𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈. 𝐄𝐥 𝐕𝐢𝐚𝐣𝐞: 𝑰𝒏𝒅𝒊𝒄𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑺𝒓.𝑾𝒆𝒂𝒔𝒍𝒆𝒚

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Tan pronto recibieron la tarjeta verde de la familia Weasley, el grupo comenzó a preparar las maletas, acordando ir ese mismo sábado a la casa de James para irse.

Sirius, desde que su madre lo echó de la casa de los Black, cada verano se quedaba con los Potter hasta el inició del próximo ciclo escolar. Ahora, con la mayoría de edad cumplida, y séptimo año por delante, Sirius empezó a preocuparse por el hecho de terminar su educación en Hogwarts como una persona sin hogar.

Por eso mismo, consideró que si pasaba esas vacaciones de forma imprudente y alocada, iba a poder olvidarse, aunque sea por unos cinco minutos, de todas las preocupaciones, que últimamente lo acechaban.

Los días pasaron sin pena ni gloria, ya que el único hecho relevante fue que James, estaba obsesionado con aprender todo acerca del mundo muggle que pudiera, para poder impresionar a los padres de Lily. El sábado por la mañana aparecieron frente al porche los seis faltantes, con maleta en mano y un estómago rugiente de hambre.

Mientras desayunaban la comida casera de la Sra Potter, conversaban sobre las expectativas del viaje y la manera en la que se iban a ir a la residencia de los Weasley.

—El señor Weasley me dio unas indicaciones algo complicadas, pero creo que llegaremos un poco más tarde a la hora de la cena—determinó James, llevándose una tostada a la boca y recibiendo una mirada sorprendida por todos los presentes— ¿Por qué me miran así?

—¡¿La cena?! —inquirió Lily.

—Arthur es una persona un tanto... peculiar. Nunca desaprovecharía una oportunidad de usar los medios de trasporte ordinarios; es super mega fan de los Muggles, supongo que por eso trabaja en el ministerio en algo relacionado a ellos.

—¡Muggles, James! ¡Nos vamos a demorar siglos!

Lupin untó el último trozo de su tostada con mermelada, antes de convertirse en mediante en la acalorada discusión que se avecinaba.

—Yo opino que esta bien; detesto viajar en escoba, los trasladores son un problema y solo Sirius, Lily y Yo, sabemos aparecernos. —Lupin mordió su tostada antes de continuar hablando—. En tren creo que nos demoraremos un par de horas, y si tomamos un bus mientras almorzamos en la carretera, creo que incluso podríamos llegar antes.

James miró a Lupin con una agradecida expresión, Sirius bufó con gracia y dejaron que fuera Potter quien continuara con las indicaciones.

—¡Eso mismo!, me dijo que comprara los boletos, y que si llegábamos antes de las una a Londres, el nos iba a recoger —contó James, despreocupado—, no los he comprado, ya lo haremos allá ¿no?

Tanto Lily, Mary y Lupin se quedaron de piedra al escuchar la declaración de James.

—¿Qué hora es, Remus?

Conjuró un tempus y la hora flotó frente a sus cabezas: 12:07 a.m.

—¡Eres un gran idiota, estamos atrasados!

Dejaron los platos encima de la mesa, y todos se apresuraron a agarrar sus maletas antes de salir de la casa, despidiéndose con pisas de los Potter. Con la ayuda de Remus, compraron pasajes para el trasporte público y se bajaron veinte minutos más tarde frente a la local estación de trenes.

Estaba siendo todo un desastre, pero dejaron que Lily comprara los pasajes, llegando algo decepcionada.

—Hay, para las una, pero llegaremos allá a las cinco.

—¡Entiendo! Así que los pasajes muggles tienen que comprarse con antelación, pensé que Londres taba más cerca de Sunderland —mencionó James— ¿Estamos tan lejos?

—Más de cuatrocientos kilómetros, James.

—¿Qué es un kilómetro?

A Lupin se le colmó la paciencia, se sentó con los brazos cruzados y luego se le encendió una bombilla.

—James.

—¿Sí?

—¿Cómo viajas a King's Cross, cada año?

—Por polvos Flu.

Se puso de pie con una velocidad impresionante, agarró su maleta y salió de la estación sin mirar atrás.

—¡Pues nos vamos en polvos Flu! —farfulló Remus, con el grupo riéndose a sus espaldas de la ingenuidad de James, y la contenida ira de Lupin.

Al final, de vuelta a casa, Euphemia los esperaba a un lado de la chimenea con la bolsa con polvos flu, discutió con su hijo, por no haberla escuchado antes de salir, y el grupo se metió en la chimenea, dictando las palabras que Fleamont les indicó.

Aparecieron dentro del caldero chorreante, el dueño del local los miró sorprendidos, ya que no solían recibir visitas en plenas vacaciones. James fue el último de sacudirse los restos de cenizas y llegando tres minutos antes de lo estimado, fueron corriendo a la estación de King Cross, encontrándose con Arthur Weasley, más gordo y feliz que lo que James recordaba, esperando a los chicos afuera de un pequeño auto celeste.

—¡Señor Weasley! —llamó la atención James, el hombre se volteó y los saludó agitando su mano—, muchas gracias por esperarnos.

Todos se presentaron y miraron el pequeño auto de su costado.

—Venga, chicos entren al Anglia, que Molly me pidió que me apurara; adora alimentar bocas todos los días.

Cómodos, ya que al auto podía albergar diez pasajeros de forma cómoda y todas sus maletas, los chicos se entusiasmaron el doble, cuando se percataron de que, tras presionar un par de botones, desaparecieron del campo de visión muggle y se elevaron en el cielos.

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¡Amo al señor Weasley! Es un pan de Dios.

Nuestro Precioso Hogar (Merodeadores)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora