Capítulo 34: Disparos al aire

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Aquella noche se borraría de sus recuerdos y al día siguiente podría hacer como si nada hubiera pasado.

Aquella noche se borraría de sus recuerdos y al día siguiente podría hacer como si nada hubiera pasado

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–¡Déjanos marchar! –le gritó Emma. Sus ojos rezumaban ira, apretaba los puños a su costado y mantenía la mirada fija en el hospedador.

–¿Justo ahora que nos estábamos divirtiendo? –levantó la cabeza con una sonrisa–Oh vamos, la fiesta acaba de empezar.

Eric agarró a Emma por la muñeca, estaba dispuesta a pegarse con él sin importar las consecuencias.

–¿No puedes dejarnos marchar? –hubo una pequeña flojera en su voz, pero Kathe trató de mostrarse firme–. Ya tienes el dinero, eso era lo que querías ¿no?

No respondió.

Ahí estaba su historia, Kathe empezó a hacerse una idea.

–Hay algo más, ¿no es cierto? –dio un paso al frente–. Hay otra razón por la que quieres matarnos.

El hombre sonrió de lado.

–Todos tenemos nuestra propia historia.

–Pero–Kathe tragó grueso–, el pasado es pasado, ¿por qué nos hace esto?

–Y el presente, es presente–el hombre dio otro paso al frente con ayuda de su bastón–. El futuro–dio otro paso hacia ellos–, es futuro–apoyado sobre el bastón, los miró con enfado–. El presente es fruto del pasado, el pasado es fruto del presente y, el futuro, el futuro es fruto de ambos. La convergencia de diversos momentos en la rama del tiempo.

Emma se giró hacia Eric con el ceño fruncido.

–¿Qué ha dicho?

Él se encogió de hombros.

–No tengo ni idea.

Ante la falta de respuesta, buscó a Kathe con la mirada. Ella solo negaba con la cabeza. Se mordió el labio intentando ahogar la risa, pero, al hombre no se le escapó su descaro.

–¿Qué te hace tanta gracia?

Al escuchar aquello, Emma no pudo contenerse. Su risa inundó la sala. Se llevó la mano a la boca tratando de evitar que se le escuchara, pero, ello solo hacía que se volviera más fuerte. Tenía ese don para reírse en los momentos más inadecuados, con cosas absurdas, como que un tipo hablara y hablara y luego no dijera nada. O como ese momento en el que espera que le hubieran entendido y todos fingen que sí. Al menos, si moría en aquel momento, moriría feliz.

Contagiado por su risa, Eric empezó a reírse también.

Genial–pensó Kathe–no hay una pizca de cordura en este maldito antro.

–Lo siento, lo siento–Emma movía las manos tratando de que su risa se esfumara.

Kathe observó cómo el hombre empezaba a tamborilear con los dedos sobre el bastón, se estaba cabreando.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora