto a Najma, el nuevo, pues la ávida chica siempre le jugaba pesadas bromas.

Dentro del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora