Prólogo.

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Alguien.

¿Ella? Ella era mi mundo, mi razón de seguir, la que hacía que los colores volvieran a mi cielo gris. También era su propia sombra y estaba rota, tan rota que acercarse te llevaba a cortarte con sus pedazos. Pero era tan única, tan ella que no importaba.

A veces la recordaba mientras miraba a la madre luna. Me gustaba esa sensación de que ella nos miraba a ambos, a ella en Galicia y a mi en Milán, al mismo tiempo.

Y sabía que estaba jodido porque jamás podría abrazarla de nuevo, no desde que ellos se enteraron de lo que yo sería para ella. Me empezaron a dar aquella droga que me inutilizaba, pero había noches, como la de hoy, en las que volvía a la realidad por unas horas y la pensaba.

Ella era aquella rosa con mil espinas, bella y letal. Aunque ella solo se viera como una margarita marchita. Era preciosa, tanto que mirarla dolía. Era poderosa, tanto que con solo pensarlo podría matarme. Era inestable, tanto que un par de palabras podrían destruirla. Pero la quería, con todo mi ser.

A veces quisiera que ella se viera como yo la veía, quisiera que viera la misma belleza que yo. Pero estaba tan rota que solo veía escombros y sombras donde yo veía belleza y oportunidades. Ojalá se viera como la reina que era, ojalá... Un par de golpes en la puerta interrumpieron mis pensamientos. Grité un adelante y miré como mi hermana entraba con una automática en su espalda.

− Hay que ir por ella, antes de que sea tarde − la miré confuso, sin entender − hay que salvar a la reina, hay que salvar a Mad.

No hicieron falta más palabras para que me levantara y empezara a coger lo que necesitaría. La guerra daba comienzo y yo no estaba dispuesto a perder.



L. B.

[Pausada] El principio: Las garras de la princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora