El sentimiento de soledad era mi mayor determinante por aquellos años, mi vida entera giraba en torno a esa idea (estar solo en un basto mundo lleno de personas guiadas por sus emociones) Que estupidez pensaba de camino a la oficina. Siempre he creído que el papel del protagonista pertenecía a alguien más y que mi razón de ser para estar allí era el de ocupar un lugar como extra en la gran puesta en escena llamada "vida".
Mi vida era sencilla y aparentemente nada complicada, siendo bastante joven e inexperto, las relaciones amorosas no eran algo que creyera estaban construidas para mí, lo más lejos que había llegado en algo así era haber dado todo por alguien que nunca me pidió que lo hiciera, es decir, no hablo de materiales sino de empeño, constancia, esmero... ya sabes de lo que hablo, aquello que ofrecemos sin pensarlo mientras nos autodestruimos por algo de atención.
Ante la sencillez y monotonía de mi rutina las cortinas para los temas sentimentales se cerraron, mi mente no pensó más en ello y, aunque quiera buscar una excusa, la verdad es que mi forma de ser había llegado hasta ese punto gracias a todo lo que había vivido. Hundido en esas ideas, como casi todas las mañanas, llegué a mi estación de trabajo, para pasar horas en mis actividades.
Llego la hora de comer pensaba levantándome de mi lugar para moverme hasta el comedor del edificio, no era una prisión, pero las expresiones de cansancio y resignación que vi eran dignas de un pabellón de convictos sentenciados a muerte. Ni un ápice de brillo se podía ver en el lugar por más que girara la cabeza de un lado al otro, como una suricata buscando el agujero donde poder estar tranquilo y comer. Pero qué esperaba, ese era el panorama que siempre veía cuando estaba en ese lugar. "¿Escuchaste que contrataron una nueva plantilla de novatos?" "Es lo que supe, qué tal si nos despiden", susurros por aquí y por allá se escuchaban.
Si quieren hacer suposiciones estúpidas, que sea lejos de mí pensaba, mientras giraba la cabeza a mi derecha sintiendo la mirada de alguien. Hmmm... que raro, juraría que había alguien sentado ahí. Indagar más en el tema no serviría de mucho por lo que regrese mi mirada, sólo para llevarme un gran susto: a la izquierda de mi rostro una mano se extendía, ofreciendo una barra de chocolate blanco "Espero que te guste, es el favorito de mi hija" mencionó. ¿Qué se supone que haga ante esta situación? ¿Aceptarlo? ¿Rechazarlo? ¿Irme? Fueron preguntas fugaces en cuestión de cinco segundos sin reacción, instintivamente estiré la mano para recibirlo "Y... ¿tú eres?" pregunté extrañado. "Tu nueva jefa" respondió con una sonrisa confiada.
ESTÁS LEYENDO
La estrella fugaz
RomanceAquella calidez que desprendes va surcando mis emociones, iluminando la oscuridad nocturna de mi alma.