Capítulo 28: El encuentro

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Su voz gritó pidiendo auxilio, pero, su corazón gritaba por alguien cuyo nombre ni siquiera sabía.

Su voz gritó pidiendo auxilio, pero, su corazón gritaba por alguien cuyo nombre ni siquiera sabía

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Se formó un eco por toda la estación, Kathe acababa de encontrar el andén principal. Frente a ella, se percibía lo que podía ser perfectamente las vías que una vez recorrieron trenes. La estación estaba en completo silencio, lo único que escuchaba era su propia respiración siguiendo un ritmo cada vez más acelerado. Una minúscula lámpara iluminaba un pedazo del andén dejando ver la barandilla que se alzaba ante ella, se asomó para ver la altura a la que estaba de las vías y, por si acaso, asegurarse de que estaba sola. Tanto a su derecha como a su izquierda, pudo ver unas escaleras de caracol que llevaban abajo del todo, por instinto, tomó el camino de la izquierda. A cada paso que daba, un chirrido resonaba por todas partes, nunca hubiera podido bajar en silencio. Era como en esos casos a las tres de la mañana en donde decides levantarte para buscar algo de comer y todo parece hacer el doble de ruido. Bajaba un escalón y su sombra la seguía con un eco estremecedor.

Al llegar al primer piso, se paró para contemplar las oxidadas puertas. Solo se acercó a las dos primeras, pero, de reojo pudo ver como todas compartían un color uniforme con tallados hermosos en toda su longitud. No obstante, en este caso todos los pomos eran diferentes, algunos alargados, otros redondos e incluso, cuadrados.

Kathe se giró de golpe hacia la oscuridad de las vías, un golpe se escuchó en el piso inferior.

Tragó fuerte armándose de valor para continuar bajando las escaleras. Un martilleo provenía desde la mitad del andén. Al compás, sus pisadas y el chirrido de la escalera formaban una curiosa melodía. A tientas entre luz y oscuridad, descubrió una sombra a lo lejos, agachada en mitad del andén con unas grandes bolsas a su alrededor. Ni agudizando la vista pudo descifrar su contenido, la sombra metía la mano y la sacaba en cuestión de segundos. A pesar de la postura y de estar a contraluz, podía darse cuenta de varias cosas. La primera, aquella sombra era una mujer o un hombre bajito con manos pequeñas. Cargaba algo pesado en lo que podría ser el interior de un bolsillo y se desequilibraba con facilidad, continuamente cambiaba de postura sin encontrar la adecuada. Caminó hacia ella acongojada, la idea de cruzarse con personas en aquel lugar y después de lo que había pasado, la tenía totalmente confusa.

¿Cómo podían pasar tantas cosas en aquel lugar y, sin embargo, solo unas pocas sabían todo lo que sucedía? 

En su cabeza no cabía la posibilidad de que ocurriera un incendio en el mismo recinto, que a unos metros pareciera que estaban en el infierno y que allí todo pareciera medio normal.

Aproximándose a su acompañante, se fijó en lo que tenía a su derecha, la estructura que acababa de bajar también tenía puertas en su base.

–¿Para qué tantas puertas? –se preguntó entre susurros.

A pesar del deseo de abrirlas todas y descubrir sus secretos, continuó caminando hacia la sombra, poco a poco fue dándose cuenta de que no iba cubierta por un velo negro, tan solo el efecto de la luz que le hizo imaginarse que se encontraba con un fantasma del color de la noche. Puedo darse cuenta de que estaba encapuchada, la ropa sucia y con manchas de sangre reseca. A tan solo dos metros de ella se paró en seco, pues, la sombra había dejado de moverse, como si fuera una estatua, fingía que estaba sola. Kathe dudó, si se daba media vuelta y desaparecía, podría ahorrarse el enfrentamiento con la sombra. No obstante, los cinco andaban desperdigados por la estación y cualquier posibilidad de encontrarlos le bastaba para enfrentarse a la oscuridad.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora