| Capítulo 4 |

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Cuando menos pensé era sábado y tenía que presentarme a la comida que Don Joaquín había organizado. No quería llegar con las manos vacías, así que temprano fui al súper más cercano y compré las cosas para hornear una tarta de manzana.

Busqué una receta en internet y puse manos a la obra. Pasada una hora y bendecida por alguna deidad, saqué la tarta del horno, en su punto, afortunadamente no la quemé. La dejé enfriar y me puse a limpiar la cocina que era un total desastre.

Me di una ducha rápida, me puse unos jeans y una sudadera color rosa palo con mis tenis blancos. Tomé la tarta y bajé a la terraza.

Cuando llegué ya estaban casi todas las personas. Don Joaquín solo negó con la cabeza cuando me vio llegar con la tarta.

—Te dije que no tenías que traer algo.

—Lo siento, pero fue inevitable—La tomó y la puso en la gran mesa de jardín, adornada como comedor, que había en el lugar. En ella estaban puestos todos los platillos, había pasta, tartas, arepas, arroz (al acercarme vi que era paella). La vajilla blanca, estaba perfectamente puesta, con los cubiertos correctos y dos copas, una con agua y la otra vacía, la cual supuse era para el vino, porque había varias botellas en la mesa, pero también había unas cuantas jarras con agua fresca.

—Todo es bellísimo—le comenté a Don Joaquín—No debió de hacer esto. Es demasiado.

—Para nada. Siempre lo hago para mis vecinos, me gusta que se sientan queridos. Muchos de ellos no han tenido una vida fácil, o llegaron aquí de maneras que ni te imaginas, así que me gusta ser bueno con ellos, que sientan que por lo menos hay un lugar en el mundo en el que pueden ser ellos mismos y nadie los va a juzgar, al menos yo no—Sonrió. Eso decía mucho de él. Sin duda era una buena persona—Ven te presento a los demás.

Caminamos hacia donde estaban todos sentados. Eran unos camastros cerca de la piscina, también había unas mesas redondas, en donde estaban otros sentados. En total eran unas siete personas, en realidad pensé que seríamos más. A los primeros que me presentó, fue a la pareja que ya conocía, con los que me topé en el elevador.

—Ellos son Silvana y Tiago Da Silva—ellos saludaron con la mano.

qual é seu nome? —preguntó Silvana.

—Valentina—respondí a su pregunta.

—Es un bello nombre. Está en la lista de nombres para mi hija—comentó una muchacha entrada en sus veinte. Se notaba que era más joven que yo. Tocó su vientre al escuchar mi nombre. Su embarazo no era muy notorio, tal vez de unos cuatro meses—Soy Alya, por cierto—extendió su mano para que la estrechara.

—Es un placer—me acerqué a estrecharla— ¿Cuánto tienes de embarazo?

—23 semanas.

—Casi no se te nota. Lo sé. Pienso que una mañana me despertaré con un bulto enorme—rió. Y el joven que estaba junto a ella negó con la cabeza.

—Espero que no grites ese día. Soy Pablo, su novio. Vivimos en el décimo piso, por si una mañana escuchas un grito, ya sabes donde fue—soltó una carcajada. Ella le dio un leve golpe en el hombro.

—No seas exagerado, ni que ella fuera escuchar hasta el quinceavo piso. Ya nos dijo Don Joaquín que eres su vecina.

Sonreí.

—Ellas son Los Martínez López. Señaló a tres personas más. Una pareja de dos mujeres, de treinta y pocos con una niña de unos diez años.

—Es un placer conocerlas.

Nuestras mañanas de marzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora