Sueños de otro mundo

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Tengo sed. Nunca había sentido una necesidad de beber tan grande, ni siquiera en los días de resaca de mi juventud, que no han sido pocos. Mi garganta, seca cuál estepicursor, clama a gritos por un poco de agua. Una gota nada más. No soy capaz de tragar saliva, mis glándulas salivares han decidido dejar de producirla. Recuerdo el anuncio de la lavadora «Magic» que deja la ropa casi seca gracias a su potente centrifugado y me pregunto si no habrá pasado mi boca por esa estúpida lavadora. Borro el anuncio de la mente. Si quiero beber, solo tengo que estirar la mano y coger el vaso que está delante de mí flotando en la oscuridad. Me incorporo en la cama e intento agarrarlo, pero es tan grande que resbala entre mis dedos y cae al suelo rompiéndose en mil pedazos. El líquido se evapora de inmediato. Deseo que los fragmentos del vaso vuelvan a recomponerse y aparezca de nuevo. Y eso es justo lo que sucede. Los restos del vaso se juntan con rapidez, como si alguien hubiese pulsado el botón de rebobinar en una cinta de vídeo. Esta vez me aseguro de coger el vaso con ambas manos y por fin puedo beber. Pese a sentir el líquido mojando mi boca, la sed no se calma, al revés, va en aumento y siento que los dientes se están cayendo. ¿Cómo puede el agua deshacer las encías? Un ardor sube desde el estómago hacia la garganta, llevándose por delante todo cuanto encuentra a su paso. Asídebe sentirse un dragón a punto de escupir una vaharada de fuego. Observo con más detenimiento el vaso del que acabo de beber y veo que tiene un papel pegado que, porsupuesto, no he visto antes:‹‹Ácido sulfúrico››.—Mierda —consigo decir y me despierto.

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El grito desesperado resuena en la habitación vacía. La sensación de no saber quién soy se apodera de mi cuerpo y siento el típico caos mental que uno padece al despertar sobresaltado.¿Qué día es hoy? ¿Qué hora es? ¿Dónde estoy? 

—Levántate, jovencita. Aún no es fin de semana —dice mi madre desde la puerta de la habitación. Tan solo puedo ver su silueta con la luz que entra desde el pasillo y me pregunto por qué aún no ha abierto las cortinas como suele hacer todas las mañanas—. Vamos Elisa, te estamos esperando, llegarás tarde al colegio. Su voz suena afónica y cansada. Mi boca está tan seca como en la pesadilla y soy incapaz de separar los labios para responder. Por más que lo intento, todo mi cuerpo se niega a colaborar. Enciende la maldita luz mamá, pienso.

¿Mamá? Mamá murió hace tres años, boba, me respondo y suena como la voz de mi hermano. La realidad me golpea como un bate de béisbol a la pelota: con dureza y sin piedad. Sí, mi madre ha muerto en un estúpido accidente que no vale la pena recordar. Yo misma soy madre ahora y mi pequeña Bea estará lavándose los dientes mientras preparo el desayuno: tortitas con miel, tocino frito y huevos. ¿Cómo he podido quedarme dormida? 

No te has quedado dormida, Elisa. Estamos en verano. Es junio. Bea está de vacaciones y tú también. Tienes que coger el avión, dice mi hermano.

Es cierto. ¡El avión! Quiero levantarme, pero mi cuerpo no se mueve y permanece pegado al colchón, por más que envío las órdenes a mis piernas. ¿Qué pasa? ¡Arriba, maldita sea!

—Lo siento, Elisa —dice una voz de niño que me resulta familiar. Oigo también unas risas lejanas de otros niños. Parece que se lo están pasando bomba, no como yo que vivo en una eterna pesadilla—. Tienes que quedarte aquí.

La puerta de la habitación se cierra de golpe. Sigo sin poder mover un solo músculo del cuerpo y la oscuridad me envuelve. Tengo frío.

Despierta Elisa, tienes que despertar, la voz de mi hermano suena con fuerza como si quisiera hacerse oír por encima de las risas. Lo noto cercano, casi lo siento agarrando mi mano. No quiero estar en esta pesadilla para siempre, tan solo quiero despertar y poder beber un mísero vaso de agua fresca. ¿Es mucho pedir?

Me imagino a mí misma en la cama (en la real, no en la de este maldito sueño) dando vueltas enredada en las sábanas sin poder despertar. ¿Soñaré hasta el fin de los días? Una luz se enciende y soy consciente de que tengo los ojos cerrados porque la luz atraviesa mis párpados tornando todo de color rojizo. En esa luz roja puedo distinguir dos sombras moviéndose encima de mí.

¡Estoy aquí! Intento decir. Sin poder evitarlo, recuerdo un relato de terror de Stephen King: «Sala de autopsias número 4» donde el pobre Howard Cottrell quiere decir a los forenses que sigue vivo mientras pretenden clavarle el bisturí y proceder con la autopsia. ¿Y si eso es lo que me está ocurriendo a mí? ¿Y si la picadura de una serpiente me ha dejado paralizada?

Mantén la calma, Elisa. 

—Lo siento —dice una voz desconocida—. No sabemos si despertará.

¡Estoy despierta! ¡Maldita sea! Quiero gritar, pero lo único que consigo es adentrarme más y más en la oscuridad. La luz roja desaparece y caigo.


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Muy pronto de mí te has olvidado, mas para ayudarte a cruzar has de recordar, canturrea una voz infantil. Es la misma voz del niño que antes me dijo que debo quedarme aquí. ¿Y dónde es aquí? Si ni siquiera sé dónde estoy.

—¿Mamá? Despierta, tengo pis. 

Es la voz de mi pequeña Bea. Parece que al fin he vuelto a la realidad. Estamos en el avión viajando a Roma, después de un año ahorrando para estas pseudo vacaciones, porque en realidad es más bien un viaje de trabajo que de ocio. ¿En serio lo había olvidado? Un ligero recuerdo de cómo me desperté esta mañana en la habitación del hotel acude a mi mente. Bea no dejaba de protestar porque era demasiado temprano, pero no nos quedó más remedio que levantarnos a las cinco de la mañana. El avión salía a las siete y cuarto y ya se sabe los líos que se montan a veces en los embarques. Facturamos las maletas, pasamos por el control de metales y aún nos dio tiempo a desayunar en una de las cafeterías del aeropuerto.
Eso es lo que logro recordar, todo lo demás, la manera en la que subimos al avión o cómo he llegado hasta este asiento se ha borrado de mi mente. Bea está sentada en el asiento de la ventanilla y me mira con sus ojos color café en busca de una explicación.

—Perdona, cariño —le digo—, vamos al baño.

Mi boca está igual de seca que en el sueño, pero al menos puedo hablar. Me levanto y veo que no hay nadie en la parte del avión en donde estamos. ¡Qué raro! Viajamos en turista y en pleno verano debería de estar lleno. Pulso el botón para llamar a la azafata y se abre la puerta del fondo del pasillo. Al otro lado no hay nada más que oscuridad y desde el abismo aparece un carrito con bebida que se dirige hacia mí; ni rastro de una azafata detrás de él empujándolo. El típico carrito con vida propia, vaya. Me da la sensación de que no he despertado del sueño, así que vuelvo a sentarme esperando que ocurra la siguiente locura.

—Tengo mucha sed —digo al asiento vacío porque mi pequeña ya no está aquí—. ¿Bea?Miro en todas direcciones y me levanto de un salto en la cama del hotel. Ya no estoy en el avión.


—¿Es que esto no va a acabarse nunca? —pregunto en voz alta por si alguien tiene a bien contestar, pero parece que no hay nadie dispuesto a hacerlo.
Todo está en la misma posición que la noche anterior, excepto Bea que no está a mi lado como debería. Las luces están encendidas y el reloj del móvil dice que son las cuatro y ocho minutos de la madrugada. Al lado del teléfono hay algo que no estaba cuando nos fuimos a dormir: un vaso transparente con un líquido rosa en su interior. Igualito al flúor que nos daban en el colegio para enjuagarnos la boca.

—¡Mami! —grita mi hija desde el baño—. Tienes que beber. ¡Te estás negando a recordar! ¡Ayúdame! ¡Me estoy quemando!Bea llora desconsolada e intento llegar hasta ella sin éxito. La puerta del baño se aleja de mí cuanto más intento acercarme a ella. Estoy corriendo y, sin embargo, no avanzo ni un solo centímetro.¿Qué clase de truco es este? La habitación se ha convertido en una cinta andadora.

—¡Deja de correr! –grita Bea como si pudiera verme a través de la puerta— ¡No puedes alcanzarme! ¡Bebe el líquido rosa!

Obedezco a mi hija sin rechistar y la puerta del baño vuelve a estar a solo tres pasos de mí. Bea ya no grita y el mundo parece que se ha detenido.

—¿Bea? —Me acerco poco a poco a la puerta mirándola fijamente para que no se mueva de nuevo y agarro el pomo tirando de él con fuerza—. ¡Be...!

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⏰ Última actualización: Jun 19, 2022 ⏰

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Sueños de otro mundo, volumen 1: fuego (PRIMER RELATO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora