Loren Philips
Me acerqué a Anne con suavidad, tomé su mano y, cuando ella me miró, una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Fue un gesto tan sencillo, pero en ese momento me dio fuerzas para seguir adelante.
—¿Iremos a comer pastel? —preguntó, con sus ojos brillando con una esperanza que parecía tan pura y genuina.
—Claro, vamos —respondí, devolviendo su sonrisa, aunque mi corazón seguía pesado por todo lo que habíamos descubierto. Aún no podía quitarme la sensación de que todo esto era tan injusto para ella.
La llevé a un salón dentro de la clínica, un espacio más privado y tranquilo, apartado de las habitaciones de los pacientes y el bullicio del pasillo. El ambiente era cálido, con luces suaves y una mesa larga en el centro, decorada con flores frescas y una bandeja de pastel. Los pacientes que se encontraban allí parecían más relajados, disfrutando de su momento de calma. Al sentarnos en una de las mesas, me aseguré de que Anne estuviera cómoda, y vi que aún sostenía su oso de peluche con firmeza, como si ese pequeño objeto le diera seguridad en medio de todo el caos.
El pastel, un bizcocho suave de vainilla con crema de fresas y un toque de chocolate, llegó pronto, y el camarero lo sirvió generosamente. Le pasé el tenedor a Anne, quien miró el pastel con curiosidad, y luego, con una pequeña sonrisa, dio el primer bocado. Vi cómo sus ojos se iluminaban al probarlo, y aunque sabía que nada podría borrar el dolor que cargaba, al menos por un momento podía verla disfrutar de algo simple, como un niño que se siente seguro y querido.
—Gracias —dijo, su voz suave y sincera, casi como si no fuera necesario decir nada más.
—De nada —respondí, intentando mantener la calma mientras mi corazón se suavizaba al ver cómo la felicidad más pequeña podía hacerla olvidar, aunque fuera momentáneamente, todo lo que había sufrido.
El camino por delante sería largo, lleno de trámites, exámenes y pruebas que la llevarían a revivir una parte de su dolor, pero por ese momento, ver la pequeña chispa de alegría en su rostro me dio un respiro. Sabía que el proceso de sanación no sería inmediato, pero al menos por hoy, Anne estaba viviendo una fracción de lo que debería ser su infancia. Llegó una de las enfermeras, una mujer amable de mediana edad, con una voz suave que pareció reconfortar a Anne. Le pedí que se quedara con ella un momento, ya que necesitaba ir al baño. Anne, abrazando su oso de peluche, asintió, aunque me pidió con su habitual dulzura:
—No tardes demasiado.
—Prometo no hacerlo —le aseguré, tocando su hombro antes de girarme hacia la puerta.
El pasillo estaba silencioso, apenas iluminado por las luces tenues del techo. Mientras caminaba hacia los baños, sentí cómo el peso de todo lo ocurrido comenzaba a caer sobre mí. El aire parecía más denso, y mis pensamientos no dejaban de dar vueltas. La impotencia, la rabia, y ese dolor persistente en mi cuello, todo parecía acumularse.
Empujé la puerta del baño y entré al pequeño espacio revestido de baldosas claras. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé en el lavabo, dejando que el agua fría corriera sobre mis manos antes de salpicar mi rostro. Necesitaba ese momento, aunque breve, para respirar.
No pude evitar que las lágrimas comenzaran a rodar por mis mejillas. Intenté limpiarlas, pero no era suficiente. Mi mente repetía una y otra vez las mismas palabras, un mantra que no lograba callar: «Es tan pequeña. ¿Cómo alguien pudo hacerle tanto daño?».
El dolor en mi pecho era abrumador, una sensación de impotencia, rabia y un profundo deseo de retroceder el tiempo para evitar que Anne pasara por esto. Pero sabía que algo así era imposible. Lo único que podía hacer era estar presente, ser fuerte por ella, aunque por dentro me estuviera desmoronando.
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RESPUESTAS SIN SALIDA | NUEVA VERSIÓN
Mystery / ThrillerTras un aborto espontáneo, Loren, cae en una profunda depresión. Todo lo que creía, pensaba y sentía comienza a desmoronarse, revelando un matrimonio lleno de decepciones y manipulaciones. Pero incluso en la oscuridad, hay finales que marcan nuevos...