No quise investigar más la última vez que lo vi, estaba muy lejos y yo muy cansado como para correr a verlo de cerca, pero esta vez era más que evidente, que incluso hasta parecía una broma. No pude evitar mover mi mirada y hacerme de ojos ciegos cuando desde los árboles se escabullo hasta el matorral de rosas en mi patio justo cuando yo acababa de tender la ropa. Él me miraba con sigilo, pero no era un muy bueno escondiéndose, menos con esa gigantesca calabaza en sus hombros, algo parecido a un casco anaranjado, de un color tan vibrante que resaltaba entre el escarlata de las rosas y el verde obscuro de sus hojas.