Vainilla Mora

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Todos los días ella compraba el mismo helado: un combinado de vainilla y mora. Después de dos semanas aún me preguntaba qué motivaba a aquella mujer tan sofisticada a volver.

Siempre enfundada en un elegante traje, salía del colegio con su pequeño niño de la mano, cruzaba la calle y dejaba que el menor corriera hasta casi chocar con mi neverilla de icopor. El chiquitín observaba  emocionado las paletas, escogía una y se entretenía con mi niña mientras atendía a su madre.

Por mi hija supe que su nombre era Regina.

Los juegos entre su hijo y mi hija se fueron volviendo habituales. Regina simplemente disfrutaba de su helado mientras observaba como los niños aporreaban el asfalto con un par de tractomulas de juguete que mi hija siempre llevaba en su mochila.

—Su hija es muy dulce —rompió el silencio—. Es muy paciente con Henry. Él no suele congeniar con otros niños.

Supuse que eso lo había heredado de su madre, quien había tardado dos semanas en soltar una frase diferente al «¿cuánto es?» que me decía antes de pagar los helados. Aunque lo cierto es que yo no era tan diferente. Tampoco me había atrevido a hablarle a pesar de lo mucho que me atraía.

—Sabe —me arriesgué—, podríamos llevarlos a jugar algún día.

—¿Por qué no hoy? —me preguntó dejándome sin palabras—. Piénselo, estaremos toda la tarde en casa —rebuscó entre su cartera hasta hallar un esfero y una libreta. Apuntó algo y extrajo la hoja con prisa—. Esta es la dirección —me la entregó derritiéndome con una mirada tan intensa como mis cafés matutinos.

Llamó a su hijo y comenzó a avanzar.

—¡Chao, Alba! —se despidió el pequeño agitando su manita—. ¡Chao, Emma!

Los helados se terminaron poco después así que caminamos rumbo a casa.

—¿Iremos, mamá? —Alba me haló la mano para atraer mi atención. Ella sabía a la perfección que mi distracción es nivel dios.

—Si tú quieres, cariño —le acaricié la trenza con la mano libre.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Porfa!

—Está bien, iremos.

Alba almorzó y se cambió la ropa tan rápido como no lo había hecho jamás. Le ilusionaba sobremanera compartir con otros niños fuera de la escuela.

Una vez presionamos el timbre, Regina nos recibió con una sonrisa, nos invitó a pasar y se encargo de facilitarle una cantidad impresionante de juguetes a los niños, quienes comenzaron a jugar entre chillidos, eufóricos por la compañía del otro.

—¿Quieres tomar algo? —me observó. Asentí—. Ven. —La seguí hasta la cocina, donde para mí sorpresa, sacó una botella de vino y vertió el líquido en dos copas, luego me ofreció una.

Lo cierto es que la bebida estaba deliciosa. No faltaba ser experto para entender que era un vino costoso.

Hablamos de trivialidades y cosas no tan ajenas. Me contó que estaba divorciada, que trabajaba en un banco y que no tenía muchos amigos. En medio de la charla comencé a regañarme por observar sus piernas. Me conocía muy bien, si empezaba a fijarme en ella me gustaría demasiado como para querer marcharme. Irónicamente, primero fueron sus piernas, luego fueron sus manos, luego fue si sonrisa; ahí fue cuando sentí que no tenía escapatoria. Había pasado tanto tiempo alejada de esa sensación que todo lo que deseaba era volver a sentirla, así que, sin pensarlo dos veces, me acerqué a su boca y plasmé en sus labios aquella extraña sensación que parecía devorarme desde dentro.

Su risa pegajosa invadió el recinto produciéndome un extraño nerviosismo que me agitaba el corazón.

—Te habías tardado demasiado.

Vainilla Mora | SwanQueen AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora