Capítulo 30: Recuerdos color escarlata II

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Pero si uno de los dos muere, espero morir primero porque no quiero vivir sin tí.

Pero si uno de los dos muere, espero morir primero porque no quiero vivir sin tí

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Asestó un gancho de derecha al hombre que tenía enfrente. La adrenalina recorría sus venas con velocidad, el espíritu de la pelea se instaló en él. Dos hombres trataron de apresarlo, entre golpes y patadas, allí se libró una gran lucha. Aprovechó el aturdimiento del hombre para propiciar  un golpe lateral dirigió hacia los riñones. El otro, le atacó por la espalda, golpeando su costado sin pudor. Eric reprimió el dolor mordiéndose el labio. Lleno de enfado, emitió un golpe directo a la mandíbula, lo que proporcionó tiempo suficiente para observar cómo estaban sus compañeras.

Lilian se defendía con una de las sillas, parecía una domadora de leones en un circo. El hombre trataba de acercarse a ella, pero sus movimientos le echaban atrás.

Emma, por el contrario, se vio rodeada: de frente el tipo que la perseguía y la pared a su espalda. Esto no era como el pilla pilla, si corría para la izquierda, él iría por la derecha y lo mismo si iba por la izquierda. Si hacía el amago de irse para alguno de los lados y se iba para el contrario, solo lograría enfadarlos más. Dio un par de pasos hacia atrás, el tipo tenía multitud de posibilidades para moverse, podía pasar por debajo de la mesa o por encima, de todas formas, la atraparía. De pronto, vió como su espalda chocaba con la pared. Ya está, era su fin. Bajó la vista al suelo, se negaba a mirarle a la cara al hombre que le quitaría la vida. No obstante, aquel movimiento le dio una idea. Usaría el mejor arma que tenía en aquella sala... los libros. 

Sin perder el tiempo, se agachó tomando varios de ellos y lanzándolos a su agresor sin siquiera apuntar. Cuando se fue animando, comprobó si sus proyectiles atinaban. Los libros desperdigados por todas partes, algunos daban en la diana y otros solo pasaban a escasos centímetros de ella. Sin embargo, los que dieron en el blanco cumplieron su objetivo. Cao o desorientado, el tipo duro estaba tendido en el suelo al otro lado de la mesa. Ni siquiera se molestó en comprobarlo, agarro varios libros más y se los lanzó a los otros tres, con cuidado de no dar a sus compañeros por supuesto.

Aprovecho la situación y, mientras Eric golpeaba al tipo número dos en la mandíbula,  remató el ataque lanzándole libros. Así Eric podría defenderse del agresor número tres sin prestar atención al número dos. Concentró toda su ira en el último libro que tenía en las manos y golpeó con todas sus fuerzas la cara del agresor. Ya ni siquiera quería lanzar, aprovechó la ocasión para liberar tensiones y golpeó. El tipo cayó desorientado hacia atrás, con la nariz chorreando sangre y la mirada llena de ira. Sacudió la cabeza y se limpió la sangre con la mano, al ver cómo se teñía de color rojo, sus ojos la buscaron.

El miedo se instaló en su cuerpo, aquella mirada, oh dios mío, aquella mirada le había helado la sangre. Fue como mirar al diablo a la cara antes de que te clave un cuchillo.

Todo sucedió demasiado deprisa...

Emma cerró los ojos y se perdió la escena. Más, cuando volvió a abrirlos, no esperó para nada lo que vio. El tipo número tres en el suelo muerto o inconsciente, resto de madera a su alrededor y Eric con lo que pudo ser una silla en las manos, casi sin aliento. En su rostro una sonrisa, que en cuestión de segundos se tornó a una cara de asombro, el tipo número uno le asestaba un corte en la pierna. Gritó de dolor en el momento en que se llevaba la mano a la parte dolorida y soltaba los restos de la silla. Lilian aparecía por detrás golpeando al agresor número uno con otra silla. A lo lejos el agresor número cuatro acabó como el número tres, inconsciente en el suelo.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora