Capítulo 22: Amor, miedo o dinero II

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Si no puedes vencerlos, engáñalos. 

K.R. Kudelis

–No está mal, nada mal–comentó el detective

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–No está mal, nada mal–comentó el detective.

Katherina sonreía desde el suelo, sus interpretaciones eran noventa por cien reales. Si su personaje caía al suelo, ella actuaba desde el suelo, si a su personaje la pegaban, ella reaccionaba como si tal hubiera pasado. Así la actuación se asemejaba a la realidad.

–Pero puede que el resultado no sea fiable–comentó antes de levantarse.

El detective la miró confundido.

–¿Y eso por qué?

Se encogió de hombros y volvió a sentarse en la camilla.

–Personalidades diferentes.

–Puede ser, pero, aunque sea por probabilidad, podría ser una opción viable.

Katherina asintió, tampoco era una mala idea, el odio y la ira dominaban mucho a las personas en esas situaciones.

–¿Y ahora qué? – preguntó al ver que el silencio se le colaba en los huesos.

–Podemos intentar el del dinero–El detective se paseó por la habitación–. La víctima le debe diez mil pesetas a alguien, se niega a pagar y la matan.

–Pero se quedaría sin dinero, –frunció el ceño al darse cuenta de lo estúpido que sería eso–, ¿no sería contraproducente? ¿quién en su sano juicio mataría a alguien que le debe dinero?

–¿Se te ocurre algo mejor?

Se quedaron pensativos, ¿cuál era el factor que les faltaba? 

–A ver–se puso de pie de un salto–, para que matasen a la víctima podría darse el caso de que se negara a pagar–comenzó a caminar por la habitación–, pero–sus ojos buscaron al detective–, amenazarían con matar a alguien de su familia. Además, su prometido tenía dinero, ¿por qué no iba a poder devolverlo?

–¿Y si era algo secreto? – el detective se tocó el mentón, pensativo– ¿y si quería el dinero para abortar?

Le miró como si hubiera dicho una locura.

–¿En los años sesenta? Lo dudo.

El detective puso mala cara, no le gustaba que rechazaran sus ideas tan rápidamente.

–¿Entonces qué? –la miró desafiante–¿El juego?

Ella asintió.

–Podría ser, los problemas con el juego eran bastante comunes en los años sesenta.

–Muy bien, pues tenemos a una ludópata que apostó demasiado dinero y que, al no poder pagar porque lo llevaba en secreto, la mataron– restregó una mano contra la otra, provocando una fricción que se las calentó. Estaba lista para la interpretación–. Perfecto, ¿de noche o de día? 

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora