18.

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La cerradura sonó. _______ cerró los ojos de inmediato, haciéndose la dormida. Se había duchado hacía un rato, y aún conservaba el pelo mojado; humedeciendo así la fina tela del diván. Mauro cerró la puerta, dirigiéndose hacia ella para comenzar a mover sutilmente su hombro, tratando de despertarla.


-¿Mm? -Gruñó ella, entreabriendo los ojos poco a poco, con el ceño fruncido.


-¿No querés dormir adentro? Acá hace frío. -Le susurró. _______ se fijó detenidamente en los labios de Mauro; se le antojaban tan apetitosos como siempre. Aquellos que había probado toda la noche. No sabía qué coño le pasaba esa mañana. Maldición. Había amanecido más sensible que nunca.


-Sí... Tienes razón. -Se sentó sobre el diván, fingiendo fatiga y sueño. Mauro se volteó para mirarla; una bonita sonrisa se dibujó en sus labios al ver cómo se estiraba sobre el mueble.


Por mucho que intentaba no mirarla, no lograba quitarle la vista de encima ni una sola vez. Sus ojos, su boca, su bonito cabello, su lengua; visible al relamerse los labios con suma pesadez. Su voz. Su mirada. Le jodía. Le jodía mucho pasarse todo el día pensando en una sola mujer. En una sola sonrisa. No estaba acostumbrado a eso. Nunca fue entrenado para aquella clase de sentimientos. Siempre habían sido él y sus polvos diarios. Él y diferentes mujeres. Él y una puta más. Aunque recordar que no había sido el único hechizado por una de las chicas que secuestraron aquella noche, le hacía sentirse un poco menos estúpido; pobre Lit, podía comprender la situación tan comprometida en la que se encontraba, pues él estaba experimentando una similar.


_______ se puso de pie, moría de ganas por quedarse... O mejor dicho, porque él le pidiera que se quedase. De mala gana comenzó a caminar hacia la habitación.


-_______. -La llamó él.


-¿Sí? -Respondió, girándose casi al segundo; tratando de fingir desinterés.


-... Nada. -Concluyó. Tenía a la joven a tan poca distancia. Tan pocos centímetros. Ella se le había acercado más de lo previsto al girarse en su dirección; y eso le gustaba. Oh, sí, joder... Le fascinaba. Ella. Toda ella. Se atrevió a tomar una de sus manos con delicadeza, entrelazándola con la suya; la piel de _______ se erizó por completo ante aquel contacto. Bajó la mirada.- Estás helada, wacha.


-Un poco. -Murmuró ella, sintiendo al momento cómo Mauro cogía su mano restante, juntándolas, para después introducirlas suavemente bajo su camiseta; aquella que llevaba justo debajo de la cazadora vaquera.


-Si te incomoda, decíme.


-No...


-¿Te comió la lengua el...? -_______ se ruborizó por completo.- Ah no, pará, creo que fui yo. -Mauro sonrió, haciendo que ella tampoco pudiese evitar emitir una pequeña risa. Trató de sacar sus manos bajo la camiseta del contrario, pero al hacerlo, Mauro volvió a acercarla hacia él.- Y me gustaría hacerlo ahora... -Habló, esta vez en un tono más bajo, algo más ronco. Se acercó a sus labios peligrosamente, rozando el inferior contra la comisura de los de _______. Su boca se hizo agua; necesitaba volver a besarla.


-Mauro... -Murmuró ella; ahora ligeramente excitada. Todo lo que hacía le ponía tanto. Él. Sus manos. Cómo la tocaba. De qué forma. Sabía que movimiento hacer, y justo en qué punto tocar. Todo su ser temblaba al recordar lo bien que sabía usar la lengua, los labios, los dedos, y su increíble masculinidad.


-Decíme, beba.


-No sé qué me pasa... -Volvió a murmurar. Una oleada de lujuria invadió el cuerpo de Mauro; acabaría empalmándose en cualquier momento. Quería repetir lo de la noche anterior, lo necesitaba. _______ rodeó su cuello con ambas manos, apretándolo contra ella.


-Yo sí. -Afirmó él. Los dedos de Mauro se introdujeron de forma sutil bajo el tanga de _______, levantando la fina tira de la parte izquierda de sus caderas para rozarle la piel. Cuánto le gustaba aquella sensación.- Lo necesitás... -_______ cerró los ojos. Tenía claro que acabaría mojada; tanto, que rogaría por un poco de su medicina, aquella que sólo Mauro podía darle.- ... Tanto como yo.


-Sí... Te necesito. -Abrió los ojos con delicadeza, encontrándose entonces con los de Mauro; salvajes, llenos de lujuria, con auténticos impulsos de tumbarla sobre el diván y hacerla suya de nuevo. Mauro no tardó en atacar sus labios; se había acostumbrado a su sabor, a lo bien que sabía su lengua. Le gustaba muchísimo, comenzaba a preocuparse por la adicción que aquella mujer le estaba generando. Estaba a punto de posicionarla sobre el diván, y tumbarse sobre ella, cuando el sonido de varios golpes fuertes en la puerta de la cabaña, le hicieron detenerse.


Mauro se separó de ella con dificultad. ¡Joder! ¿Quién se atrevía a tocar la puta puerta de esa manera? Y peor aún; ¿en un momento como ese? Quería darle la paliza de su vida a quien quiera que se encontrase tras la pieza de madera.


𝐄𝐬𝐭𝐨𝐜𝐨𝐥𝐦𝐨 // Mauro Lombardo y tú.{𝗛𝗢𝗧}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora