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Quién podía saber si algún día me reclamarías a tu lado, ni que fuese por el corto espacio de tiempo de una hora. Y por esa única y posible hora renuncié a todo,sólo para quedarme libre para cuando tú te decidieras a llamarme por primera vez.

¡En qué se había basado toda mi existencia hasta el momento en que desperté de la infancia sino en una espera, siempre a la espera de tu voluntad!

Y esa hora al fin y al cabo llegó, aunque tú ya no sabes cuándo fue.

¡Ni te acuerdas, querido! Tampoco entonces me reconociste.¡nunca, nunca me has reconocido, nunca!

También debo decir que ya me había cruzado contigo a menudo en los teatros, los conciertos, en el parque, por la calle... y cada vez me daba un salto el corazón, pero tu mirada simplemente pasaba de largo: cierto, externamente había cambiado mucho, yo, aquella criatura tímida me había convertido en un hombre, de buen ver según decían, vestido con ropa cara, rodeado de admiradores.

¡Cómo hubieras podido suponer que aquel joven escualido que habías visto en la penumbra de tu dormitorio, era yo!

Alguna vez te saludaba el caballero con el que yo iba. Tú le respondías y, al alzar los ojos,mirabas hacia mí, pero tu mirada era de cortés indiferencia, de reconocimiento,sí, pero en realidad no me reconociste nunca; era una mirada distante, terriblemente distante.

Un día, aún me acuerdo, el hecho de que te olvidases de mí, algo a lo que yo estaba prácticamente acostumbrado, se convirtió en un suplicio: yo estaba en un palco de la Ópera con un amigo y tú en el palco de al lado. En la apertura las luces se apagaron, ya no te podía ver la cara, sólo sentía tu respiración tan cerca de mí como en aquella noche, y tu mano estaba apoyada en la barandilla de terciopelo que separaba los palcos, tu mano fina y delicada.

Estaba ansioso por acercarme a besar humildemente aquella boca inaccesible,aquellos labios tan queridos, cuyo tierno contacto había sentido años atrás. La música me iba envolviendo de inquietud, mi nerviosismo era cada vez más apasionado, me tuve que poner en tensión para contenerme con todas mis fuerzas, hasta tal punto era intenso el afán de mis labios por acercarse a los tuyos.

Después del primer acto rogué a mi amigo que nos fuéramos. Era incapaz de soportar tenerte tan cerca y tan lejos a la vez, a mi lado en la penumbra.Pero la hora llegó, llegó una vez más, una última vez en mi desperdiciada vida. De aquello hará pronto 6 meses, fue un día después de tu cumpleaños.

Era muy curioso: había estado pensando en ti a todas horas, porque tu cumpleaños siempre lo celebro como una fiesta. Por la mañana temprano ya había ido a comprar las rosas blancas que te mandaba cada año como recuerdo de las horas que tú habías olvidado.

Por la tarde salí con el niño, lo llevé a la pastelería y por la noche al teatro; quería que aquel día, aun desconociendo su significado, fuera para él, ya desde pequeño, como una especie de celebración mística. Al día siguiente salí con mi amigo de entonces, un empresario,joven y rico; hacía ya ocho meses que estábamos juntos y él me adoraba. Me daba todo lo que tenía y también quería casarse conmigo, mientras que yo me negaba igual que a los otros, sin que nada pareciera justificarlo.

El caso es que nos llenaba de regalos a mí y al niño y que, en su bondad un tanto agobiante,servicial, era un hombre que se hacía querer. Fuimos a escuchar un concierto,donde encontramos grata compañía, y después fuimos a cenar a un restaurante de; allí, entre risas y bromas, se me ocurrió proponer ir a otro local a bailar, el Tabarin. Ese tipo de sitios donde hay fiesta continuada y alegría alcohólica, así como el trasnochar yendo de bar en bar, eran cosas que siempre había aborrecido y en las que hasta entonces siempre me había negado a participar.

Pero esta vez algo dentro de mí, una fuerza mágica e insondable me llevó a hacer de repente, inconscientemente, aquella propuesta, que fue aceptada con alegría por los demás, muy animados. De pronto tuve aquel inexplicable deseo, como si allí me estuviera esperando algo importante. Acostumbrados a complacerme, todos se pusieron en pie y fuimos para allá. Bebimos champán y enseguida se apoderó de mí una especie de euforia desbordante y dolorosa que nunca antes había experimentado.

Bebía y bebía, cantaba con los demás frívolas canciones y casi me sentía incitado a ponerme a bailar o a gritar de alegría. Pero bruscamente —fue como si me hubiera caído un trozo de hielo o algo hirviendo en el corazón— me sobresalté: en una mesa cercana a la nuestra estabas sentado tú con algunos amigos y me observabas con ojos de admiración y de deseo, con esa mirada que siempre me había removido hasta las entrañas. Por primera vez después de años volvías a mirarme con toda la apasionada fuerza instintiva que poseías.

Me puse a temblar y no se me cayó de milagro la copa que había levantado entre mis manos. Por suerte los compañeros de mesa no se percataron de mi confusión, que se desvaneció entre las risas y la música.Tu mirada era cada vez más abrasadora y me dejó enardecido. No sabía si al fin me habías reconocido o si, una vez más, me deseabas como a cualquier otro,como a un desconocido.

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