Parte única.

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Park Jimin era un escritor de renombre. Se le conocía como el hombre que llevaba a todos al extremo, que se encerraba en una vieja cabaña hasta terminar los libros que tanto le desestabilizaban. Cuando una idea llegaba, necesitaba escribir, necesitaba lastimarse la muñeca hasta depositar todas sus ideas en el papel. Era anticuado, tenía una máquina de escribir con la que trabaja incesantemente. Le permitían cada una de sus excentricidades porque todo lo que escribía se transformaba en un éxito, en oro puro. Era un autor increíble, ya había varios interesados en su trabajo para llevarlo a la pantalla grande, y no dudarían en explotar su talento al máximo.

Tal vez era su desinterés en las ganancias el que aumentaba la avaricia de quienes trabajaban con él. Se aprovechaban de su apariencia, de su ilimitada imaginación. Sólo querían más dinero, más libros, más propuestas de adaptaciones al cine. Cualquiera que tuviera un mínimo de entendimiento se daría cuenta de que se estaban beneficiando a costa de su salud, pero a todos les gustaba un poco más el dinero que a Park Jimin, y preferían verlo hundirse antes que perder lo que habían ganado a su lado.

En el silencio del interior de su cabaña, Jimin se sentía seguro. Las personas le agobiaban, era consciente de lo que hacían con él, no era un tonto que servía para una sola cosa, y por ende se encerraba con la excusa de necesitar estar solo para concentrarse.

Esa noche en particular la lluvia no dejaba de azotar con fuerza la ventana tras su escritorio. Se levantó de su silla para avivar el fuego de la chimenea, llevaba un suéter enorme que le había regalado su madre a sabiendas de lo poco que se cuidaba, pero no era una persona débil ante el frío, la mayor parte del tiempo lo ignoraba.

Necesitaba terminar con urgencia un capítulo que se le había hecho particularmente complicado. Era una novela de terror donde finalmente el villano hacía su aparición en una cafetería de aspecto hogareño, haciéndose pasar por un encantador hombre que coqueteaba con la protagonista, pasando completamente desapercibido ante sus ojos. El hombre era un asesino, eso estaba claro para el lector, él podía engañar a los personajes, pero jamás a quienes leían la novela.

El problema de Jimin con la historia era que había generado cierto apego al villano. Era tan encantador que llegó a tocarle el corazón a su mismo creador. No quería acabar con él en ningún momento, pero se le pidió explícitamente un final feliz, porque repetidas veces mataba a todos sus personajes y dejaba que el villano triunfara por sobre todas las cosas. Aquella era posiblemente la única crítica que se le hacía, y esperaban un cambio.

Observó su reflejo en el pequeño espejo que había en la sala. Su cabello había crecido considerablemente, alcanzaba a ocultar sus orejas por completo. Recordaba aquellos tiempos donde era adolescente y se lo teñía de rubio con insistencia. Ahora tenía 28 años y su pelo era tan oscuro que le recordaba a las noches sin estrellas.

Un suave golpeteó llamó su atención, una rama chocaba contra una de las ventanas de la cocina, y el sonido constante comenzaba a inquietarle. Le recordaba a las manecillas del reloj de su antigua oficina, eran un recuerdo de que le quedaba poco tiempo, de que tenía que terminar la novela cuanto antes.

— Algo anda mal... — Murmuró para sí mismo, escuchar su propia voz era un consuelo. A veces necesitaba de la compañía de alguien, de una persona que no intentase lastimarlo, pero Jimin sabía que sólo se tenía a sí mismo.

Estando solo en medio del bosque, había logrado acostumbrarse a la soledad. Muchas personas no podían controlarla, la paranoia les dominaba por completo, pero en ese momento podía jurar que algo andaba mal, y no se trataba de un delirio o un pensamiento intrusivo después de releer su novela, era algo real.

Se rio después de pensarlo en más profundidad. Estaba solo en el bosque, era un día lluvioso y parecía imposible que alguien tuviese la voluntad de detenerse en su pequeña cabaña para robarle. Nadie era capaz de hacer tanto por una vieja máquina de escribir, que era probablemente lo único de valor que poseía.

UNA SILUETA DE FANTASÍA 空想 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora