Capítulo 1: Mudanza Compartida

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"¡Pasajeros del vuelo 1232, acceder por puerta 9!" La voz de una mujer se escuchó por los altavoces del aeropuerto de Ezeiza. Una vez más, me encontraba en un viaje, pero esta vez era diferente a todos los demás. No sería un viaje temporal; esta vez, me quedaría en Mónaco durante tres meses, específicamente en Montecarlo.

Este viaje era especial, ya que me mudaría allí con mi padre. Estábamos en camino debido a un homenaje que le rendirían por su destacada carrera como piloto. Cada vez que mi padre compartía historias sobre su vida como piloto y sus trofeos, no podía evitar emocionarme. No solo admiraba sus logros, sino también el afecto que le tenía el público. Él era y siempre sería un padre excepcional y un profesional ejemplar. En cuanto a mi madre, falleció cuando yo tenía tan solo 5 años. Mis recuerdos de ella son escasos, pero siempre percibí el amor que compartían.

Nos levantamos de nuestros asientos una vez que habíamos registrado nuestras maletas, dejándonos solo con nuestro equipaje de mano.

"Vamos, pa. Creo que es por aquí", dije mientras me guiaba por un cartel.

Caminamos rápidamente por el vasto aeropuerto, acercándonos a la puerta 9 que parecía escurridiza. Antes de poder acceder por completo, hicimos fila, afortunadamente solo había dos personas delante de nosotros. Al entrar, pasamos por el detector de metales y dejamos nuestro equipaje en la cinta de seguridad. Este proceso fue rápido, y en menos de cinco minutos ya estábamos subiendo al avión. Nos acomodamos en nuestros asientos, y el piloto nos dio la bienvenida.

A pesar de estar acostumbrada a volar, siempre experimentaba nervios. Nunca llegaba al punto de vomitar, pero el dolor en el estómago era insoportable. Cuando me volví hacia mi padre, me sorprendió verlo ya dormido. Siempre me maravillaba de lo fácil que podía conciliar el sueño, algo que lamentablemente no era mi caso.

Finalmente, me relajé un poco, incliné mi asiento hacia atrás y me cubrí con una manta. Solo quería que las 22 horas de vuelo pasaran lo más rápido posible. La emoción de llegar a Mónaco era indescriptible, sobre todo por el homenaje que el equipo de Ferrari había organizado para mi padre. Estaba segura de que se emocionaría mucho. Detrás de su fachada de piloto se escondía un hombre sensible y cariñoso.

Las horas pasaron rápidamente, y pronto aterrizamos en Mónaco. Bajamos del avión y nos dirigimos a recoger nuestras maletas. En el aeropuerto, un hombre vestido de traje negro y corbata sostenía un cartel con el nombre "Maxwell".

"Allí nos están esperando", dijo mi padre.

Nos acercamos a él.

"Buenos días, señor y señorita Maxwell. Soy Arnold, vengo a llevarlos a su hotel", dijo con una sonrisa.

Nos dirigimos hacia la limusina. Era la primera vez que veía una en persona, y mi emoción se multiplicó. Era mucho más larga de lo que había imaginado y relucía como mi futuro, pensé para mí misma.

Nos dirigíamos al hotel, y yo estaba absorta en mis pensamientos cuando mi padre rompió el silencio.

"Este país sigue siendo tan hermoso como lo recordaba", comentó. A veces olvidaba que él había estado aquí forjando su carrera, al igual que en otros países.

"Aunque ya estuve contigo cuando era una niña, esta será la primera vez oficial", dije mientras observaba el hermoso paisaje por la ventana.

Llegamos al hotel, y me quedé asombrada por todo lo que me rodeaba. A pesar de que nunca me había faltado nada, mi padre nunca fue una persona dada a los lujos. Siempre me dio lo necesario y nunca me malcrió. Aprendí de él los valores más importantes que me convirtieron en la persona que soy hoy. Le debía todo.

El cartel del hotel decía "Four Seasons". Me sentía como la reina Máxima. Sabía que debía disfrutar este momento porque no sabía cuándo volvería a experimentarlo. Según lo que Arnold nos había dicho, aquí se hospedaría todo el equipo de Ferrari y todos los pilotos. No dejaba de maravillarme ante la elegancia del lugar, con cuadros y esculturas por todas partes, apliques de oro y muebles de algarrobo, ventanales y balcones que ofrecían vistas impresionantes. El clima era perfecto, ni muy cálido ni muy frío.

Ahora venía el momento menos emocionante: desempacar. Llegué a mi habitación, la 245, mientras que la de mi padre era la 246. Todo en la habitación era bellísimo. Comencé a guardar mi ropa poco a poco. Había traído principalmente ropa de verano, lo cual afortunadamente era adecuado para el clima. Montecarlo era una ciudad muy fashionista, la preferida de los millonarios para vivir. Yo tenía un estilo más sencillo, aunque me encantaba seguir las noticias de moda y combinar atuendos.

Después de organizar todo, decidí tomar una ducha. Mi padre me invitó a comer algo y a recorrer la ciudad en detalle. Todavía no tenía amigos aquí, pero esperaba hacer algunos pronto. No es que no me gustara la compañía de mi padre, pero siempre es bueno tener amistades internacionales. Me encantaba aprender sobre diferentes culturas e idiomas, así como enseñar un poco sobre la mía.

Decidí ponerme una falda de cuero con un top negro debajo y una chaqueta de cuero negro con tachas plateadas en la parte trasera. Combiné esto con unas botas cortas. Me peiné y dejé mi cabello suelto. Cuando terminé, salí de la habitación para encontrarme con mi padre en la recepción.

Caminando por los pasillos, me crucé con un chico extremadamente atractivo: alto, rubio y ojos azules que invitaban a perderse en ellos. No pude evitar mirarlo durante varios segundos; estaba hipnotizada. Él me miró, pero aparté la vista para evitar parecer una loca. Caminé rápido para evitarlo. "Siempre haciendo el ridículo, Amelia", pensé.

Llegamos al restaurante "Du Métropole", un lugar bellísimo con un estilo loft, situado en pleno centro de Montecarlo. Nos sentamos y, casi al instante, llegó el camarero.

"Accueillir, bienvenidos. ¿Ya desean ordenar?", nos dijo con amabilidad.

"No, aún no. Estamos esperando a alguien", comentó mi padre.

El camarero sonrió y se retiró.

"¿A quién estamos esperando?", pregunté intrigada, ya que mi padre no me había mencionado nada al respecto.

"Ya lo verás", respondió mi padre, aumentando mi curiosidad.

Pocos segundos después, un hombre de unos 50 años entró por la puerta principal. Al ver a mi padre, se acercó con una sonrisa en el rostro.

"¡Oh, mio Dio! Alberto Maxwell in persona!" exclamó en italiano. "E la bella ragazza!" continuó hablando.

"¡Cuánto tiempo ha pasado, Mattia!" dijo mi padre.

"De verdad que sí. Vaya... Amelia, estás enorme. Aún recuerdo cuando eras una pequeña niña corriendo detrás de tu padre por el Paddock", me miró con ternura.

"Mucho gusto, señor", le dije.

"¿Cuántos años tienes?" preguntó mientras se sentaba.

"Tengo veinte, señor", respondí.

"Ya no me llames señor, me haces sentir más viejo de lo que soy", bromeó. "Debo presentarte a mi hija. Estoy seguro de que podrán ser amigas".

"Eso sería genial", me emocioné al pensar que podría hacer mi primera amiga en Mónaco.

Mattia era el dueño de la Escudería Ferrari, donde mi padre había trabajado como piloto durante muchos años. Habían mantenido su amistad desde entonces, aunque se habían visto poco debido a que Mattia siempre estaba en Italia trabajando en nuevos avances tecnológicos como ingeniero de Ferrari, mientras que mi padre viajaba constantemente por trabajo.

La noche transcurrió rápidamente. Disfruté de la comida francesa que ofrecía el restaurante y de las historias compartidas por mi padre y Mattia. Deseaba que mi estadía en Mónaco fuera igual de placentera y divertida que esa noche.

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*Accueillir: Bienvenidos

*¡Oh, mio Dio! Alberto Maxwell in persona!: ¡Oh Dios mío, Alberto Maxwell en persona!

*E la bella ragazza!: ¡Y la niña hermosa!

Amor a la Alemana | Mick SchumacherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora