Capítulo 14. Hacer la fotosíntesis.

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Rhett Miller

No entiendo cómo los demás son capaces de mantener la calma cuando él está aquí.

Mi padre ha vuelto a casa para «crear vínculos intrafamiliares más fuertes», pero esta vez sin mi maestra de parvulario que ahora trabaja como asesora en la empresa de Jeffrey. La verdad es que aún estoy procesando todo lo que pasó el último miércoles aquí.

Si mi padre no tenía suficiente con su regreso, también eligió el momento para presentarnos a su nueva novia: Marina Reiner, más conocida como mi maestra favorita de parvulario. La verdad es que después de que ella se presentase aquí con una carpeta con un logo que no quiero volver a ver y presentándose como la mujer con la que mi padre ha rehecho su vida y con la que parece más feliz que cuando estaba con mi madre no sé mucho más. Me perdí las reacciones de mis hermanos y de mi madre porque, en cuanto Marina puso un pie dentro de mi casa, yo me giré y subí las escaleras en dirección a mi habitación sin mirar atrás. Tengo entendido que ella se fue poco después, pero no bajé a comprobarlo.

Por lo que me ha contado Harry, no duró mucho más la reunión porque mamá les echó de una manera muy educada y poniendo excusas creíbles. También me ha dicho que a nadie le gusta esta nueva situación familiar, aunque ya me lo imaginaba. Jeffrey ya marcó lo suficiente nuestras vidas como para que ahora venga a remover viejos recuerdos. A todos nos valía con una visita cada algunos meses, pero ahora ha vuelto a la ciudad sin un tiempo de estancia definido y se ha empeñado en mejorar la relación con sus hijos, para la desgracia de todos nosotros.

Tengo entendido que ya ha comentado por qué ha vuelto ese logo a mi casa después de tantos años con Harry y con mamá, pero no les deja decirnos nada a Oscar y a mí porque quiere decírnoslo él mismo. A veces me gustaría ser Elliot y no enterarme del desastre de familia que tenemos y simplemente querernos a todos por igual sin importar qué errores hayamos cometido en el pasado.

—Y... ¿veis mucho a vuestros primos? —pregunta mi padre, sentado en el sofá mientras vigila que Elliot, arrodillado frente a la mesita de café, no se salga de las líneas del dibujo. Siempre ha sido así, no soporta nada que no esté hecho a la perfección.

—Los recojo del colegio varios días a la semana —contesto desde uno de los sillones. Me he quedado abajo, en el salón, porque no me fío de mi padre y hasta a mí me suena paranoico estar vigilando lo que hace con Elliot.

Me centro en redactar un trabajo para Economía evitando mirar a la escena del mundo real y a la ventana de Photoshop abierta esperando a que las fotos que empecé a editar anoche se terminen. Me está costando seguir investigando y escribiendo porque no soy capaz de concentrarme, pero es para mañana y todavía me quedan bastante palabras.

—Mira, papá —le dice mi hermano pequeño levantando su dibujo y esbozando una sonrisa orgullosa.

—Te ha quedado increíble, peque —opina mi padre dándole una gran sonrisa

Este es uno de esos momentos que me hacen querer sacar la cámara (aunque sea la del móvil) y capturarlo para siempre. La expresión de mi hermano es inigualable y el encuadre de la posición de ambos con los colores de la casa y el de su ropa me parece estupendo pero, evidentemente, me contengo y aparto la mirada de ellos al instante.

—Puedes sacar la cámara si quieres —me hace saber Jeffrey en un susurro sin distraer a mi hermano de su creación.

—¿Qué?

—¿Te sigue gustando la fotografía, verdad? —inquiere, atento a mi respuesta. Asiento con la cabeza, algo confundido—. Cuando eras pequeño cada vez que había un momento así sacabas la cámara y lo guardabas para ti. Espero que no hayas dejado atrás esa costumbre. —Me sonríe con amabilidad y nostalgia y sería mentira si dijese que no remueve algo dentro de mí que recuerde estas cosas.

Hasta que se caiga el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora