Noche eterna

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Desde que llegó al museo, la ojiceleste no dejaba de pensar en las mil formas para iniciar una charla con él, temas de conversación y una excusa creíble. Ya que la mayoría de ocasiones en que habló con el chico faraón, habían sido gracias a las improvisaciones de Octobella.

«Improvisar otra vez»

Y así se resumía el momento, en una búsqueda interminable del como acercarse.

Tocó la puerta con temblor, esperando que de allí saliera aquel niño de tez oscura. Sin embargo, eso no sucedió. Entonces abrió la puerta de la galería y entró.

Emm, ¿chico vendado? Estoy aquí, tengo que... —Pausó lo que decía por el ruido de atrás. ¿Quién anda por ahí?, ¿Percival?

En efecto, su pequeño amigo no estaba. La había dejado sola...

Rayos, ¿de qué me sirven los amigos? —Comenzó a caminar—. Siempre me dejan de lado, torpe cangrejo. —Al pisar cerca de un monumento de fósiles, sin querer, uno de sus tentáculos se pegó a un borde, haciéndola resbalar y entonces cayó al suelo.

Un estrépito sonido hizo eco por todo el museo.

«¿Por qué tengo mala suerte?» se preguntaba.

Ni siquiera había llamado la atención de la esfinge del faraón, pero gracias a su resbalo este salió. Por lo que ella suspiró y pensó en algo.

La Quiero a Ella (Pharaobella)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora