—Lo lamento, abue —sollocé sintiendo cómo mi cuerpo dolía por la fuerza que estaba poniendo en contenerme—, lamento no haber estado a tu lado cuando te fuiste... lamento haber hecho las cosas tan mal... lamento no poder tenerte a mi lado... Abuelita, te necesito tanto... Te necesito aquí, conmigo... Por favor, quiero que me perdones, que me abraces, quiero que estés de nuevo conmigo, por favor, abue, porfa...
Hundida en el dolor, yo lloraba mientras las fuerzas de levantarme no volvían a mí. Me estaba pasando de todo y yo no tenía en quien apoyarme. Y, aunque bien sabía que no debía bajar la guardia, ya no me quedaban fuerzas ni de ponerme en pie.
» Me he equivocado tanto —confesé apenada—, he hecho tantas cosas mal que ya no puedo más con las consecuencias, abue, de verdad que ya no puedo... No sé qué hacer, ni siquiera sé por qué razón volví aquí —confesé y lloré un poco más, desahogando mis penas con alguien que, mientras vivió, siempre me escuchó y que de verdad esperaba, ahora, me escuchara desde el cielo.
» El abuelo me odia y a mí me duele —comencé a enumerar todo lo que me hacía peso en el alma y entorpecía mi andar a un futuro que en realidad no anhelaba—... mi hija ni siquiera me conoce y me duele... Fabián me duele como no tienes idea... Abue, quiero que me abraces, quiero que me beses y que me digas que todo va a estar bien, que no estoy sola... Estoy tan sola... Abuelita, no quiero estar sola...
Yo me había equivocado, todo era mi responsabilidad, claro que lo sabía. Pero en serio estaba arrepentida. Además, yo creía que ya había pagado mucho por mis culpas; pues definitivamente no era como si todo lo que había pasado hubiera sucedido porque así lo pedí.
En la soledad y el silencio de un cementerio en penumbras, recordé que mi abuelo siempre dijo que, desde chica, yo pintaba para ser lo que en el futuro sería. Aunque no creo que en ese tiempo él esperara que yo terminara siendo madre soltera y una fracasada.
» Me gustaría que él estuviera orgulloso de mí —dije con demasiadas lágrimas empapándome el rostro, y pude recordar las palabras que, antes de que yo la regara tanto, mi abuela me había dedicado muchas veces
«Hagas lo que hagas, yo siempre estaré orgullosa de ti —escuché en el fondo de mí y lloré un poco más—. Lici, las cosas que valen la pena nunca son fáciles de obtener. Hay que pelear por lo que amamos, siempre hay que darlo todo de nosotros por eso que en realidad deseamos obtener. Nunca hay que rendirnos»
» Yo ya me rendí —declaré sintiéndome de verdad derrotada por mi horrible vida—, no puedo seguir cargando esperanzas, ya no quiero perder más.
«Cuando las cosas se pongan difíciles, cuando sientas que el peso sobre tus hombros no te deja avanzar, siéntate a descansar y respira profundo, deja la carga en el piso, renueva tus fuerzas, recuerda la razón de que sigas avanzando y, cuando estés lista, vuelve a caminar. Recuerda que con los pies descansados podrás llegar mucho más lejos.»
» Pero ya no hay camino, abuela, siento que estoy en un hoyo del que no voy a salir jamás.
«Siempre hay salida. En la vida, Lici, todo tiene solución, y las cosas llegan cuando tienen que llegar. No te olvides de que todo es temporal; en esta vida nada es para siempre, ni las personas, ni las cosas buenas y las cosas malas tampoco.»
» Te necesito tanto, abuela.
«Yo siempre estaré para ti, apoyándote, cuidándote, amándote. Aunque no puedas verme, siempre estaré a tu lado»
Recordando todo lo que alguna vez me dijo, lloré tanto que acabé con las lágrimas, y de pronto no salió ni una más.
Me quedé sentada en el piso, con las rodillas dobladas frente a mí y dejé que el peso de mi cabeza cayera frente a mi cuerpo, encorvando un poco mi espalda, descansando así unos hombros que ya no se sentían tan pesados luego de desahogarme un poco.
Cerré los ojos y dejé que mi respiración se normalizara con esa apabullante nada que me envolvía.
Una suave ráfaga de viento me envolvió, llenando mis pulmones del aroma de las flores que mi abuela adoró en vida, permitiéndome respirar tan profundo que, por primera vez en mucho tiempo, me sentí llena de paz.
» Vendré cada que pueda —prometí a la mujer que más había amado en la vida, limpiando las últimas lágrimas que derramaría ese día, pues yo no le dejaría ver mis lágrimas a uno que solo me regalaba sonrisas.
Estaba bastante oscuro cuando me levanté del frío suelo en que mi abuela descansaba en paz, decidida a salir del hoyo em que había caído; me levanté descansada después de estar tirada en el piso y dejé atrás ese lugar que dolía de tanta soledad.
Minutos después llegué a casa de mi abuelo y toqué a la puerta para encontrarme con alguien muy sorprendido.
—¿Dónde estabas, Alicia? —preguntó casi regañándome mi abuelo, luego me escaneó con la mirada y, cambiando su expresión a una de preocupación, hizo una nueva pregunta—: ¿Qué te pasó?
Suspiré.
—Estaba en el cementerio —informé—, me ha pasado tanto que ya no podía cargar más, y pensé que estaba bien que ella me escuchara un poco.
Mi abuelo me miró dolido.
» ¿Y Diego? —pregunté.
—Está dormido en mi cama —informó el hombre.
—Subiré por él, ¿no te importa? —cuestioné, aunque no esperaba una respuesta, quizá por eso me sorprendió que dijera que sí.
—Claro que me importa —aseguró mi abuelo—, ¿sabes qué hora es?
—Lo sé, es tarde y lo lamento —aseguré—, pero no quiero molestar más.
—Alicia, sé prudente —pidió mi abuelo.
—Eso intento —dije no pudiendo contener mis lágrimas, había quedado sensible y estaba de pie frente a otra cosa que me dolía: mi abuelo—. No te condenaré a una noche cuidando a mi hijo, pues, además, no me iré sin él. Diego es lo único que tengo y lo necesito ahora más que nunca.
Subí por mi hijo, acariciando su rostro lo besé, lo levanté en brazos y bajé dispuesta a ir a casa.
—Alicia... —habló mi abuelo al verme llegar hasta la entrada de su casa.
Pero yo no discutiría con él, estaba cansada, así que interrumpí lo que fuera que quisiera decir.
—Disculpa las molestias... y gracias por todo —dije y salí del único lugar en que de verdad quería estar.
Pero de verdad no dejaría a mi hijo, pues, en ese momento más que nunca, necesitaba sentir que no estaba sola. Pues, aunque lo que más necesitaba era quedarme en esa casa, sabía bien que mi abuelo no me lo permitiría.
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Muchas veces, en nuestros recuerdos, están las respuestas a esas preguntas que hacemos a los que ya no están. Este capítulo lleva dedicatoria especial a esas personitas hermosas que hace tiempo dejaron este mundo en que hoy vivimos sin tanto amor y sin tanto sentido ahora que no están.
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RECUPERÁNDOLOS
ChickLitAlicia lo perdió todo en el pasado, incluso las ganas de pelear por mantener a su lado eso que le pertenecía. Dispuesta a rehacer su vida, siete años después, regresa a un lugar donde cree nada hay para ella. Y, sin siquiera desearlo, la vida le da...