Capítulo 19

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CAPÍTULO 19



Una turbulencia arrebatadora se agitaba en la mente de Raven. Se sentía exhausto e insignificante. Su amnesia le negaba el derecho a reclamar como suya una identidad propia y sus sentimientos le eran tan ajenos como si pertenecieran a otra persona.

Acababa de despertarse de uno de sus turbadores sueños. Aún no había abierto los ojos y prefirió continuar tumbado un poco más, fingiendo que seguía dormido. Todavía no se sentía con fuerzas para enfrentarse a sus nuevos atacantes. Necesitaba tiempo para pensar.

Escuchó el sonido de unos cautelosos pasos muy cerca. Alguien entró en la habitación y se sentó a su lado. Sus movimientos eran pausados y cuidadosos. Raven comprendió que intentaba no despertarle. Imaginó al extraño mirándole en ese preciso instante y se mantuvo inmóvil esperando que le dejasen descansar un poco más.

Unos pasos diferentes, mucho más ruidosos, se acercaron desde la distancia.

-¿Cómo se encuentra? -preguntó una voz intranquila.

-Sigue durmiendo -contestó una mujer más cerca de él.

-¿Todavía? Lleva un día y medio dormido. A lo mejor está enfermo.

¡Un día y medio! Raven no lo podía creer. Pensaba que a lo sumo habría conseguido conciliar el sueño un par de horas. Debería sentirse descansado, pero sus músculos y todo su cuerpo en general le transmitían la sensación contraria.

-No creo que esté enfermo -dijo la mujer-. Parece más bien agotado. Debe haber pasado por algo terrible. Le dejaremos descansar lo que necesite.

Raven dio gracias por la sensatez de la desconocida. Su brazo le empezaba a doler por la postura de su cuerpo pero prefirió resistir a moverse y arriesgarse a que se dieran cuenta de que se había despertado. Sabía que le aguardaba una lluvia de preguntas, la mayoría de las cuales no quería ni podía contestar.

No tenía la menor idea de quiénes eran aquellas personas. Lo único que sabía era que había vagado por la Niebla sin rumbo, cosa que por lo visto no era posible, y cuando por fin encontró una luz y abandonó la oscuridad, se encontró frente a un hombre vestido con uniforme militar, que se le echaba encima blandiendo una espada de fuego, idéntica a las que empleaban los ángeles que le perseguían. Raven arrastraba un golpe muy doloroso en la pierna derecha. Lo había recibido cuando huía por la vía del Metro y había sido el responsable de que perdiera el equilibrio y se precipitase en el interior de la densa Niebla.

En cuanto emergió de ella, y sin apenas espacio para reaccionar, levantó el brazo izquierdo sobre su cabeza y vio cómo el ardiente filo de la espada se le acercaba inevitablemente, dejando una estela anaranjada tras de sí. El impacto, que hubiera debido partirle por la mitad, fue de lo más insólito e inesperado. Sintió el golpe en todo su cuerpo al mismo tiempo, como si le golpeasen desde todas direcciones y en todas partes; fue rápido y muy flojo. La hoja de fuego no le llegó a tocar. Se detuvo a unos centímetros de su brazo alzado y luego rebotó hacia atrás, proyectándose junto al soldado varios metros por el aire. Otro hombre y una mujer le observaron con los ojos desorbitados, desde el fondo de la habitación, sin sospechar que Raven estaba tan asombrado como ellos por lo sucedido. Una esfera circular azulada le rodeaba y fue perdiendo intensidad gradualmente hasta desaparecer por completo. Comprendió que había sido aquella extraña barrera la que había repelido el ataque del enloquecido soldado.

Su primer pensamiento no fue muy original. Venía dictado por la costumbre y no por la razón. Se dispuso a huir una vez más. Su destino parecía ser escapar de los ángeles continuamente para que dieran con él de nuevo. Alguien debía disfrutar con aquella cacería eterna en la que a él le había tocado ser la presa.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora