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Otro día en la casa Qiu, Shen Jiu limpiaba la habitación que le había sido encomendada. Estaba casi al final de su tarea cuando una interrupción llegó como un viento inesperado. Qiu Jianluo, con su entrada deslizante, llamó su nombre con un tono dulce pero a la vez envuelto en desdén.

— A-jiu~ — susurró con una suavidad que encubría su desprecio.

Shen Jiu suspiró internamente: 'Aquí vamos otra vez', atrapado en la misma rutina interminable.

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— Me alegra que nos hayan asignado una misión. Para ser sincero, la monotonía de Cloud Recesses ya comenzaba a pesarme

dijo el cultivador con un suspiro de alivio. Su rostro, iluminado por los últimos destellos del sol, reflejaba un atisbo de entusiasmo. Todos saben quién es YiLing LaoZu, el infame creador del cultivo demoníaco, cuyo nombre evoca tanto temor como respeto. A su lado, uno de los hermanos Jade, HanGuang-Jun, avanzaba con paso firme y sereno por el bosque, su presencia imponente contrastando con la delicadeza del entorno. Juntos se dirigían hacia el pueblo Qiu, cuyas sombras se alargaban ante ellos mientras los rumores de cadáveres feroces susurraban a través del viento.

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Qiu Jianluo sostenía a Shen Jiu por el cabello, un dominio cruel sobre su víctima. La parte derecha del rostro de Shen Jiu estaba bañada en sangre, sus manos, heridas y enrojecidas por los golpes de un palo de escoba que se había partido en dos, dejando astillas y una posible fractura en una de sus manos.

— Qué encantador te ves así, A-Jiu — murmuró Qiu Jianluo con un tono que mezclaba burla y terror. Shen Jiu intentaba regular su respiración mientras escuchaba. — Me alegra haberte adquirido, pero recuerda, el destino de un esclavo es eterno — continuaba con su discurso cruel, pero fue interrumpido por la voz de una sirvienta.

— Joven Maestro Qiu — llamó la sirvienta. Qiu Jianluo, a regañadientes, respondió. Si no lo hubieran llamado, habría seguido jugando con su juguete predilecto.

— Ya voy — replicó, y antes de marcharse, se inclinó para susurrarle al oído a Shen Jiu. — Eres y serás siempre un esclavo, sin importar que te cases con mi hermana; nada cambiará — y tras estas palabras, lo soltó y se retiró con una sonrisa fría.

Shen Jiu se decía en su mente: "Haitang es solo una amiga, como una hermana menor; no puedo imaginarla como esposa ni madre de mis hijos. Es demasiado ingenua. Debo curarme y dejar de pensar en estas ilusiones." Se levantó y caminó hacia su habitación, dejando atrás el eco de su tormento.

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En medio de un dolor creciente, Shen Jiu sabía que debía encontrar la canasta. Sus manos temblaban al intentar descubrir su manga derecha. Al examinar su mano, se dio cuenta de lo severo de la herida: la piel estaba abierta, magullada y llena de astillas, con rastros de sangre. La escena era inquietante para un niño. Shen Jiu, que había conocido la lucha por la supervivencia, recordó de pronto una promesa hecha por Haitang. Decidido, buscó la canasta y encontró una botella de alcohol y vendas. El contacto con el alcohol fue punzante, y al empezar a extraer las astillas, notó que la mano no dejaba de sangrar. Con rapidez, intentó vendarse mientras se aferraba a la esperanza de que el dolor cesara. Las mangas de su camisa, que antes eran blancas, estaban ahora manchadas de rojo. Al acercarse a su ropa, un grito lejano de su prometida lo hizo detenerse.

La voz melódica de Qiu Haitang resonó suavemente en el aire, llamando a Shen Jiu con un tono que parecía acariciar el alma.

— ¿Estás ahí?— preguntó, su voz impregnada de una calidez que invitaba a la cercanía. Shen Jiu, reconociendo el timbre querido, respondió con un —sí— lleno de afecto.

Mi nueva familia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora