𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂𝒂𝒏

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"Bastiaan"

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"Bastiaan"

Sus pasos resonaban en los pasillos vacíos, la furia de tener que resolver los problemas de su padre ya lo tenía harto, era la última vez que hacía aquello. Colocó sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón y continuó caminando hasta que vio el laboratorio de la dichosa doctora Kuznetsova, quien se encontraba esperándolo sentada en su escritorio y con diversos papeles en sus manos. El hombre ni siquiera se inmuto en tocar la puerta, simplemente entró y tomó asiento en una de las sillas blancas que tenía el laboratorio.

–Dime la razón por la que me haces perder el tiempo.

La doctora al escuchar eso se comenzó a reír y se bajo del escritorio para mirarlo de más cerca.

–Bastiaan... querido Bastiaan, gracias a esta perdida de tiempo puedes llegar en tu precioso Audi y usar estos sacos estilizados que portas tan bien.

–Tu sabes que este negocio no me pertenece, ni siquiera estoy a favor de matar a inocentes como lo haces tú y yo sólo estoy aquí por mi padre.

–Siempre tan correcto y leal–Kuznetsova se acercó a la puerta y la abrió–acompáñame querido a la sala de juntas para poderte explicar a detalle.

Se encaminaron a paso apresurado. Recorrer aquellos pasillos eran casi una tortura, los gritos agonizantes eran ensordecedores y los lamentos eran terribles, había veces que lo pulcros que eran los pasillos le daba ansiedad a Bastiaan. Estaba en lo correcto, él de ninguna manera se había involucrado en todo eso, él era un pintor mediocre que por las tardes atendía los negocios millonarios de su enfermo padre. A pesar de que estaba en contra de todo lo que hacían en aquellos lugares, tenía otras razones para no dejar caer los negocios que salvan a miles de humanos, no preguntaba ni deseaba saber más allá de lo que su padre le contaba. Era un dilema que todo humano tenía en aquella realidad.

Del otro lado del domo se encontraba Darina recostada en el suelo mareada de tanto medicamento que le habían inyectado, las muñecas le ardían y comenzaban a ponerse moradas de lo apretadas que estaban las cadenas. Intentó sentarse, pero su cuerpo se sentía tan pesado que volvió a caer en el suelo frío, miró a sus brazos casi del color de un papel y en ellos varias agujas continuaban drenando su sangre. Uno de los doctores que la había visto anteriormente se acercó con un traje especial.

–Es hora de retirarte todas estás agujas, no te haremos daño.

Darina no pudo evitar reírse con las pocas fuerzas que tenía.

–Si no quisieras hacerme daño no estarías robando mi sangre.

El doctor la miró y se sentó a su lado, acomodó sus lentes torpemente y habló:

–Yo sé que lo hacemos está mal, pero, gracias a la sangre de tu gente ha salvado la vida mi hijo y la de mi marido–de su bata sacó un sandwich y se lo extendió–el jefe de neurología me ordenó que no ingirieras ningún alimento para mantenerte sumisa y no dieras problemas, pero ya tienes más del día sin comer. Tómalo, por favor.

Por más que quería rechazar aquel alimento por orgullo, su estómago la obligó a tomarlo y devorarlo. Mirándolo mal continuó comiendo hasta que terminó y le devolvió la servilleta en el que venía envuelto.

–No creas que por esto seremos los mejores amigos–sentenció Darina alejándose de él.

–Lo sé, y también sé que una disculpa no bastara por todo lo que le han hecho a tu comunidad y que no compensara el daño que hemos causado.

Darina quería creer en todas esas palabras, sin embargo, su instinto la llevo a desconfiar y tragarse aquel discurso barato. Se volteó y le dio la espalda, no deseaba escuchar nada más de los humanos y su falso arrepentimiento. Posó su cabeza en el vidrio y esperó a que sus párpados se cerraran, a pesar de la situación era de las pocas veces en que su cerebro se sentía tranquilo, tal vez eran las drogas o el hecho de que bloqueara sus poderes. Todo estaba en silencio. No sintió en qué momento se había quedado dormida hasta que un sonido la había despertado y eso había sido porque sus manos ya no estaban encadenadas. Sus dedos recorrieron con cuidado sus muñecas lastimadas. Levantó la visto y miró a los doctores junto con los asistentes formando una fila frente a la doctora y un hombre.

En cuanto se dio la vuelta aquel hombre no pudo evitar sostener la mirada con él. Era alto con cabello negro, su rostro jovial acompañado de unos ojos café obscuro, sus largas pestañas y su nariz fina le habían cautivado, sin embargo, algo en él le hacía desconfiar y odiar al mismo tiempo. Con cuidado se levantó del suelo haciendo a un lado su dolor muscular, con lentitud se fue acercando al vidrio hasta quedar frente a frente y continuar mirándolo. Bastiaan levantó su mano cubierta por un guante de cuero negro y lo colocó frente a la mano de aquella hada.

Kuznetsova con una amplia sonrisa se posó frente a su personal y con una melodiosa voz habló:

–Ante ustedes se encuentra la cura que nos llevara a exterminar la epidemia mundial y cualquier otra enfermedad.




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⏰ Última actualización: Jun 16, 2022 ⏰

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