37. El mejor regalo

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Viernes

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Viernes. 17.00. Urbanización Las Rozas. Madrid

Mediados de Octubre

Luna se retuerce debajo de mi moviéndose de un lado a otro. Intento morder su estómago pero ella pone sus manos en mi pecho impidiéndomelo. Me coloco entre sus piernas y mi boca muerde la cara interna de sus muslos. 

- ¡Para ya, Rodri! -me dice ella tirándome del pelo, pero con muy poca convicción de lo mucho que se está riendo.

- Pues estate quieta y deja que te la meta -miro a Luna y le guiño un ojo mientras ella rueda los suyos- ¡si me ha salido hasta un pareado y todo!

- Si, Rodrigo Hernández el poeta te llaman.

- Tú puedes llamarme lo que quieras, nena.

Pongo mis manos en el borde de su pantalón e intento tirar de el con mucha dificultad pues Luna no deja de moverse. 

- ¡Rodri! Vas a llegar tarde al entrenamiento.

- ¡Pues colabora coño!

Luna sigue riéndose  con esa risa tan preciosa que para mi es la mejor canción que he escuchado nunca. Está feliz. Y se le nota tanto. Hace poco empezó las clases en la Universidad y cada vez que vuelve a casa lo hace con una sonrisa en su cara. Se nota tanto que está disfrutando lo que estudia. Y a nosotros nos va de maravilla. Por fin terminamos de decorar la casa. Sencilla, como nos gusta a los dos. Aunque, una cosa es vivir juntos con otras dos personas, y otra, hacerlo los dos solos. Y aunque tenemos pequeñas peleas domésticas, no es nada que no solucionemos rápido. 

Mi boca besa su cuello con tiernos besos que hacen que de su garganta salgan pequeños jadeos que me están volviendo muy loco. Subo mi mano hasta tocar uno de sus pechos y lo aprieto deseando metermelo en la boca y disfrutar del sabor de su cuerpo. 

- Te está sonando el móvil -me dice ella acariciando mi cuello.

- Déjalo que suene -le contesto intentando meter la mano por dentro de su pantalón. Le tengo unas ganas que no son ni normales.

El teléfono sigue sonando y la siento tensar se debajo de mi. Aunque ya han pasado unos meses, Luna aún está algo asustadiza con la posibilidad de que su padre aparezca algún día. Sobre todo porque el señor Sierra, montó en cólera con la orden de alejamiento. Es más, mi representante se puso en contacto con él y le dijo que Luna no emprendería acciones legales contra él, a menos que su padre la perjudicara  de alguna manera. 

Le doy un pequeño beso en la mejilla y me levanto de la cama resoplando un poco. Tengo que ser paciente con ella. Necesita darse cuenta de que está a salvo y de que jamás permitiré que nadie vuelva a hacerle daño. Voy hacia la cómoda y en la pantalla aparece el nombre de Marco, descuelgo el teléfono gruñéndole. 

- Estaba a punto de echarle un polvo a mi mujer, Ausencio.

- Pues ahora se lo echas y de camino celebras que te han seleccionado para la próxima convocatoria de la selección, porque seguro que ni te has enterado, ¿verdad?

𝑷𝒊𝒆𝒏𝒔𝒂 𝒆𝒏 𝒎𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora