03

375 67 2
                                    

Esa misma noche, y aún sin conocerte, soñé por primera vez contigo.Al día siguiente te instalaste, pero, por mucho que estuve espiando, no te pude ver el rostro. Esto aumentaba mi curiosidad. Finalmente, al tercer día te vi y la sorpresa fue conmovedora. Eras tan distinto, con tan poca semejanza a mi imagen infantil de un dios paternal ... Había soñado con un viejo bonachón y con gafas, pero llegaste tú, con el mismo aspecto que tienes ahora, un hombre que no cambia, para el que los años no pasan.

Vestías un encantador traje deportivo gris claro y subías la escalera de dos en dos, con tu juvenil e incomparable estilo. El gorro lo llevabas en la mano, por lo que, con indescriptible sorpresa,pude ver tu radiante y despierto rostro y tu cabello lleno de vida. Me asusté de lo joven, guapo, esbelto y elegante que eras. Es extraño que en ese primer segundo pudiera descubrir eso que en ti me sorprende y sorprende a los demás. Vi que eras dos personas en una: un joven ardiente, impulsivo y aventurero, y, al mismo tiempo, en tu arte, un hombre enormemente serio, responsable y cultivado.

Sin darme cuenta percibí algo que después vieron todos, que llevabas una doble vida,una vida con una superficie abierta al mundo y otra en la sombra, que sólo tú conocías. Esta profunda ambigüedad, el misterio de tu existencia, me atrajo desde el primer momento, cuando sólo tenía trece años.¿Entiendes ahora, amor mío, qué maravilla, qué enigma más seductor debiste resultarle a aquel niño?

Descubrí que esa persona a la que tanto se respetaba por haber escrito libros, por ser famoso en ese otro mundo, era un joven animoso y elegante de veintitres años. No necesito decirte que desde aquel día, en nuestra casa, en mi pequeño mundo infantil, lo único que me interesó fuiste tú. Mi vida giraba alrededor de la tuya, tu vida me preocupaba con toda la insistencia, la obsesiva obstinación de un niño de trece años.

Te observaba, vigilaba tus costumbres y la gente que venía a verte, y todo ello, lejos de disminuirla,aumentaba la curiosidad que sentía por ti. Esta dualidad tuya se expresaba claramente en la variedad de tus visitantes. Venían personas jóvenes, estudiantes, amigos tuyos con los que te reías y divertías. Después estaban los chicos que llegaban en coches lujosos. Alguna vez vi al director de la Ópera y el gran director de orquesta -aquel al que tenía respeto sólo con verlo de lejos en la tarima-. También se escabullían por tu puerta algunos muchachos jóvenes,estudiantes de la Escuela de Comercio. En fin, muchos y muchos chicos.

Yo nunca me preocupé por todo eso, ni siquiera cuando una mañana, al ir al colegio,vi salir a un muchacho totalmente desarreglado. Yo sólo tenía trece años, y no sabía que la curiosidad especial con la que te miraba y espiaba se llamaba amor.Pero todavía recuerdo perfectamente el día y la hora exacta en que te entregué mi corazón para siempre.

Había salido a dar un paseo con una amiga del colegio y estábamos charlando en el portal. Llegó un coche, se paró, y de él saliste tú, de ese modo impaciente y espontáneo que todavía hoy me enloquece.Viniste hacia la entrada. No sé qué me impulsó a abrirte la puerta y ponerme en tu camino, de modo que casi tropezamos. Me miraste con calidez, suavemente, y me sonreiste con ternura -sí, con ternura, no lo puedo describir de otra forma-.Me dijiste con una tenue y afable voz:

«Muchas gracias, jovencito»

Eso fue todo, querido. Pero desde ese segundo, desde que sentí esa tierna y suave mirada, quedé a tu merced. Después comprendí que esa mirada que atrae,que te envuelve y te desnuda a la vez, esa mirada de seductor consumado, era tu modo de mirar a todos los chicos que se cruzaban en tu camino, a cualquier vendedor que te atendía, a cualquier criado que te abría la puerta.

No eres consciente de la fuerza de esa mirada, que tu ternura hacia los chicos hace parecer más dulce y afectuosa en su insistencia. Pero yo, con trece años, no sospechaba nada de eso, vivía como sumergido en fuego. Creí que esa ternura sólo era para mí, para mí solo. Como adolescente, en un segundo, se despertó en mí el hombre que había de enamorarse de ti para siempre.

-¿Quién es él? -preguntó mi amiga.No le pude responder al momento. Me resultaba imposible pronunciar tu nombre: en ese segundo, en ese único segundo, se convirtió en algo sagrado, en un secreto.

-Ah, un vecino de esta casa -tartamudeé de forma poco elegante.

-Pero, ¿por qué te has puesto tan rojo cuando te ha mirado? -se burlaba mi amiga con la malicia de una niña curiosa.Y precisamente porque sentía que se reía de mi secreto, las mejillas se me sonrojaron todavía más.

Contesté de un modo tosco por lo embarazoso de la situación. -¡Tonta! -le dije con agresividad.

Me hubiese gustado ahogarla, pero ella se reía aún más escandalosamente, con más ironía; yo sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas por la rabia que me invadía, y eché a correr por las escaleras, dejándola plantada en el portal.Desde aquel momento te quise. Sé que muchos hombres te lo han dicho a menudo, a ti, tan mal acostumbrado, pero créeme, ninguno te ha querido tan devotamente como yo, ninguno te ha sido tan fiel ni se ha olvidado tanto de sí mismo como lo he hecho yo por ti. No hay nada en el mundo que sea equiparable al secreto amor de un niño que permanece en la penumbra y tiene pocas esperanzas.

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora