Le tengo miedo a mi mujer.

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Le tengo miedo a mi mujer.

Confieso que ha sido un error, ella es un maldito error. Es que mirala, una morena flagrante, de buen tumbao que cuando la conocí me cautivó su caminao, su sonrisa brillante, sus chistes sin sentido y claro su imponente presencia. Río para mí mismo mientras escucho un Nocturne de Chopin sonar, melodramático, un poco a día de sol en el calor de Barranquilla aunque al mismo tiempo me siento liviano, me siento como pétalo de Sakura en un cuerpo de agua, tranquilo, pongo fin a una cadena de dolor. Dibujo con mi respiración el sueño, la noche, el día, el descanso de un buen dormir y a su vez un hilo rojo me conecta al suelo y siento que por fin estamos en sintonía.

Mirala, su cara es digna de admirar, siento satisfacción al ver tanto horror, su ceño está fruncido, su respiración en vaivén, ahora sí puede decir que es la protagonista a la que todo le sale mal y es que no entiende qué pudo haber pasado, qué salió tan mal. De un brillante plan, de un táctica de guerra inteligente, metódica y de rápida acción pasó a encontrarse arrinconada por su enemigo. Se retira de mi vista mientras intento capturar el aire que me falta, me invade una presión en el pecho similar a sumergirse bajo el mar y un cosquilleo juguetón similar al éxtasis de la felicidad ¿Qué está intentando hacer?

Un fuerte sentimiento de ahogo me inunda, la calma que sentía desaparece y da paso a la incertidumbre, Bach me conquista los oídos, me desgarra el pecho, me siento como las cuerdas de violín siendo tocadas ferozmente, me desbordo a mí mismo. ¿Por qué me siento tan miserable luego de tan larga conmoción? Vuelvo a sentirme presionado por muchas miradas que no existen, el mal presentimiento, el estómago torcerse, la rodilla adolorida, el oído parado y recuerdo por qué estoy aquí. Aprieto los dientes en desesperación, no te vayas aún, dame un aliento más por favor, necesito que me respondas.

Maldición. Mi cuerpo se desploma de nuevo intentando recobrar el aire, no sé si ya me fui o si ya regresé, no sé si la música que escucho es del piso para darnos tiempo o si es una invención de mi imaginación, habrá de ser alguna. ¿Dónde está el condenado celular? Mi mente es un enredo de pensamientos, luce como boceto de pintura sin forma, veo que mi adicción al celular no sirvió en momentos como ahora, pero sí mi buen oído músical, incluso en momentos así me pertenece una banda sonora. Estamos en el punto de éxtasis de Bach, se esfuma mi miedo como un diente de león en una brisa fresca de verano.

Ahora su rostro se encuentra frente al mío y cuando ella intenta hablar solo escucho la música, ¿qué está pasando? ¿Qué tramas maldita mujer? Sus dedos empuñados se dirigen a sus labios, está pensando qué hacer conmigo. Recuerdo que tenía la misma posición calculadora aquella noche que todo empezó. Ella estaba sentada frente a su computadora escribiendo algunas cosas de rutina, estaba de malas leches ese día, había estado puteando y golpeando la mesa en frustración. Cuando intenté acercarme a ella y calmarla me manoteó, dijo sentirlo, que estaba estresada, recuerdo su rostro arrugado y las lágrimas que caían en frustración, recuerdo como temblaba de ira y como empezó una de tantas noches de discusión.

De una manotada pasó a una cachetada, de una cachetada pasó a empujones y así la violencia solo escaló. Gritabamos por las noches, emitíamos malos augurios por horas, era una pesadilla y éramos los dos. Ella parecía al inicio interesada en cosas similares, parecía que estábamos en sintonía, ya no sé ni lo que somos ahora. Otra vez está esa sensación de ahogo, debo darme prisa y contarle a alguien porque luego no me creerán.

Miro el techo detenidamente y lamenté mirar su sonrisa, notar su existencia, dejarme enamorar por sus encantos. Anteriormente fui un imbécil, debí contar la verdad. Aquella vez que llegué con rasguños en los brazos no debí decir que fue un buen polvo, el día que llegué con el labio partido y otras heridas no debí decir que fue un buen beso y trabajos de albañilería doméstica, las múltiples veces que mi mamá preocupada llamaba, las noches que pasamos en vela luego que ella me cortara el dedo y dijera que fue un accidente de cocina. Le tenía miedo a mi mujer, a sus reacciones si decía la verdad y por eso cuando por fin me animé a decirle a alguien que estaba siendo víctima me sentí tan aliviado que lloré, el médico que atendió mi dedo no creía mi inexplicable cortada doméstica y me dijo que debía evitar estar a solas en momentos acalorados pero ella era capaz de oler mi miedo, me manipulaba, yo siempre era el malo por no entenderla porque siempre me faltaba empatía y cuando me liberé de nuestro secreto lo supo, sentía mi descanso, mi calma que era música de terror para ella y maldije cada día después.

La víctima se convirtió en el victimario, en sus redes compartió fotos y videos dando testimonio de cómo estaba siendo abusada, maquillaje y unas buenas clases de actuación y los abusos que sufrí yo por parte de ella fueron usados en mi contra, esos mismos que yo había justificado para encubrirla y noté mi grave error. Su caso se hizo viral, parecía chisme contado por las vecinas y que se riega por todo el barrio por las mujeres chismosas, iguales a las viejas amigas de mi mamá. En muy poco tiempo mis redes se encontraban inundadas de comentarios deseandome hasta de lo que me iba a morir, vaya ironía. Maldita mujer y maldito el día que la conocí.

Mi ira y sed de venganza se convirtieron en un problema mayor pero no más que mi vida acabada por una verdad que era mentira, llegué incluso a cuestionarme si todas las historias de ella eran reales, una verdad para todos me hizo dudar de su mentira. Mis allegados intentaban darme apoyo, solo mis cercanos sabían la verdad, solo los testigos de nuestra relación sabían la batalla campal que era nuestro humilde hogar. Intenté hablar, intenté desmentir su historia pero no encontré ninguna persona de esas que la defendían que me escuchase. "Yo te creo", "Prefiero creerle a una mentirosa que a un abusador", "Siempre se le cree a la víctima" decían ¡¿Por qué no me creyeron a mí?! ¡Feminismo y una mierda! Perdí mi trabajo, dejé de tener una vida normal, mis vecinos hablaban mierda de mi, me ahogué en deudas, no podía salir a comprar, peor que castigo legal y tener antecedentes es el castigo público y en la desesperación llegué aquí, buscando un trato, alguna señal de paz entre mi abusador y yo.

¿De qué me serviría un abogado? Si no tengo dinero, ¿De qué me serviría hablar? Si nadie quiere escuchar, para todos mi victimario es mi víctima. Suplicar por su piedad no fue opción, el resultado soy yo en el suelo sangrando consecuencia de una botella de licor que me aventó desde su posición.

Le tengo miedo a mi mujer pero no más que a lo que acaba de hacer.

De nuevo la sensación de ahogo, es ahora o nunca. Me levanto a torpemente y noto que ella no está cerca, agarro fuertemente mi herida y escupo el hilo rojo que decora mi boca, río con sorna, ahora si tendré los labios rosa de ensueño y la cara de víctima que todos querían ver, ahora sí todos creerían mi historia. Tomé el celular de la mesa que había estado grabando nuestro altercado, corté la grabación de voz y abrí la cámara del Whatsapp para enviarle un video a mis amigos y familia en difusión, sabía que sería la última vez que supieran algo de mi.

- "Yo te creo Julián".


Ella regresó al salón cuando yo tenía el celular en las manos con la cámara abierta, gritó amenazante, lucía mal, como si la hubiesen golpeado y lo entendí, se estaba preparando para su coartada, "él vino a buscarme, me golpeó y lo asesiné en defensa propia, era él o yo". Reí nuevamente, su confesión ya estaba en grabada. Era ella o yo.

- ¡Yo te creo Andreína!- Jaque mate.


Tum.

Un golpe seco se escuchó en la habitación.

Las historias que no te contéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora