La Noche De Los Asesinos [Serie Foresthell #1]

12. Dylan

"Podría olvidar mi nombre,
pero nunca a ella"

DYLAN

Ella siempre tendrá ese poder sobre mí. Podrá hacer mil cosas que me demuestren qué es una mala persona, qué no me conviene y aun así caeré una y otra vez cuando me pide ayuda.

Cuando encontré a Gabriela solo pensé que estaba asustada, pero no fue así. Ella empezó a retroceder como si acabará de ver a un fantasma. Sus ojos se tornaron cristalinos y parecía tan rota, en especial cuando empezó a susurrar sobre que solo se defendía.

Le creí. Pensé que en verdad estaba herida y se sentía culpable.

Lo primero era verdad, pero ella nunca sentiría culpa. Gabriela nunca conocería ese sentimiento. Y eso es lo que nos hace tan diferentes.

No tuve que obligarla a subir a la camioneta, ella solo abrió la puerta del copiloto y se montó sin pronunciar una sola palabra. También me mantuve en silencio, no tenía palabras y de tenerlas todas serian insultos.

El único ruido en el viaje del bosque a la ciudad, fueron los quejidos de Domenico. Creí qué exageraba respecto a su dolor, pero cuando llego al hospital tenía dos cosillas rotas.

Me quedo casi cinco horas en un hospital mientras atendían a mi amigo y a Gabriela. Su herida tuvo que ser suturada y le dieron algunos analgésicos para evitar una infección.

Me reí cuando ella le dijo al doctor que se cortó con una piedra accidentalmente. Nada en ella era un accidente.

Aunque claro, yo creí que Domenico había hecho esa herida. Había enfurecido cuando vi su brazo sangrar, tanto fue mi enojo que ni siquiera escuche a mi amigo cuando me advirtió sobre ella.

Es frustrante ¿Saben? Se supone que la odio, qué quiero acabar con ella y la estoy atormentando cada día que paso con ella, pero la única persona que se atormenta soy yo. Le digo palabras hirientes y luego me siento culpable por ello, la dejo a la deriva para que se lastime y luego corro por ella y enfurezco porque se lastimó.

Tan confundido. Tan perdido del camino.

Desearía poder odiarla y arrancarla de mi vida como si fuera una simple costra. Pero ella es la cicatriz, una muy grande que es imposible no ver y olvidar.

Me siento sobre una de las sillas del hospital y reviso mi celular, encuentro mensajes de mi padre y todo se pone peor.

Pietro: ¿Qué se supone que haces?

Pietro: Deberías estar entrenando, no perdiendo el tiempo.

Pietro: ¿Por qué siempre pierdes el tiempo?

Pietro: ¿Por qué siempre me haces perder el tiempo?

Vuelvo a guardar mi celular en uno de mis bolsillos. Lo último que necesito es tener una conversación agotadora sobre mis deberes como hijo de Pietro Oskarson.