Capítulo 32: Promesas en el aire

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Solo es el cansancio, que nos hace ver cosas que no están cuando más lo necesitamos.

Solo es el cansancio, que nos hace ver cosas que no están cuando más lo necesitamos

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Retiraron las manos y se pusieron en marcha. Los tres en fila, contemplando, admirando la infraestructura que se alzaba ante sus pies. En silencio absoluto guiados solo por la tenue luz de los farolillos.

–Bien–Emma tragó grueso, un escalofrío le recorrió el cuerpo entero–, ¿a dónde vamos?

Kathe bajó la vista hacia sus pies, el instinto le decía que no hiciera caso a su primera intuición.

–Descartemos el segundo piso–dejó salir un suspiro–, yo ya he estado rondando por ahí y no lo recomiendo.

Eric la miró por encima del hombro.

–Vayamos por alguna de las últimas puertas.

Emma agudizó la vista, tratando de alcanzarlas con la mirada. Alguna tendría que llevarlos al exterior.

–Subamos–Sin esperar respuesta, caminó hacia las escaleras y empezó a subirlas. La sinfonía de las escaleras crujiendo le acompañó hasta el primer piso. Eric y Kathe la siguieron de cerca, temerosos de que, sin tomarlo ni quererlo, de pronto bajo sus pies el peldaño cayera contra el suelo. La antigüedad de las estructuras no les daba confianza y el sonido solo alimentaba su miedo.

–Listo–Kathe tomó aire al dejar la escalera atrás–, ¿qué puerta os gusta más?

–Fascinante–Con delicadeza, Eric se agachó y pasó los dedos por encima de una de ellas. Palpando las irregularidades, los hermosos tallados. Admirando la obra y la complejidad de esta.

Emma recorrió el pasillo analizando las puertas. Algunas más oscuras y otras más claras, pero, ninguna le convencía. Volvió sobre sus pasos hasta quedar junto a Kathe y, con la mirada puesta en Eric, tomó una decisión.

–La azul–inspiró con fuerza–, tomemos la azul.

Eric no despegó la vista de la puerta amarilla, la segunda.

–¿Por qué?

Emma ladeó la cabeza.

–Mi sexto sentido me dice que vayamos por ahí.

Eric se incorporó, caminó hacia la puerta azul, la tercera y la miró de arriba a abajo. Los tallados eran igual de trabajados, líneas, círculos, triángulos... por todas partes. Pasó el dedo por encima de un dibujo que le pareció peculiar, el de una flor que creyó que era una Azucena.

–De acuerdo–se giró para mirarlas–, me da un buen presentimiento.

Emma sonrió ante su respuesta.

–Perfecto, pues vamos–dió una palmada del entusiasmo.

Kathe sonrió ante su emoción. Dio tres pasos para llegar hasta la puerta, pero, un reflejo le hizo pararse en el momento que daba el cuarto. Una pequeña luz, como cuando el sol golpea una ventana y refleja su luz con intensidad. Se giró hacia el lugar del que creyó que provenía.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora