Anoche soñé con dos ángeles de piedra, una pareja de hormigón dispuesta en la salida de un túnel de tren abandonado. Rodeados de verdor, las figuras abrazadas llenas de musgo estában en un trágico encuentro donde el macho sostiene a una hembra inherte en una posición aún más calma que la piedra misma. Las alargadas piernas cedrinas de ambos seres, se deslizaban con las grisaceas alas caídas como el cause de un río. Y a pesar de no tener rostros por la constante erosión de un bosque húmedo post-humanidad, un arqueado semblante en las comisuras de sus frentes revelaba en la piedra porosa una expresión de desesperación y aflixión, sobre todo en la figura del varón un Nefilim, un ángel caído.
Salgo a la calle, mareado por los sueños resientes que martillean mi cabeza como si de un recuerdo se tratatara. Miro la ciudad desde sus simientos, me dirijo a la gran manzana de un país tercermundista en el medio oriente, quisiera ser completamente invisible entre la humedad venenosa que deja la lluvia ásida sobre la acera reflejante y la quema de hidrocarburos con la que los autos intoxican el neblinoso aire gélido que se clava en los pulmones como navajas presionando la caja torácica. Pero no soy invisible, tan solo un ser despreciable, un paria, un intocable, las mujeres se alejan de mí y si no fuera por mi lacerado rostro sería un blanco fácil para robos y crímenes con arma blanca, en esta ciudad no hay dinero suficiente para portar armas de fuego. A nadie el importa lo que me suceda, ni siquiera a mí me interesa un bledo, me harían un favor si un adicto al opio me desprendiera de este mundo para robarme las pocas monedas que cargo conmigo.
Hace mucho tiempo que estoy solo, no tengo que preocuparme por nadie, mi delgadéz y falta de higiene me indican que ni siquiera me importa la salud propia. Tengo treinta y cinco años pero la baja estatura por la desnutrición siempre me han hecho ver más joven, al menos eso decía mi madre hace un par de años antes de fallecer.
Continúo avanzando por calles sin nombre iluminadas por farolas novohispano, el reflejo carmesí de los autos resalta sobre los muros de lámina que dividen a la ciudad en tajantes jerarquías originarias de la época de la colonia, a mi alrededor una doscena de indigentes sobreviven a duras penas con lo que logran rescatar de los basureros de callejones y mercados donde se carbonizan alimentos completamente limpios y frescos para que su valor no disminuya. Pero esas personas a nadie le importan, al menos a mí no me importan, tengo mis propios problemas.
Endeudado con un sin fin de personas me dirijo a un colosal puente circunvala la ciudad entre la zona más pródiga y el noventa y nueve porciento del mundo lleno de marginación enfermedades y depravación.
Me dirijo a uno de los edificios más antiguos de la ciudad, miento en la entrada diciendo que me esperan adentro, les muestro mi tarjeta de intendencia, al subir las escaleras aterciopeladas llegan a mi mente los recuerdos de un mundo que nunca fue, rios de agua potable donde hay canales de aguas negras, árboles colosales que sostienen el sólido paso de un río hasta su cause. Aire límpio, no más guerras, no más pacificación forzada, en resumen, libertad y propósito. Pero luego levanto mi cabeza, y me doy cuenta que estoy en el último piso del edificio, continúo por la salida de emergencia hasta el techo del edificio donde hay una tranquilidad inusitada. Sobre todo y sobre todos entiendo porqué las personas poderosas les encanta estar arriba, el aire descomprime e insufla de oxígeno extra los sobreestimulados cerebros de sociópatas narcicistas que creen controlar el mundo.
Me acerco a la orilla...
Recuerdo que de niño me encantaba mirar a las aves volar, mi hermano solía dispararles con una resortera y burlarse de mí mientras yo sangraba y lloraba en el piso con las marcas de las pedradas por todo mi cuerpo, para luego resibir los golpes de mis padres gritando que era un marica que no sabía defenderse. En esos momentos solo cerraba mis ojos e imaginaba que tenía alas como las aves y me iba volando...
Me inclino ligeramente hacia delante.
Quiero volar...
Quiero sentir el aire en mi rostro, antes de sentir el concreto en todo mi cuerpo.
Entonces salto al vacío como un ángel caído.
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Épica Lee Goth - La llamada de los Ángeles
Spiritual¿Dios ha muerto? Debemos averiguar porqué, y qué es lo que sigue para la humanidad.