Yvonne
Ya me duelen los dedos de escribir, encima el abuelo está hablando y hablando mientras abre su caja fuerte de dónde saca un maletín pesado del interior.
—Eres mi nieta favorita, diosa —recuerda cariñoso.
Me siento en su cama. Con el abuelo no necesito piropos, tengo la autoestima tan alta es porque él nunca se olvida de recordármelo.
Está viejo, pero fuerte.
—Tu única nieta —corrijo, realizo una mueca —. Me duelen los dedos.
Extiendo la mano, la toma, masajeando con las yemas suavemente.
—Maldigo a esos supuestos maestros por dejarte tantas tareas —refunfuña, concentrado en lo que hace —, estropean las manos de mi hermosa nieta.
Sus ancianas manos resultan reconfortantes. Mastico el interior de mis mejillas, no sólo son las tareas, estaba escribiendo otra cosa, no pueden saber.
—¿Qué hay ahí? —indago —. Dijiste que me darías algo.
Prolonga lo que realiza hasta dejar mejor el dolor en mis dedos, luego se aparta extrayendo un gigantesco maletín que coloca delante de mí, sentándose en el lado opuesto.
—Ninguna de mis nueras merecen nada de lo que hay aquí, son unas brujas a las que detesto...—comienza a despotricar como de costumbre.
Frunzo el ceño, entornando los ojos con desacuerdo.
—Eres un viejo malagradecido —lo acuso enfadada —. Sabes que mi madre no es así, te cuida, verifica que todo esté bien contigo y tú la insultas todo el tiempo.
Todo bien hasta que suele hacer este tipo de comentarios, es bordes con casi todo mundo, sus propios hijos sufren las consecuencias y ahora en la vejez por el mismo carácter de mierda, no se han hecho cargo de él excepto papá.
—Es lo que son —sentencia, desbloqueando con enojo aquel artefacto, no le presto atención a nada más que sus afirmaciones —. Todas son unas interesadas, arribistas.
Molesta, lo ignoro, prefiero atribuirle sus constantes improperios a que ya está poco cuerdo de la cabeza.
—Si has terminado, me retiro. —aviso.
Mi madre es buena.
No voy a permitir que la menosprecien en mi presencia.
—No he terminado contigo, Yvonne —masculla —. Siéntate.
El tono empleado es de reproche por lo que ya sé cómo me va a catalogar, la misma lista de quejas por la cual no soy perfecta.
A fuera la lluvia sigue y el frío es tan intenso. No hay diferencia entre esta casa y el exterior.
—Tengo cosas que hacer...—murmuro, verdaderamente cansada.
Como siempre, la ignorada del siglo, haciendo de cuenta que no dije nada.
—Este juego de joyas cuesta una fortuna —abre un estuche de cuero, en el interior; pendientes, collar, pulsera —. Cuesta en la actualidad quince millones de libras.
Describe a la perfección la pieza conformada, relatando como la obtuvo, que mi abuela la lucia no sé dónde, ni me importa.
—Muy bonita —apremio —. ¿Ya me puedo ir?
—Te la pondrás el fin de semana, iremos a una fiesta, somos invitados al palacio real, estará los príncipes y quiero que te veas más refinada y hermosa de lo que eres.
Menudo problema lo de los padres y patriarcas eso de querer estarle buscando marido a una sin aprobaciones, solo cierran un acuerdo como si se tratara de una mercancía.