El comienzo

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Era un día normal, tan normal como todos los demás hasta el momento en la vida de Cassiel.
El joven estaba preparándose para otro día en la universidad, aunque se había levantado tarde e iba con prisa, dejando su desayuno medio terminado y poniéndose los zapatos entre tropiezos. Salió corriendo por la puerta, fijándose si la cerraba bien, y continuó corriendo por las calles de su ciudad; era una mañana fría, había un poco de niebla y la gente iba bien abrigada. Por alguna razón, él era el único que corría, arruinando la tranquilidad de todo aquel que se cruzaba, pero eso a Cassiel no le importaba mucho.
«¿Debería tomar el autobús? Mierda, tal vez eso me haría llegar tarde...» Se decía mentalmente, sin dejar de correr. Cuando se acercaba a la parada pudo ver cómo algunas personas entraban en el autobús, cuyo conductor ya estaba preparado para cerrar las puertas y volver a la carretera. Él comenzó a agitar sus brazos, aún corriendo, a varios metros del lugar:

- ¡Eh! ¡Espere un poco, por favor! ¡Tengo mucha prisa!

El conductor estaba mirando por el espejo al lado de su ventana mientras el último pasajero usaba su tarjeta para pagar. Éste miró a Cassiel, que pensó que avisaría al conductor para que esperara un poco más, pero en lugar de hacer eso sólo se dio la vuelta y se dirigió al asiento libre más cercano.
«Será hijo de...» Pensó mientras se detenía a tomar el aliento y veía al autobús marcharse. «Me miró y aún así no le dijo nada al conductor... Cabrón.»

Aunque corriera ya no llegaría a tiempo, esa fue la idea que lo empujó a seguir su camino a la universidad con calma, ya que estaba exhausto y no quería llegar empapado de sudor y apestando. También se le ocurrió la idea de que algún conductor compasivo lo vería allí, atrasado y cansado, y le ofrecería acercarle hasta la universidad.

- ¿Y yo aceptaría?

Una mujer que pasaba por su lado lo miró, curiosa, preguntándose a quién iba dirigida la pregunta. Él se rascó la cabeza un poco avergonzado y continuó su camino con la cara de esa mujer en mente. «Era bastante atractiva...» Después de un largo trecho caminando por las frías cayes matutinas, en las que las farolas se habían apagado y los rayos del sol las sustituían, llegó a su universidad, un edificio viejo y desagradable a la vista, pero al que Cassiel ya estaba más que acostumbrado.

Caminó por los pasillos; algunos alumnos iban de acá para allá, al servicio o de vuelta de éste, tal vez a pedir algo de otra clase, a pedir algo para algún profesor en la sala de conserjes, de vuelta a sus casas por sentirse mal o simplemente por aburrimiento, o tal vez, y sólo tal vez, llegando tarde igual que él mismo. Un profesor que no se encontraba dando clase en ese momento lo miró con el ceño fruncido y señalando el reloj:

- Sí, lo sé lo sé, una mala mañana la tiene cualquiera, ¿no?

Pero el hombre ya estaba caminando en sentido contrario. «Déjeme en paz, joder»

Una chica lo miraba a lo lejos, por supuesto no la conocía de nada, pero aún así se puso algo nervioso cuando ella le dirigió una sonrisa, a la cual él respondió con otra. Entró lentamente por la puerta de su clase, con la anciana profesora explicando tal vez una teoría de Pitágoras, o quizá su posición sobre el feminismo y la opresión machista. Cassiel no dijo nada, y todos hicieron lo mismo. Pasó el resto de las clases en silencio, ningún profesor le decía o preguntaba nada, ninguno de sus compañeros le hablaron y todas sus aportaciones a la clase pasaban tan desapercibidas como él mismo. Un día como otro cualquiera...

Al acabar el horario lectivo el joven se dirigió alegre a la cafetería donde solía pasar el tiempo con sus amigos, beber algo, pasar el rato, compartir anécdotas... Después de aquel tiempo tan monótono, estaba deseando hablar con alguien y divertirse un poco. Allí pudo verlos, ya sentados en el lugar de siempre y riendo por las tonterías de uno de ellos, David, al que todos llamaban Dav, mote que a pesar de raro, había conservado a lo largo de todo el año.

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